Carson y Clarice

La contratapa de P/12 de hoy.

Esta semana se me cruzaron al azar, en los talleres de escritura, Carson McCullers y Clarice Lispector. Dos voces conocidas y familiares. Trabajé en distintos formatos –notas, libros –- con textos de las dos. Cuando hablo de “textos” hablo de universos, de telones que se abren para que entremos a mundos que nos son ajenos. Y en esas dos voces, como en otras que se leen, aparecemos de pronto, atravesadas por ellas. Con esas ráfagas de reconocimiento vamos cada cual armando un mundo nuevo, nuestro, personal y sin embargo compartido.

Los universos de Carson y Clarice son muy distintos, sus épocas, sus vidas, tan excéntrica la una para la otra, las dos lúcidas hasta el desequilibrio, comprendiendo articulaciones y desarticulaciones emocionales complejas, profundas, que perciben muy pocos pero que experimentan muchos sin saber cómo explicarse qué les pasa.

En el centro de la obra de Carson está el amor, pero no el amor romántico, sino un amor existencial, el amor como una necesidad humana siempre asimétrica en relación al amado, el amor como un estado de gracia que no se rechaza por el simple hecho de no ser correspondido. El amor que habilita la cuota necesaria de neurosis para seguir funcionando en un sistema disfuncional. El amor como ciencia, como rasti, como juego, como aprendizaje, como invento, como creación. Está el amado y está el amante, pero el protagonista del amor es el amante. El amado se deja. La aceptación de la asimetría es la base para que el amor sea cierto. Quien no es capaz de amar a un árbol o a un pájaro no es capaz de amar a nadie.  

Carson es una escritora amante, da de sí,  da su certeza. Y describe el amor, que empieza a manifestarse localizándose en seres y cosas sencillas, como una forma de felicidad que solo pueden sentir aquellos que no esperan que les devuelvan nada, una inclinación un poco maternal, un poco paternal, pero también infantil y animal. En estos tiempos de odio, volver a Carson es ir a echarse a sus pies para que te acaricie el pelo.  

Y Clarice, esa belleza de mujer, esa extremista de las emociones, esa gema trágica, se ocupó de un abanico más amplio de cuestiones pero naturalmente el amor es una. Y la otra, el miedo. No cualquier miedo: el miedo de las mujeres. 

El texto que reapareció esta semana fue A favor del miedo, de Clarice. O más específicamente, una contratapa mía. El paseíto, de 2018 en la que incluía muchos textuales del original. Lo presentaba como “un texto oscuro (es de 1967), entretejido como un bosque, más cercano a la prosa poética que a lo narrativo”.

La cito: “Cierta noche cálida, estaba conversando cortésmente con un caballero que era civilizado, de traje oscuro y uñas prolijas. Estaba a la sombra y comiendo unas frutas frescas. Y he aquí que el hombre dice: ´¿Vamos a dar un paseo’´? No. Voy a decir la verdad. Lo que él dijo fue ´paseíto´ (…) ¿Quién, en la Edad de Piedra, me llevó a un paseíto del que nunca volví porque me quedé viviendo allá?”. 

En el texto Clarice imbrica la palabra “paseíto”, la invitación al “paseíto”, con la muerte. Es que siempre,  desde la Edad de Piedra que metaforiza ella, millones de hombres han invitado a millones de niñas y mujeres a dar un “paseíto” y era ese modo diminutivo, desdramatizador, seductor el que daba indicios de que esos hombres tenían en sus mentes o en sus cuerpos la intención de hacer algo en ese “paseíto”, algo atroz con esa mujer que estaba tranquila y comiendo frutas frescas cuando la conocieron. 

Traigo estos  dos hermosos textos aquí. Toda la amorosidad en la que nada Carson, su ciencia del amor, que dice que se trata de algo biológico y espiritual al mismo tiempo, y el de Clarice, que hurga en la ancestralidad de un miedo que conocemos las mujeres y no a la inversa. Nosotras las mujeres y todas las personas, somos seres con la aspiración de ser libres. Nunca nadie aspiró a ser esclavo ni esclava. La cultura, y no la naturaleza, es lo que nos ha impedido ser libres a las mujeres durante siglos porque fuimos las primeras colonizadas. 

  Traigo estos textos porque estamos sedientos de amor y libertad. Contra la banda de sonido ambiente, contra esta orgía de confusión,  contra lo que hacen todos los días con la palabra libertad, en este país roto, lleno de gente rota, sin ilusiones, sin planes, sin seguridad. Traigo la palabra seguridad. No le pertenece a Bullrich. Las mujeres hemos quedado expuestas, nosotras, nuestras hijas, nuestras hermanas, otra vez a una intemperie brutal frente a la violencia que, como en todas y cada una de las recesiones económicas, aumenta drásticamente contra las mujeres. 

Clarice termina su texto así: 

 “Quien tiene razón es este corazón mío indirecto, aunque los hechos inmediatamente me desmientan. Paseíto suena a muerte segura, y la cara espantada está con un ojo sin brillo que mira a la luna llena de sí”.

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