El niño vino a la fragua

En un tejido de sentidos con reminiscencias tanto correntinas como republicanas, el autor cruza está enorme poesía de García Lorca con el desamparo de Loan. Nota de Matías Fernández Madero.

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,

mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.

Estoy preparando para presentar unas canciones que escribí hace tiempo que hablan de la vida campesina, de la producción y de la sanidad animal. Me dijeron que presente seis y como solo tengo preparadas cinco decidí presentar otra que no tiene nada que ver con la temática de las anteriores. Esta última es un aire de zamba sobre la letra de ese drama poético que es el Romance de la luna luna de Federico García Lorca. Mientras la estaba cantando sin querer me vino una profunda congoja y la pregunta de que si Federico habrá escuchado hablar de Corrientes. Ese diálogo entre la luna y el niño toma un cariz estremecedor cuando se deja que resuene abarcando mucho más allá de donde fuera escrito y dejándolo que llegue hasta la provincia de los esteros. El niño preocupado por la luna pidiéndole que huya, y la luna, resignada, sabiendo el desenlace, le pide al niño que la deje bailar; como diciendo que no hay nada que hacer, que ya está todo escrito. Y el pueblo que alguna vez fue cómplice, o algo parecido, comienza a llorar, dando gritos. El aire lo abarca todo, el aire todo lo vela, pero el clima es de fragua. Algo se está fraguando. Lo que antes se callaba ahora se grita, se llora. El aire, con sus canales, y el aire con esas nuevas formas de voces veloces y cortas que todo lo velan, intentan confundir, aturden. Pero la fragua se impone. Para colmo la zumaya, ese pájaro de mal agüero, resuena de fondo, desde el árbol, desde un lugar importante, todos lo escuchan. Es imposible ignorar su canto. Este nueve de julio toma una dimensión nunca imaginada. Una dimensión infinita que brota desde un pequeño pueblo con nombre de fiesta patria, de una pequeña localidad correntina, desconocida hasta hoy. La fecha patria transmuta; de nación a pueblo, y desde ese pueblo se irradia hacia todo el país nuevamente. Todos queremos que aparezca; todos queremos que lo que parece evidente salga a la luz de una vez. Mientras tanto un pueblo conmocionado, y cansado quizá, decide manifestarse. Posteos pidiendo que aparezca con vida, porque con vida se lo vio por última vez. Independencia es lo que rememoramos el nueve de este mes. En el interior más profundo de nuestro pueblo, al menos por estos días, la fragua está transmutando algo tapado por mucho tiempo, la independencia toma otra dimensión. Tocando el tambor del llano, tocando «costumbres» con amplias complicidades. Dentro de la fragua el niño tiene los ojos cerrados, y al mismo tiempo por el cielo va la luna con un niño de la mano.

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