Hay que eludir la máscara ficticia. Caminar como si solo fuésemos a vivir. Sin la exigencia de ser mirados ni aspirar a serlo . Caminar al lado. O en uno. Caminar por dentro. Que la interioridad no apele a los espejos grandilocuentes que suelen vaciar de contenido la intimidad. Debemos impedir que se testifiquen relatos cobre el sambenito lustroso de la felicidad. Andar como si fuésemos a tener la certeza de una próxima ausencia en medio de la disputa. La enemistad existe. No sirve invisibilizarla Cuando uno se convierte en antagonista tiene el registro cabal de lo que no quiere. De lo que supone que lastima la piel de la humanidad. Ahí nace la amistad como convergencia.
Entonces uno empieza a proteger porciones de calidez para destinatarios precisos. Dispone de energía sensible para derivarla en el trayecto de un tiempo vital escaso.
Uno podría escribir en el agua estas letras. Podría conjeturar bellezas colmadas de serenidad metidas en la soledad y en la angustia de millones. Pero no tenemos suficientes contraseñas para rodear cada dolor distante.
Uno sospecha. Quisiera. Anhelaría la recorrida de ternuras por todos los rostros desvalidos biennacidos. Intentaría charlar con los derrotados de peleas íntegras. Con los que saben pedir perdón. Con los que desafían el patíbulo de la maldad en formato de atropello, de latrocinio, de despojo.
Pero no llegamos.
No podemos siquiera arañar el vértice de todo lo que quisiéramos empatizar.
Apenas si alcanzamos una chispas de párpados en los mismos recipientes de quienes rieron alguna vez junto a nosotros.
En esa aceptación con aflicción suave radica el carácter de retraimiento.
El disimulo de la firmeza vincular: es tan honda la lealtad, su nudo resistente, su pregnancia de tiempo, que las miradas apenas necesitan cruzarse. Pueden esquivarse. Y todo sucede mientras los hombros suelen intimidarse ante una azarosa exhibición de un abrazo. El lazo genuino se sitúa como una forma de sensibilidad tímida. Una conexión que tiende, en forma permanente, a buscar el gesto sutil como subterfugio para soslayar la congoja.
Un rictus relajado ajeno a cualquier reglamento explícito. Algo que nos informa que no es necesario decirlo todo porque lo sobreentendido es el marco primigenio sobre el que se asienta su código posterior.
No todxs amistamos de la misma forma. No encontramos y solemos articular similares certezas de interpretación. O las vamos haciendo converger con el paso de los años.
Nuestras filias son capaces, incluso, de enfrentarse. Y sabemos que no hay garantías: lo que crece también puede quebrarse.
Es esa certeza la que nos hace validarnos en el riesgo del debate. Pero tendemos a arrugar porque suscribimos la hipótesis mansa sobre las magnitudes y las importancias. Es lo que explica el ejercicio preciso de la confianza: una forma de sordina cómplice que tiene a la amabilidad y al respeto como estructura básica. Como renuncia a toda imposición.
Como empate sutil o concesión en el juego fractal del diálogo.
En su geografía existe una convicción acordada y no manifiesta de que no todo tiene que soportar el esfuerzo de ser dicho. Algo que no podemos manifestar es tomado como parte de lo que somos. Es que no es factible decirlo todo. No seríamos capaces de brindar suficientes analogías concretas sobre aquello que es, apenas. un eco sensible del afecto profundo.
Nos resistimos a darle intensidad o especificidad a sus particularidades o sus andanzas de anécdotas por temor a vaciar la alegría que nos produce3. Es que los diccionarios admiten la capacidad de objetivar pero al mismo tiempo impermeabilizan y pueden llegar a cosificar. ¿Cómo designar el intervalo iluminador de la aventura vivida? Ese hueco de belleza entre dos sombras. Ese lapso de carcajada.
Cuando nombramos las percepciones que devienen de la amistad auténtica recurrimos al desinterés, a la fraternidad, al altruismo. Nos corremos de un centro para orbitar en un colectivo de órdenes más buenos.
En todos los casos nos vemos compelidos a saltar del interior subterráneo para llegar a una euforia de refugio simultáneo: un techo palpable que nos ampara de las asechanzas. Un refugio de piedra que abriga ante las asechanzas de la atmósfera exterior.
Sin embargo, aunque no contemos con términos exactos intuimos algunas vicisitudes: que la amistad no se exhibe como trofeo. Que es noble en su silencio. Que se defiende ante la mirada torva de la competencia. Que no es ingenua. Que es capaz de lavar las heridas con la humedad de un llanto solitario para no saturar de penas a quien se quiere.
Es que la mistad se consolida si alguna vez hubo distancia. Sin kilómetros o biografías en retiro, todo lo que se pretenda llamar fraternidad o sororidad es escenificación altisonante. Una superproducción hollywoodense que exhala su representación al mismo tiempo que renuncia a su presencia.
En Argentina hay una palabra que tiene una carga emocional definida por la historia. Un término que participa del estatus sereno de la amistad con componentes cronológicos y territoriales determinados. Se dice compañera. O compañero. La potestad de su declamación es inconmensurable, sobre todo, para quienes fueron vecinos en campos minados de ternuras o daños.
Baruch Espinoza consideraba a la amistad como la forma que asume la honestidad de cara al universo. Y calificaba a la deshonra como la característica de aquello que se oponía al establecimiento de la amistad.
Orson Welles jerarquizó esa astilla trascendente que no hay arte que pueda plagiar.
¿ Será Jorge Norberto Elbaum el Shekaspeare argentino ? Nos sumerge en un baño de redención, de purificación, con tan bella e impactante oratoria .
Morigera nuestro dolor eterno , que nace de nuestra sed de amor incandescente y total .
Alivia nuestra pesada carga , agobiada por el peso de tanta insatisfacción , que se origina en la incomprensión de la necedad .
¡ Salud bravo poeta de tiempos inclementes !
¡ No dejes de interpelarnos con tu exquisita pluma , porque nuestra cerrazón es muy grande ! Estamos aturdidos y somnolientos , porque nos conducen a ello .
GRACIAS
Abrazo, Luis Maria Sejas! Que la amistad guíe nuestra trama vital.