El hijo de Cristina Navajas y Julio Santucho recuperó su identidad el 26 de Julio último. Ese fue el día que le confirmaron el parentesco con su hermano, el Tano, y con Julio, su padre.
En esta encrucijada latinoamericana, al sur de este continente plagado de heridas y señales, nosotros solemos recordar el 26 de julio con una plegaria de amor a quien el pueblo insiste en mencionar –con un dejo de tibieza sagrada– con el nombre de Evita.
Pero en esa misma fecha, también, en otra latitud latinoamericana y caribeña, la tierra se contagiaba –un año después del fallecimiento de Evita– de una corriente alterna en formato épico. Ese día de 1953 se quebraban los cristales imperecederos de Abel Santamaría, en el Cuartel del Moncada, y se empezaba a escuchar el perseverante rugido de un Caballo. Un bramido que duraría vivo hasta 2016, que influiría de forma decisiva en los Santucho, y que se empecinaría en permanecer vivo desde entonces.
Con esa fecha incrustada en calendario, al sur del amor, en el territorio en que la luz asume una forma indeleble de pañuelo blanco, el nieto 133 era anunciado. Sucedía dos días después del 26 de julio, cuando en forma sutil y apenas imperceptible, las tres historias se ligaban. Ese día la familia Santucho –arrasada por los genocidas– recuperaba un pedazo carnal de su conglomerado familiar unida de forma metonímica a los sucesos del Moncada. Por un lado, por la contigüidad ideológica y moral del Roby. Y por el otro, por esa origen santiagueño, cuyo gentilicio, en la isla, se nomina como santiaguero.
Con el asalto al Moncada en 1953 se inició la segunda etapa independentista latinoamericana y caribeña. Pero eses fracaso en Santiago de Cuba fue al mismo tiempo el punto de partida para una historia que todavía transita su ciclo de enfrentamiento, llaga y porvenir.
Las Abuelas recuperaron a 133 nietas y nietos. El último viernes volvieron a presentar en sociedad una vida adulterada, cambiada de forma oprobiosa por una operación que conjugaba el exterminio y el botines de guerra en formato de criaturas despojadas. Al mediodía del viernes, Estela Carlotto se sentó junto al padre y al hermano del nieto recuperado que esperaron 47 años para conocer el destino de su bebé nacido en febrero de 1977.
La historia de esta tierra que se ubica al Sur del Río Bravo tiene fechas que mezclan regocijo y congoja. Pero quienes velan sus desvelos de hogar y promesa, hacen de la memoria un sitio recurrente en donde las piedras y los huesos también transportan catálogos de esperanzas. Esa es una de las razones por las que se busca borrar de la faz de la tierra una imagen de Evita, que alumbra una de las avenidas más identitarias de Buenos Aires.
Toda derrota asume la paradoja de un vértice donde vuelve a latir una victoria. Su hechura siempre incluye rostros que enternecen la mirada y que nos ayudan a resistir el daño y la infamia. Ellas saben de historias que nos enorgullecen. Y debe ser por eso que se esmeran en encuentros que configuran –insistentemente– la armadura simbólica con la que nos acostumbramos a enfrentar a los eternos canallas de la vida, para seguir apostando al abrazo y la belleza.
Maravilloso.