Sabag Montiel no habló como un loco suelto. Se esforzó por mostrarse como un lobo solitario, que es lo que entendió la jueza Capucetti. Todo es una representación. Ahora abusamos de la palabra “narrativa”, como si fuese imposible comprender, aclarar, atenerse a los hechos. Todo es “narrativa”. Y la narrativa del expediente que llevó adelante la jueza Capucetti y su protagonista, encajan.
No es tan lumpen como creíamos. Es más bien un alienado y por supuesto, un criminal. Hubo algo de sorna velada en la forma en que dijo que lo que quiso fue “matar a Cristina”. ¿Qué otra cosa iba a querer hacer?, se desprendió de su tono y postura. Es un convencido de que Cristina tiene la culpa de su infortunio, y también de que ésa es la opinión de la mayoría de las personas, como si 47 millones de habitantes todavía le creyeran a Clarín o al dispositivo de la posverdad.
La Cristina a la que quiso matar Sabag Montiel no existe. Porque la posverdad, que entre otras cosas es una fenomenal estrategia para reclutar locos sueltos, generó un estado de cosas en el que si uno se distrae puede caer en la trampa de darle la misma entidad a la verdad que a la mentira, despojando a la diferencia de su costo ético y moral. Estamos gobernados por la posverdad.
Hay que aferrarse a la verdad como una garrapata, porque vivimos en un mundo en el que nuevas mayorías de alienados libran sus luchas contra enemigos puntillosamente creados para ellos, para que los odien, para lleguen a creencias tan imbéciles como la de Sabag, porque hay que ser muy imbécil a esta altura para decir lo que dice este joven que fue a esperar a que Cristina se encontrara indefensa para pegarle un tiro en la cabeza.
Los que construyeron ese fetiche para el odio que es la Cristina artefacto, la Cristina blanco móvil, la Cristina proscripta, no lo hicieron porque ella les arruinara la vida, sino porque querían sacársela de encima porque ella y su compañero fueron los únicos presidentes de la democracia que se volvieron un obstáculo para que Estados Unidos obtuviera de este país todo que estaba acostumbrado a recibir. Esto es, genuflexión. El odio a Cristina es un gas pimienta que desde hace años y a cada minuto dispara la mafia que tiene ya su ley para llevarse todo.
La guerra judicial hace uso y abuso de la posverdad, que es lo que les garantiza impunidad ante grandes audiencias que creen todo lo que los medios de manipulación les repiten a través de diferentes voces cientos de veces por día. Es el mismo criterio de Sabag Montiel: la mayoría de la gente creerá sus mentiras porque las patas madiáticas y políticas las respaldarán.
Pero Sabag Montiel no es un loco suelto. Habrá podido serlo en algún momento, pero en este caso, como presenciamos en tiempo real mientras se iban sucediendo las innumerables irregularidades y parcialidades del expediente que manejó Capucceti, Sabag Montiel no estuvo ni está solo. Es más, tiene viento a favor y lo sabe. Debe haber vivido como una pequeña victoria la pérdida del contenido de su teléfono un día después del intento de asesinato. Brenda Uliarte también fue protegida por la policía federal dándole tiempo para borrar el teléfono. Y podría seguir. Pero cansa. Y no debe cansar. Porque Sabag Montiel quiso matar a Cristina después de que fue condenada. Mal momento para quejarse de la lentitud de la justicia. Porque los que instigaron y financiaron el odio a la Cristina están en funciones, impunes, igual que los que quemaron el auto de Cadena 3 en la marcha por la que todavía hay cinco ciudadanos detenidos en cárceles federales.
Los argumentos de Sabag Montiel, no muy sorprendentemente, en relación a que quiso matar a Cristina porque es una chorra y porque ésa es una opinión compartida “popularmente”, se parecen mucho a los que dio el nazi Eichmann en le juicio de Jerusalem, en el que terminó condenado a la horca.
El jefe de las SS, Eichmann, y esto es lo que le llamó la atención a Hanna Arendt cuando captó lo que llamó “la banalidad del mal”, dijo en el juicio que no creyó que lo que estaba haciendo estaba mal, porque la sociedad alemana los apoyaba, o por lo menos no parecía horrorizada.
Por eso debemos hacer el esfuerzo de sostener nuestro apego a los hechos y no a “las narrativas”, a nuestra capacidad de escándalo. Y preguntarnos por nuestros límites. ¿Tenemos? Porque nos quejamos mucho de no tener una conducción potente, pero cuando proscribieron y después intentaron matar a nuestro cuadro político más potente en muchas décadas, nos quedamos en el molde.
Nuestra salud mental, nuestro país, nuestro futuro, la posibilidad de salvar a este suelo del tremendo saqueo y la ola de crueldad autocrática que se está desatando, depende en gran parte de que militemos la realidad. Hay que militar la realidad. Hay que generar un antivirus colectivo que nos conecte a los hechos y a la vida cotidiana, a nuestros cuerpos y a los de los demás. Todo lo demás será una nevada letal, como la del Eternauta. La invasión está en curso, y sus misiles son las operaciones de posverdad.