Vos y yo, nosotros, somos tiempo. Andamos por la vida un periodo vital. Solo tenemos tiempo en las manos. Algunas ya ajadas. Otras febriles y llenas de ansias. Pero ninguno de los que atraviesa esta curva de velocidad vital tiene huecos suficientes para cargar agravios de perversidad manifiesta. ¿Cuánto espíritu sacrificial soporta la falacia que vivimos? ¿Cuándo el sufrimiento empieza a salir desde debajo de las alcantarillas y empieza a inundar a quienes fueron manipulados con el odio a los más desvalidos? Alguno, por ahí, dirá que la crueldad es la venganza del humillado.
Uno puede decir que la crueldad suele ser el resabio opaco de la humillación previa que no pudo mutar en compasión. Otro puede decir que la falta de empatía es la confortabilidad que espía al vapuleado por la mirilla de su indiferencia. O la satisfacción perversa del que disfruta del sufrimiento del otro porque esa escena garantiza de que no se es víctima de la herida.
Javier Milei disfruta de la ciénaga encendida del dolo; mira los casi 100 mil puestos de trabajo perdidos con la certidumbre del objetivo cumplido. Dice que no puede detenerse en la particularidad del sufrimiento porque sus ojos solo están capacitados para detectar fallas en las hojas de cálculo. El otrora panelista se autopercibe como un cirujano que no debe contaminarse con la emocionalidad del desvalido, sin percatarse acerca de que el objetivo de todo acontecer quirúrgico es proveer vida, y que su vileza lo estimula hacia la muerte.
¿Qué caldo de resentimiento vertical –hacia los vértices considerados inferiores– ha insuflado la pandemia? ¿Desde cuándo “patear al caído” es una actitud crediticia? ¿Cuánto de Tánatos hay sobrevolando los reservorios manchados del temor generado por el aislamiento, la consideración del otro como un potencial vector de enfermedad y el terraplanismo de la aprensión hacia el semejante?
No lo sabemos con precisión. Lo que si conjeturamos es que esa violencia es el resultado de un espacio vacío: de una “guardia baja” de la civilización por donde están entrando los golpes cruzados de las nuevas cruzadas reaccionarias. Otra vez el Islam como enemigo, otra vez las mujeres y las disidencias marcadas con el etiquetamiento de la hostilidad. Cruzadas e inquisición en una menjunje de redes sociales, infodemia y negación de las evidencias empíricas más evidentes.
Muchas preguntas para este clima enrarecido del “civilizado” occidente globalista. Derechas revestidas de púas y brutalidad ensombrecidas por el miedo a su decadencia blanca, WASP y/o europeísta: el terror a “ya no ser”, resquebrajado en el espejo de una emergencia china, rusa o india.
El tiempo que nos piden es el que no soporta a quienes están cambiando el orden global. Es el lapso en el que se pretende reprimirnos. Es el que se agolpa en las cárceles. El que se detiene en las colas del hambre. El que se impone con depresión, pastillas, videos o sueños de cementerios.
Sepamos que ese tiempo de narcisismo y codicia solo tiene capacidad para ensuciar la llaga. Nunca podrá aliviarla. Lo sacrificial nunca puede postularse para limitar la entrega: no es compatible con la proscripción, el despojo, o el saqueo. La esperanza solo es funcional al encuentro con los otros. Nada de lo esperable está en el aislamiento de un “sálvese que quien pueda”. En ese costado sombrío sólo transita la soledad, la amargura y la muerte.
No le concedemos tiempo porque es lo único que tenemos. Empezamos a olfatear el temblor de la tierra como si fuese un zapateo de las conciencias. Asumimos –con serena impaciencia– la efervescencia que late en todo lo que está por venir.