Carlos

Se cumplen 48 años del asesinato del sacerdote que dejó una huella imperecedera en la geografía de la Patria. Nota de Jorge Elbaum

Padre de los pibes descalzos, del reino humilde hecho entre nosotrxs por la presencia del dolor compartido. Hermano de quienes sufren la privación en el exacto momento en que los ojos construyen sus huecos de invierno. 

Te ruego que les expliques –a quienes tienen sordera de corazón–  sobre la ferocidad lacerante de la mañana fría, sobre el filo hiriente del desempleo, sobre la precariedad del hartazgo encerrado en su piecita pequeña.  

Te pido que les señales la llaga que causa el desprecio, la desvalorización, el ninguneo y el racismo.  Que les nombres el agua que atraviesa los techos y que puedas hacerles entender la ausencia de toda justicia terrena. 

Te ruego que puedas describirles la sensación que supone el retorcijón de mate lavado con galleta solitaria. 

Que le señales la rata muerta donde juegan los niños. 

Decírselos vos, Carlos. Hablales de nuestra espera con broncas atragantadas. De esta impaciencia que se nos viene por tanta miseria. De una poesía en letanía que solo atina a gritar vocales de hartazgo. Del sinnúmero de veces que invocamos al cielo sin respuesta. 

Susúrrales nuestro rencor de hospitales derruidos, esta angustia que no sabemos de dónde viene, aquel espesor de la lágrimas (en oleaje), dispuestas a convertirse en advertencia. 

Numerale de esta entereza de siglos a punto de quebrarse: eso de los pueblos sojuzgados por un norte abismal manchado de hierro y recubierto de sangre. 

Este viento en cada una de nuestras memorias lagrimales. 

Esta tierra regada con veneno, este desmonte de vida y pájaros, estas ciénagas de insultos atragantados. 

Explícales las humillaciones sufridas, las varias afrentas recibidas en los andenes blancos del desprecio. Hablá por nosotros, Carlos, por favor. 

Nombrá a cada lastimado para que vuelva a confiar en la compasión de la vida. 

Recordale la imagen de la madre golpeada en el pasillo embarrado. El niño de ojos inmensos postrado en la salita sin luz, alcohol ni enfermera. 

Hacé que puedan comprender lo que significa una maestra que lleva leche de su casa para sus alumnos con ojeras. 

Elevá la voz para que se advierta la llaga de una Patria que duele, una y otra vez, en pos de miserabilismos enriquecidos. 

Describiles la paciencia inmensa del que sufre y vuelve. 

Predicá tu amor, Carlos. Contagianos de eso, que sí nos salva. 

Dejanos aprender de tu legado humilde, generoso y altivo.  

Pero no te olvides de nosotrxs. 

Amén.

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