El idiota

El vestuario masculino sobre cuyo imaginario Marcelo Tinelli construyó el lenguaje de Videomatch se amplió. Hoy ese vestuario masculino es la televisión entera. Y Tinelli es quien mejor resume qué es “lo televisivo” en el único sentido que le importa a la propia televisión. La vida punto por punto, el rating minuto a minuto. Papelitos y pantallas monumentales. Superproducción a full. Gritos como si los demás fuesen bobos o sordos. Y sobre todo, en el código del vestuario masculino, en el que los hombres se duchan todos juntos y se permiten la rienda suelta de algún instinto bajo, esa especie de ring raje que son las cámaras ocultas o las cámaras sorpresas.

En el debut, fue Rodolfo Terragno el que quedó desacomodado en la trampa tendida por Nancy Pazos. Invitado a un programa de características políticas, pasó malos momentos cuando los columnistas, el público y la conductora comenzaron a cercarlo con preguntas fuera de lugar. A diferencia de las presuntas cámaras ocultas de años anteriores, en las que era evidente que las participantes actuaban una sorpresa inexistente (pero también en las que, precisamente por la participación de esas modelos, el gag no pasaba del enredo de comedia picaresca) ahora los que caen bajo el foco de la cámara sorpresa son dirigentes políticos que aceptaron un convite que no era tal, y que serán expuestos de ahora en más a ser el hazmerreír de un público tinellesco, siempre ávido de ridículo ajeno y de cobayos que hayan encontrado indigerible el alimento balanceado en la pantalla. Cuanto más indigerible, mejor. Cuanto más copioso el eructo, mejor. Cierta crueldad pueril y cierto goce por la descompensación asoman por ahí, cuando la víctima, el goma, pisa el palito. La muchachada se ríe del idiota. En una carcajada a boca abierta y salivada, la muchachada se ríe del idiota. Babea y se ríe del idiota. Se ríe idiota.

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