“…pero crecerás, te harás mayor, y tendrás tus ideas, las mías o las de tu padre, y te darás cuenta de que son mucho más de lo que parecen, de que son una manera de vivir, una manera de enamorarse, de entender el mundo, no tengas miedo de las ideas, Julio, porque los hombres sin ideas no son hombres del todo, los hombres sin ideas son muñecos, marionetas o algo peor, personas inmorales, sin dignidad, sin corazón…”
Almudena Grandes
Fernando posteó la frase en un homenaje doble. A Julio, que sabe el significado lastimado de la palabra resistencia, y a Almudena que se había ido recién, demasiado pronto.
Volví a leerla sin prejuicios hermenéuticos y pensé, otra vez, en las generaciones que están por tomar el testigo.
Volví a sentir las manos de mi papá. Su dignidad de laburante a prueba de un despertador de las 4 y media de la madrugada, con reloj de fichaje a las 6 en punto, para no perder el presentismo
Entre mi viejo y Almudena pasaba un río. Un trayecto. Una ráfaga de pasiones inmensas que insisten en convertirse en la sangre desde donde se navega por adscripciones y banderas.
Una columna inmensa que va desde la vertebral hasta el mundo movilizado. Una bruma de gases lacrimógenos. Algo que te repercute y te recupera en la pared o el espejo de tu pasado. Una identificación con los que siempre quisiste ser. Una especie de orgullo graficado en un rostro. Una complicidad con la música que te canta por dentro. Algo que te convoca a que estés cerca. Que no te abandona.
En ese blasón moreno de Almudena –creo que lo sabemos– hay mucho más poesía y barro que transacciones y mercados. Hay una memoria que late su duelo en medio del palabrerío de los canallas. Una sustancia que es enérgica que líquida: un gramaje universal de compasión, de ternuras escritas en sánscrito. Algo que viene desde el momento del beso. Desde el parto gutural del fuego. Desde la iniciación en la que se formaron quienes alguna vez me conmovieron.
Cuando crecemos vamos acelerando el ritmo de las muertes que se suceden a nuestro alrededor: parientes, escritorxs venerados, artistas lejanos de cielos desconocidos. El tiempo se convierte en un embudo que te silva los adioses. Y los recursos que uno cuenta para seguir erguido riman con alguna de las trascendencias posibles labradas por la sensibilidad a lo largo de los siglos.
Muchas de ellas as residen en la belleza que se nos escapa de las manos. Otras con la fe múltiple del que reza o con el fuero de quine carece de deidad. A mi me toca lo último: la sensación de que el sentido último se cocina en la forma explícita de narrar la generosidad. Y de hacerle la guerra a muerte al egoísmo y la maldad.
Esas últimas son alguna de las ideas de Almudena. Formas concretas y prácticas de varias trayectorias que nos atraviesan. Vidas que se hacen literatura al calor de un fuego interior que contagia, enardece y cura.
La soledad supone la ausencia. La lejanía. Pero al mismo tiempo incluye la forma esquiva de aferrarse a los que nos contiene.
Sea esa exploración, Almudena. La tuya. La que guía la hora de este adiós, de los que vendrán. Sin despedida.