Posiblemente el personaje público Reutemann no sería mediáticamente tan atractivo si no apareciera y volviera a perderse en lo ancho de sus campos. Reutemann es más una luz de giro que una baliza. Su luz se enciende y se apaga, y se las ha ingeniado para ser él quien se aleje de los focos y nunca exponerse a que los focos no lo alumbren. Cuando aparece, es para revolver el avispero. Dice algunas frases enigmáticas y deja la resolución a gusto del espectador o el intérprete. Después se guarda. Ese es su estilo.
Aunque si hablamos de estilos, el personaje público Reutemann tiene muchos otros recursos que acuden a completar la idea, por más vaga que sea, que mucha gente se hace de él, intermediada por la idea que de él se hacen los movileros, los cronistas, los presentadores de noticieros. Esclavos del suceso que deje atrapar su imagen, enamorados de cualquier cosa que se ponga en acto y casi siempre imposibilitados por la urgencia de su trabajo de hundirse en contenidos o percibir detalles, estos trabajadores de los medios suelen caer sobre Reutemann como moscas sobre restos de un sandwich. Tienen nota seguro. Porque Reutemann es parco, pero la suya es una parquedad verborrágica. Reutemann se ha ganado, con su modalidad de luz de giro y nunca de baliza, el carácter de nota móvil de carácter permanente.
Claro que no se lo ha ganado sólo por eso. El personaje público Reutemann guarda en sí otros ingredientes claros y de peso propio en la receta argentina para fabricar candidatos. Por ejemplo, es lindo. Les gusta a las mujeres, y a los hombres mayores de cincuenta, sobre todo si se ubican del centro a la derecha, les gustaría parecerse a él. Tiene unos rasgos angulosos, unos ojos verdes y una columna vertebral tan bien colocada que le permiten prescindir del traje y ser de todos modos un señor. Es como si el personaje público Reutemann fuera a todas partes con sus otros dos atributos de sentido: sus campos, que además de rico lo hacen “sencillo y frontal”, de acuerdo con la mitología creada en torno de él, y su vieja imagen de piloto de Fórmula 1, ex esposa con residencia permanente en Montecarlo incluida, hija fotógrafa cool también.
El personaje público Reutemann ya tuvo o tiene todo lo que para millones es fantasía. En una época prolongada, sin embargo, su apellido fue usado en otras metáforas, con otras implicancias. Era un “llegar segundo”, o más específicamente era “no llegar nunca primero”. Más parecida la adhesión que tuvo a la de un tenista que a la de un futbolista, Reutemann nunca fue un ídolo popular, pero le sobró brillo. Hasta que se inclinó ante la política, y todo se resignificó.
El ha tenido un auto que es el autito con el que jugaron los demás, vive en su campo porque le gusta el campo, ya que podría vivir donde quisiera, y tiene esa facha de señor maduro al que hasta un piloto largo hasta el piso y ajustado en la cintura le queda bien. Así quedó el recuerdo del personaje público Reutemann cuando era gobernador, recorriendo la provincia inundada. Con ese piloto extravagante que usa ese hombre de campo que fue piloto de Fórmula 1. El personaje público Reutemann es un dechado de tentaciones para el imaginario de nuestra clase media.
Reutemann, que estuvo cerca de Menem, cerca de Duhalde y cerca de Kirchner, ha logrado como personaje público ser lo suficientemente autónomo como para no salpicarse con políticos que hacen política. El pretende hacer otra cosa. El mismo miércoles, el día de su agite, rodeado de micrófonos, explicando su alejamiento del bloque del Frente para la Victoria, dijo textualmente “estas decisiones mías no son políticas”. Paramos un rato acá.
Reutemann no quiso decir eso. Posiblemente haya querido decir que sus decisiones no son electorales. Al menos, era el verosímil que se desprendía de todo lo que estaba diciendo. Que él piensa en su provincia, que tiene un punto de vista y que no le gusta que los paladares negros lo miren mal (hay que pensar que el que hablaba es un “paladar negro” argentino por excelencia). Tanto charme despide Reutemann que la conductora de turno de TN sólo se animó a aclarar: “Bueno, es un político, sus decisiones un poco políticas son”.
El personaje público Reutemann hace un mal uso del lenguaje, pero sobre todo hace un mal uso del pensamiento. No porque diga cosas horribles o que generen especial rechazo, sino porque piensa entrecortado y sin terminar. No elabora un discurso, más bien se planta como un tirador de títulos. Cuando decía “vi algo, vi algo”, y levantaba sus cejas gruesas, cuando se retiraba de la posibilidad de ser el candidato de Duhalde, se llevó al campo con él la resolución del enigma. Y ahora, recién operado, hace su conferencia de prensa con médicos ad hoc, y habla de los Rossi Brothers, pronunciando como lo hace un hombre de campo rico que habla inglés y se da el gusto de marcar la “o”. Esa “o” es así asignada a los Rossi. Son truchos. Eso indica esa “o” en boca del personaje público Reutemann, que más tarde dice que tiene “una relación personal de cariño y respeto” por un lado con Cristina Fernández y por el otro con Elisa Carrió.
Yendo y viniendo del campo al escenario, que siempre en su caso será un podio, el personaje público Reutemann está listo para ser deificado por las huestes de Cardon y ungido por las señoras del Barrio Norte. Sin embargo, el tiempo no pasa en vano y muchos otros se acuerdan de que había visto algo que no era nada o si lo era no lo dijo y si lo dijo no se entendió. Ni siquiera un político como Reutemann puede excusarse en un lapsus para decir que no hace política o que no tiene intereses electorales, sea lo que fuere lo que haya querido decir. Fue gobernador, es senador, alimenta otras aspiraciones. El lo niega, como quien no ve la hora de llegar al campo, sacarse las botas y tomarse un mate. Si por fin se decide, nunca será ambición. Siempre, “poner el hombro”.