Melisa Bogarin, de 30 años, era madre de una beba de apenas más de un año. Trabajaba en el área de Comunicación del Programa Prohuerta de Las Breñas, en Chaco. Según reportó el diario Chaco Hoy, las tareas de Comunicación que ejercía Melisa desde hacía más de ocho años no consistían, como podría sobreentenderse, en redactar gacetillas ni lograr difusión en los medios, sino en la comunicación interna del Programa, que depende del INTA y trabaja con sectores de alta vulnerabilidad en la autoproducción de alimentos. Dada la diversidad de los destinatarios del Prohuerta –agricultores familiares muchas veces con problemas para la subsistencia diaria, poblaciones rurales alejadas de centros urbanos, comunidades originarias–, Melisa trabajaba enseñando que la comunicación era, para esos ciudadanos, una herramienta para expresar sus luchas y sus expectativas. Trabajaba para que fueran ellos sus propios comunicadores.
Melisa y su marido, Germán, se habían sentido muy afortunados en 2015, porque habían salido sorteados en el Pro-Cre.Ar. Eran, junto a su beba, una joven pareja constituida en familia, con trabajo y con el proyecto de la casa propia. En cuatro meses todo se derrumbó. A Germán lo despidieron de la Secretaría de Agricultura Familiar. Al Pro.Cre.Ar, se sabe, le quedó sólo el nombre. Melisa tenía un contrato precarizado extendido la última vez por tres meses. La estabilidad de la familia tambaleaba, porque a los miles de despidos ya ejecutados se les suman en el imaginario colectivo los otros miles que están por llegar. El martes 12 Melisa formó parte de una asamblea de trabajadores en el Chaco. Se presentó, comenzó a hablar de sus miedos y cayó desvanecida. Murió un rato después. Esa es otra forma de opresión. La opresión en el pecho de Melisa.
Un día antes, el lunes 11, la gobernadora María Eugenia Vidal visitó Bahía Blanca. Allí la recibió una protesta de auxiliares docentes nucleados en Soeme (Sindicato de Obreros y Empleados de la Minoridad y la Educación). Le reclamaban por lo que había ocurrido