La vi a Cristina ayer en la Rural, desde un costado de la Sala Borges, presentando su libro,
Sinceramente. Aunque no lo dijo es lo primero que se me ocurre transmitir de su discurso: la
reverencia, el respeto que Cristina siente por los libros es un amor particular, propio de las clases
medias que lograron despegar de la pobreza y que lograron que sus hijos accedieran a mucho más conocimiento que sus padres. Hijos que leían libros y obtenían títulos. También ahí me resonó la importancia de los libros, también inserta y no enunciada en el discurso de anoche, que caracterizó a la juventud de su generación. Los narradores, los ensayistas y los poetas eran para esa generación gente mucho más interesante que los cantantes o las bailarinas de la televisión, que no habían sido inventados.
Cristina estaba presentando su propio primer libro, y algo de lo que se dice en el párrafo anterior planeaba en sus palabras. Pero sus palabras y su tono y sus ejes lo que mostraron es a una dirigente política que ha comprendido el cambio dramático de situación y que se ha destilado para abarcar con su voz a un colectivo mucho más grande que el que la apoyó en sus mandatos. Para una ex presidenta perseguida con una obscenidad tan obvia y con su propia hija pagando ya con su cuerpo y su psiquis por cosas que nunca ha hecho, el tono eléctrico hubiera sido previsible. La ansiedad, el hartazgo y el dolor de quienes la escuchaban, no en la Sala Borges sino afuera y en sus casas, desde lejos, también esperaba esos latigazos verbales que funcionan como descarga.
Pero ella, que siempre salta por arriba, presentó su libro con otra lógica. La del futuro. No hubo rastro alguno de enojo ni de resentimiento ni de trueno en su voz. Hubo una guía completa para saber cómo acompañar lo que tiene en mente. Algo grande. Más grande que todo lo conocido hasta ahora. Algo que para ser tan grande esté basado en consensos muy amplios. Habló de un contrato social de responsabilidad ciudadana, y en esa parte de la guía hay indicios de cómo ella cree que deberán comportarse los dirigentes –ella lo estaba haciendo ayer mismo – , pero también los ciudadanos. Metas de recuperación a través de la reindustrialización del país, que sólo podrá ser real si se deponen grandes matices y millones de personas se ponen una sola idea fija en la cabeza: dejar atrás esta pesadilla y recuperar un país que nos dé ganas de vivir.