Una imagen cruenta, una de tantas que supura el país que se presenta como modelo de las democracias, es la del asesinato de George Floyd por parte del criminal Derek Chauvin. Enfatizo lo de criminal en tanto si cualquier mortal hace la prueba de buscar información mediática al respecto, son escasos los medios que lo tratan con la adjetivación que ameritan los hechos. En general, se habla de la “muerte” de George Floyd. “Muerte” como significante vaciado de la connotación del hecho. Un análisis de esa foto que recorrió el mundo, puede dar cuenta de las múltiples significaciones que promueve.
En primer lugar, sea por convicción personal o por corrección política, todos son críticos de Chauvin. En una segunda instancia, si concentramos la vista de cada uno de sus rostros hallaremos varias cuestiones que pertenecen a un universo en general compartido, con respecto a lo que promueven simbólicamente. Uno de esos universos, donde más proliferan los clichés, estereotipos y prejuicios, es el cine. También es el lugar donde pueden detectarse imágenes liberadoras, opuestas al racismo y la xenofobia. El rostro de Chauvin forma parte de aquella galería de representaciones que abundan en el cine de Hollywood como en sus repetidoras televisivas, las series.
La tradición norteamericana en el cine estigmatizó a los negros como culpables de los males de la sociedad. En las historias sobre la Guerra de Secesión los confinó a la naturalización de su instancia de esclavitud, con roles romantizados como los de esclavos pintorescos y cómplices de los protagonistas centrales. En otras oportunidades dio cuenta del genocidio a los pueblos afrodescendientes, casi siempre desde una perspectiva de los blancos.
El cine también sabe construir sus alternativas a los modelos. Es allí que donde se libra la batalla entre diferentes tratamientos de las imágenes. El problema no es Estados Unidos como totalidad sino como símbolo; tampoco son los blancos: es cualquier estereotipo como germen de subjetividades reaccionarias, constructor de sentido, y por lo tanto susceptible de operar como pandemia. Es en el cine mismo donde se levantan destacadas manifestaciones antirracistas.
Existieron durante sus primeros años, contracorrientes de realizadores afro estadounidenses totalmente ignoradas por las historias oficiales del cine, cuyo exponente paradigmático se encuentra en Oscar Micheaux, con Puertas adentro (1920), donde se relata la biografía de una mestiza y su lucha emancipatoria. Más allá del relato, lo relevante es que el punto de vista se invierte: quienes hablan son quienes habitualmente ha sido soslayados del cuadro cinematográfico y sus narrativas. Otro ejemplo paradigmático se encuentra en la contemporánea Badasssss! del también afroamericano Mario Van Peebles (2003), quien se sumerge en su propia historia: el mismo director encarna como actor a su padre, Melvin, quien debió enfrentar los condicionamientos de la industria cinematográfica para poder estrenar sus films. La película presenta en forma explícita, hasta ridiculizados, los propios clichés con que se aborda el tema de los negros: Van Peebles, desde su personaje, propone filmar una película “donde los negros marchen erguidos” y “no el payaso de siempre”. El hijo del protagonista le pregunta: “¿Quién querrá verla? El negro siempre muere.” Badassss! presenta un contrapunto interesante para el pensamiento en el cine: su forma – entiéndase el montaje, los modos actorales, el uso de la cámara – responde a la más aceitada normativa clásica. Van Peebles utiliza las herramientas del enemigo: la batalla simbólica la termina dando solo en el terreno discursivo. Es un comienzo. ¿Insuficiente? La respuesta está en el mismo cine.
Fuera de Estados Unidos, las mixturas entre problemáticas formales adquieren otras dimensiones. Es el caso del gran cineasta senegalés Ousmane Sembéne. Su cortometraje Borom Sarret (1963), que condensa varias de las problemáticas entre discursos que se cruzan. Un chofer transporta pasajeros en un barrio pobre de Dakar. Su vehículo es un carro de madera tirado por un viejo caballo. Asistimos a la cotidianeidad de una vida donde la miseria no conduce a una lucha emancipatoria; sino a la preocupación por la supervivencia del día a día. Lo cuestionador del hábito en la mirada habitual es que la negritud gobierna el plano. No hay ni un blanco –habitual eje identificatorio de la mirada occidental–. El gran protagonista es el pueblo africano como protagonista. La dureza de su vida se potencia con un hecho violento, sin la mirada occidental. La negritud se expresa por sus propios cuerpos. La percepción que se promueve obliga al espectador a un corrimiento de su mirada habitual.
Como paradoja del trabajo de Sembéne es idiomático. Senegal perteneció a lo que se llamó hasta 1958 la África Occidental Francesa. El monólogo interior del protagonista es en francés, así como la producción del cortometraje. ¿Qué sucedería ante un trabajo por entero africano, muy probablemente de escasísimos recursos? ¿Podría aportar a un estilo autónomo en la expresión del pueblo? Existen varias películas en tal sentido, pero vale plantear esta zona de conflicto.
El asesinato de Floyd volvió a viralizar un discurso de Spike Lee del Festival de Cannes de 2018, en el que se desnudó a Donald Trump como potencial genocida. Mas allá de que es imposible no adherir a sus palabras ¿Qué condensa el marco institucional del Festival de Cannes? ¿Cómo llega ahí ese cineasta consagrado hace muchos años con varios éxitos en su haber? Sobre todo. ¿Quién está filmando a Spike Lee?
*Docente de Teoría y Análisis cinematográfico en el Centro Cultural San Martín y en el Centro Cultural Rojas. Redactor en https://www.hacerselacritica.com/ Conductor del programa radial Nosotros, los otros en Radio Caput.
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