Unos días después del de la madre voy a comprar un regalito para una amiga que justo cumple años. Lo hago en una casa de esas que tienen todo tipo de ropa: de noche, para la oficina, de batalla. Por eso me lleva un rato largo encontrar algo que, estoy segura, a mi amiga le va a quedar bien y le va a encantar.
Mientras estoy pagando, la cajera revolea los ojos hacia los probadores y se toca la oreja invitándome a escuchar una conversación. “Si te gusta, llévalo, yo pago, le está diciendo él, ¿escuchás?”, me aclara.
“Ellos vienen, eligen rápido, saben lo que quieren. Nosotras somos más vuelteras… miramos los precios, otras cosas. Es increíble lo rápido que resuelven el regalo ellos”, dice en clara alusión al día especial que acaba de pasar. “Sí… también después nosotras tenemos que ir a cambiarlo”, le digo yo. “Justo vengo de intentarlo con los zapatos que me regalaron”. (“¿Qué estabas pensando cuando me compraste esto?”, le dije de mal modo a mi marido el domingo apenas abrí la caja. Pero eso a la cajera no se lo cuento, aunque sigo furiosa porque encima en la zapatería no encontré nada que me guste y voy a tener que volver la semana que viene, una vendedora me confió que les va a entrar mercadería.)
Entonces la cajera levanta la vista del posnet y me mira con ojos de epifanía: “es cierto… se sacan el problema de encima”, casi grita.
La cajera y yo nos adivinamos las sonrisas debajo del barbijo, y al despedirnos nos deseamos buen día, buena semana, mucha suerte.
Entre esta nota y la columna de Luki Grimson , comienzo a desconcertarme.
Entonces…no soy hombre. Para mi el regalo tiene varios mensajes en si mismo. Es conceptual y también es práctico,inolvidable y algunas veces una intervención artesanal de mi parte.