Nada banal

Cuando un militar, cualquiera fuera su rango, desmentía que el Proceso de Reorganización Nacional estaba en realidad reorganizando el país a través de la eliminación sistemática de los opositores, mentía. Obviamente mentía. Desmentir la verdad es mentir. Pero que en este caso no fuera un militar sino un cura hace de esa mentira algo todavía más ruin. Como diría Pessoa, “vil en el sentido exacto de la vileza”.

Esta condena por genocidio que le fue dictada a un cura expresa tantas cosas que es difícil percibirlas todas. Venimos soportando que, en democracia, la Iglesia Católica se inmiscuya en asuntos que no incumben sólo a sus fieles sino además a quienes no tienen la menor gana de escuchar a un cura meterse, por ejemplo, con la sexualidad. Esta condena por genocidio a un cura que la jerarquía de la Iglesia siempre supo quién era y qué había hecho, hace desmoronar como un castillo de arena ya seca, ya áspera, el aparato discursivo moral de la Iglesia Católica, para la que también era mucho más cómoda la teoría de los dos demonios. Bien, desde la condena a Etchecolatz ya lo sabemos. Es la Justicia la que dice que no hubo guerra sucia sino genocidio. ¿Habrán sido los obispos engañados como el resto de la población, que con mucho gusto aceptó ése y otros tantos eufemismos? No es creíble. Lo sabían. Pero esta condena por genocidio a un cura pone en evidencia un silencio inexplicable no ante la feligresía, sino ante sus propias conciencias.

Von Wernich encarna un tipo de mal que está lejos de aquella banalidad que Hannah Arendt percibió entre los verdugos nazis. La maldad de Von Wernich no tiene nada de banal. Cada músculo de su cara, cada palabra que mastica su boca, cada fibra que lo mantiene en pie parecen estar aún detenidas, después de treinta años, en el escalón del odio. El escalón de más abajo. Un escalón más abajo de donde empieza la condición humana. Un escalón menos del que hay que pisar para tener dignidad. Von Wernich pertenece a la extraña estirpe de los lobos que se comen al hombre, los lobos que en los demás no pueden ver sino otros lobos, y se ven compelidos a matarlos. Pero no como un lobo mataría a otro. No es una simple muerte lo que satisface a su estirpe. El y los suyos necesitan del dolor, de la agonía, de la imagen sangrante y desesperada del otro para sentirse a salvo.

Los eufemismos están reventando como piñatas de goma podrida. El pasado no pasó. El pasado no se puede dejar atrás. El pasado nos acompaña en nuestros despertares. El pasado grita porque en él no sólo hay muertos queridos que nunca tuvieron flores, sino también criminales que no pagaron sus crímenes. El pasado ayer pasó un poco. Después de un genocidio, el pasado va pasando solamente con justicia.

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3 comentarios

  1. ayer me pareció verla en un puestito de Palermo,fueron los 5 minutos de incertidumbre mas lindos de mi vida.lástima que no era ud.
    No sé que tiene que ver con el post.
    besos

  2. mire, lucho conmigo misma por creer en eso… y no pensar que pasará como el otro día vi en la tele alemana, una señora que buscando por ahí en su genealogía, descubrió que entre sus antepasados había una familia quemada por brujería… y otra rama de ella que trabajaban de verdugos… los primeros recibieron alguna vez justicia??? es reparador ser recordados y en ese momento mismo nombrar la injusticia como lo que es? todos estos siglos más tarde? basta? Con respecto a los segundos, vivieron una vida cambiando de ciudad y nombre, el trabajo de verdugo nunca tuvo buena imagen. En ese sentido a ellos si les llegó la hora, un par de siglos antes… sirve? a quién?
    Lo que quiero decir, es que no creo en que la «historia los juzgará» o en que «nunca serán olvidados», e incluso me temo que podemos llegar, un par de generaciones más allá, a vivir tan frescos y felices… es responsabilidad de los que estamos el no permitirlo. Eso si que si.
    Los muertos deberían tener flores y la justicia llegar, y eso es responsabilidad nuestra, aunque a veces esta nos quede como poncho.

  3. Nada banal, es cierto, lo que sucede con estos últimos hechos relacionados con individuos de las filas de la iglesia – ‘filas’ en el sentido más militar de la palabra – es una muestra del iceberg que va mostrando puntas distintas todo el tiempo. Demuestra a su vez, como si de una lección se tratara – y depende de nuestra lucidez poder ver eso – cuánto más debería apartarse a la iglesia (si, con minúscula) de las decisiones o de la coyuntura política.
    Es algo ridículo aceptar como variable de cambio a un dogma con una autocrítica con retrasos del orden de siglos , Mucho más ridículo es darle crédito y lugar a grupúsculos ‘católicos’ que creen que desde el verticalismo y los principios sesgados y retrógados de un dogma del que no pueden salir (si pudieran salir, verían la realidad de otro modo y claramente llegarían a una inconsistencia existencial) puedan portar la verdad sobre temas como el aborto.
    Menos lugar habría que darles, hasta que desasperzca por completo la vinculación con el poder político.
    Muestras sobran de violaciones a los derechos humanos por parte de la iglesia (cuando la inquisición ellos estaban seguros de obrar correctamente, algo llamativo por cierto), aunque hayan cometido aberraciones mucho antes de la declaración de estos derechos.
    La quita de lugar tal vez logre que sea menos rentable pertenecer a las filas de un institución donde el odio pueda ejercerce a discreción con el halo de lo sagrado, amparando individuos que distan bastante de ser personas, con una sotana que solo es una fachada para cubrir egoísmos extremos y severos problemas psicológicos.
    El pasado está con nosotros cada día, debiéramos obligarnos a gritar por el tiempo presente que no pudo conjugarse, por las voces que gritan a través del tiempo, evadiendo el manto de impunidad de algunos cobardes.

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