*Flavia Delmas
En estos tiempos es imprescindible pensar en las formas que asumen las violencias, parto de entender que las violencias se expresan de diferentes maneras, aunque nunca deben interpretarse como fenómenos aislados porque de hacerlo se pierde la potencia política que su análisis requiere.
Cualquier tipo de violencia atenta contra la libertad, socava la democracia y sin lugar a dudas, en sintonía con lo que rezan las Convenciones ratificadas, son cuestión de Estado.
Estamos ante un escenario de violencias anarquizadas, fascistizadas si se me permite el neologismo, donde todos los componentes interseccionales como son el género, la edad, la clase social, la religión, la procedencia, entre otros, son expuestos como desigualdades infranqueables, la otredad se vislumbra como enemiga y el exterminio es la forma de saldar la encrucijada ante lo disruptivo.
En algún momento de mi trayectoria, me desvelaba lo azaroso de las situaciones de violencia doméstica, sin lugar a dudas, la violencia más extendida en nuestro país. Aparecían por doquier y en lugares no pre anunciados, sin denuncias previas, a veces en parejas ejemplares, en clases de gran poder adquisitivo donde parece que la vida está resuelta y en aquellas en donde las vulnerabilidades y desigualdades se suman de manera trágica, en vínculos jóvenes y en edades adultas, en diferentes sexos géneros, aunque principalmente en parejas heteronormadas.
A medida que fuimos trabajando la diferenciación y gracias a que los colectivos LGTTBI+ alzaron sus voces, pudimos ver otras formas que estaban invisibilizadas, negadas, barridas bajo la alfombra de una sociedad que muchas veces mira hacia otro lado porque teme enfrentarse con lo diferente que interpela.
Hoy creo que no es azar, es anarco colonialismo, es la dominación a través del sojuzgamiento, es el fuego redentor de la inquisición brotando desde el más rancio conservadurismo en la marginalidad de los nadies. Las violencias basadas en el odio que posan la mira en los cuerpos que deberían ser respetados, cuidados, hermanados. El objetivo es romper lo colectivo, destruirlo para darle lugar al quiebre irreparable, a la fragilidad extrema, al miedo perturbador de no saber cuándo, quién y dónde está el ejecutor por mano propia y por mando ajeno.
Me detengo allí, es preciso darle valor a lo simbólico, no es casual la creciente espiral de denigraciones, insultos, imágenes pornográficas y de abuso, eyectadas desde la cabeza del poder del estado, hace poco leyendo un texto de la mexicana Marta Ferreyra, había una metáfora que me pareció precisa para entender esto, se trataba de Alicia en el país de las maravillas con el huevo de Humpty Dumpty cuando le preguntan cómo se habla y el huevito le dice a Alicia que depende de quién manda.
No es un dato menor el círculo de violencia machista en la práctica política, la masculinización de los espacios y los discursos, la violencia política cuyo punto cúlmine fue el intento, aún impune, de magnifemicidio de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Vivimos en una realidad dislocada, en donde se atropellan las paradojas, las contradicciones permanentes, las ausencias de coherencias en el decir y hacer, el espanto de la venganza disfrazada de lucha contra una casta que no es tal, que recae sobre un pueblo desvalido que no halla el cause político que lo saque de esta pesadilla.
El desmantelamiento de las políticas públicas de género y la desfinanciación de las pocas que han quedado en pie alimentan el riesgo de miles de personas. El papel del Estado debe ser el de reconocer los problemas, dar cuenta de las desigualdades y trabajar para superarlas, la negación, la ausencia, la planificación de la política de la crueldad, no trae sino el desamparo y la desgracia.
Alguien supo decir que en momentos de desconcierto hay que volver a las fuentes, a lo genuino y sin dobleces. Cuando nos confunden, nos están engañando; cuando nos atropellan, nos violentan, nos discriminan, nos abandonan, nos señalan de manera inquisitiva, debemos resistir, una y mil veces, poner límites y buscar aquellas voces claras que nos devuelvan al camino de la vida y la felicidad, porque es posible, tenemos la potencia para hacerlo, en cada minuto de sombras recordemos los pañuelos blancos.
En estos días, donde la tristeza nos atrapa, pongámonos de pie, digamos sus nombres, no permitamos el olvido. Andrea, Pamela y Roxana, presentes! Ahora y siempre!
*Flavia Delmas es Secretaria de derechos humanos del PJ de Berisso.