LAS “SEÑORITAS” HACE TIEMPO NO LLORAN
Si hacemos un breve recorrido sobre el rol de la mujer a lo largo de la historia latinoamericana, podemos observar que desde tiempos muy remotos, las mujeres han ocupado espacios de poder. En el mundo precolombino, no solo eran concebidas como símbolo de fertilidad y mito de creación, sino que además, eran consideradas diosas, guerreras y dirigentes de sus propias comunidades. En la región mesoamericana se destaca la diosa Coatlicue, divinidad protagónica de la cosmogonía azteca, madre de todos sus dioses. En la andina, la presencia de las capullanas, señoras cacicas y gobernadoras, sentaron precedentes sobre el ejercicio del mando femenino.
La conquista y colonización del continente americano,además de ser recordado como un hecho trágico para nuestra historia, es imaginado únicamente en manos de hombres, ignorando por completo que ellos no vinieron solos. No obstante, los hechos demuestran que las mujeres colonizadoras participaron activamente en la conformación del Nuevo Mundo; fueron pioneras en el ámbito socio-económico y determinantes en el asentamiento y en el proceso de consolidación cultural,dentro de la sociedad hispanoamericana. Pero eso no figura en los libros, ni tampoco nos lo enseñaron en la escuela.
Durante la gesta de las revoluciones independentistas americanas, los mandatos de géneros construidos culturalmente, destinaban a la mujer solo al ámbito privado y a las tareas domésticas, mientras que el espacio y las actividades de carácter público les pertenecían a los hombres. Dicho esto, podemos analizar cómo los cuerpos se encontraban condicionados para ciertas actividades, de modo que a la mujer no le quedaba más opciones de vida que: el convento o el matrimonio y/o la familia.
Algunas protagonistas como Juana Azurduy, “Machaca” Güemes de Tejada y Mariquita Sánchez de Thompson,transgredieron las barreras de lo establecido para convertirse en mujeres libertarias de nuestra historia. Aunque lucharon con la espada y la palabra por la independencia de sus pueblos, muchas de ellas llegaron al final de sus días sumidas en la miseria, la pobreza y el olvido.
Dentro del campo cultural existía un arte limitado por los conceptos binarios: tareas artísticas destinadas para hombres y otras consideradas “menores”, como la producción de bodegones o el arte textil, reservadas para las mujeres. A aquellas que lograban acceder a la academia, se les prohibía el estudio del cuerpo humano, se las limitaba a crear en un formato pequeño y se les restringía el acceso a determinados géneros artísticos. En la historia universal del arte, muchas artistas quedaron relegadas a las sombras de sus esposos, quienes más de una vez, se apropiaron de sus obras. Tal es el caso de la escultora Camille Claude o de la pintora Margaret Keane. Otro ejemplo lo vemos representado en el largometraje “The Wife”, película que narra la historia de la escritora Joan Castleman.
Es recién en los siglos XIX y XX, cuando emergen estudios sobre el rol de la mujer en el arte y se comienza a cuestionar la noción de “genio” y la jerarquización en los talentos; se critica a los estilos femeninos y surge una pregunta: ¿por qué no han habido grandes mujeres artistas? La respuesta a este interrogante es que la historia, escrita por hombres, las ha invisibilizado, tal como sucedió con las mujeres precolombinas, colonizadoras y libertarias.
Sin embargo, gracias a los movimientos feministas que vienen luchando hace décadas, por la igualdad de derechos, se vienen dando algunos avances importantes al respecto. En la actualidad, bajo la presidencia de Alberto Fernández, se logró que un 38% del total de los cargos ejecutivos sean ocupados por mujeres, mientras que durante el gobierno de Mauricio Macri, el porcentaje era de un 22%. También, es preciso valorar la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, creado el 10 de diciembre de 2019, a través del Decreto 7/2019. Sin embargo, se sabe que aún no es suficiente y que la paridad y la ampliación de derechos en cuestiones de género es una deuda vigente.
En las últimas semanas, el término “violencia política” ha resonado fuerte a raíz de nefastas declaraciones y comentarios misóginos, dirigidos a destacables compañeras que ocupan espacios de poder en la trinchera del Poder Ejecutivo que se realizaron, tanto en las redes sociales, como en los medios de comunicación. Si bien, la noción de este tipo de violencia es relativamente reciente, lamentablemente, es un ejercicio que tiene muchos más años que su concepto en sí, y hoy más que nunca, es puesto en práctica.
Según un estudio realizado por el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género, 8 de cada 10 mujeres argentinas vivieron situaciones de violencia a lo largo de sus carreras políticas. Es por esto que, durante el mes de noviembre del 2019, la cámara de Diputados sancionó a favor de la reforma de la Ley 26485 de “Protección Integral de las Mujeres”. Este proyecto buscaba incorporar la tipificación de la violencia política reconociéndola como una modalidad más de violencia en cuestiones de género.
A pesar de la vigencia de la ley, existe un cierto sector machista al que poco parece importarle, buscando instalar, peligrosamente, discursos que tienen como objetivo anular el goce, reconocimiento o ejercicio de los derechos políticos de las mujeres. De este modo, logran seguir dándole vigencia a los mandatos de género y a los condicionamientos de los cuerpos en una sociedad que, culturalmente, está bajo un proceso transformador y que necesita con carácter de urgencia ser deconstruida desde todos los ángulos posibles.
En los últimos días se llevó a cabo el 5º encuentro de “Mujeres gobernando”, en donde más de 200 funcionarias que integran el Poder Ejecutivo, se reunieron una vez más para intercambiar ideas y debatir sobre la gestión y objetivos políticos. En esta oportunidad, comunicaron un fuerte repudio sobre la violencia política ejercida por el patriarcado en los tiempos que corren.
Y es que el movimiento feminista es una ola transversal que molesta, y mucho, porque hace un largo tiempo que vino a golpear las puertas de los edificios gubernamentales, a ocupar las calles y a sentarse en la mesa de los poderosos. Y aunque quieran seguir diciéndonos cómo debemos pensar, sentir y actuar, lo cierto es que las “señoritas”, hace tiempo dejamos de llorar. Esos estereotipos culturales, funcionales al patriarcado, creados para imponer la forma “correcta” de ser mujer, están en proceso de extinción. Las mujeres ya no nos callamos. Venimos pisando cada vez más fuerte.
Florencia Kermen y Leticia Cocuzza son integrantes del Grupo Artigas
Me declaro abiertamente , en este preciso instante, feminista al ciento por ciento .
Sandra Russo , con su brillantez excepcional , tiene mucho que ver con esta decisión que acabó de adoptar .