Devoto del violador

Milei y Trump en el juego de tronos. Nota de Jorge Elbaum.

La victoria electoral no logra disimular la sordidez de un país que continúa su sendero de degradación narcótica e imperial. Mientras insiste en presentarse como paradigma de liderazgo institucional y presume de un poder económico del que carece, exhibe a un presidente electo cercado por delitos y negacionismos de todo tipo. 

Al sur del continente, su acólito vasallo Javier Milei logró con desesperación lasciva una foto con su admirado Donald Trump, exhibiendo la gestualidad paradigmática del desclasado atravesado por una excitada sumisión. 

Trump transitó la campaña electoral interpretando dos demandas de la sociedad estadounidense: el malestar que provoca el derrumbe de una engreída superioridad y la consecuente pérdida relativa de poder respecto a los BRICS+. Por su parte, el aspirante a dictadorzuelo doméstico se encaramó en el vértice formado por las derivas psíquicas de la pandemia y la medianía impotente y frustrante de Alberto Fernández, quien confundió la pretensión de instituir “un país normal” con darle continuidad al modelo normalizado de Mauricio Macri. 

En la conjunción bizarra entre Milei y Trump se puede revelar el devenir trágico que suele acompañar la suerte de quienes asumen el rol de soberbios villanos. Algo de la actualidad eufórica doméstica, identificada como fiesta financiera, augura el final previsto para las experiencias neoliberales previas. 

En ambas victorias electorales –acontecidas con un año de diferencia– se puede apreciar una relación inversa entre la grandilocuencia y la basura que se acumula debajo de la alfombra. Nerón, Calígula, Mussolini y Hitler dan testimonio de esa secuencia fallida y funesta.  El 5 de marzo de 1933, el portador de un raro bigotito chaplinesco obtenía algo más de un 40 por ciento de los votos y lograba formar gobierno gracias al aporte del centrum político que contribuyó el porcentaje de representantes necesarios para conformar el VIII Reichstag. Su campaña estuvo orientada a canalizar el odio a los comunistas, los socialistas y los judíos. El último 5 de noviembre, Trump obtenía la presidencia y la mayoría de ambas cámaras, después de llevar a cabo una campaña plagada de insultos y estigmatizaciones.  

Algo une al peinado raro con el bigotito estrafalario. Ambos dirigentes triunfantes llegaron al poder luego de ser convictos de diferentes delitos. En el primer caso, Adolf Hitler fue condenado por el fallido Golpe de Estado de Múnich, en 1923. En aquella ocasión, el fundador del partido nazi quiso imitar a Mussolini en la Marcha sobre Roma, pero no logró su cometido. La intentona fue abortada, y como resultado de la misma murieron cinco policías. 

En el segundo caso, en 2024, Donald Trump, se convirtió en el 47° presidente de los Estados Unidos luego de ser condenado en tres causas: violación sexual, difamación contra la mujer de la que abusó sexualmente y administración fraudulenta destinada a ocultar delitos. En este último caso se lo encontró culpable de tergiversar sus balances para (a) esconder pagos a prostitutas, (b) mejorar su perfil crediticio para obtener préstamos y (c) llevar a cabo campañas de difamación programadas para deslegitimar a competidores políticos a través de medios de comunicación. 

Además de estos últimos procesos judiciales, que ya fueron sustanciados y que resultaron en condenas para el presidente electo, acumula el récord de estar acusado en media centena de cargos, cuyos procesos judiciales no han completado la instrucción o no han llegado a la etapa de juicio oral y público. Una de esas imputaciones, probablemente la más grave de todas, se relaciona con la complicidad en el ataque al Capitolio, cuya investigación ha quedado en estado de stand-by judicial gracias a la complicidad de la mayoría automática conservadora de la Corte Suprema. En aquella ocasión, en 2020, Trump se negaba a aceptar la derrota y alentaba a sus seguidores a impedir la reunión del Colegio Electoral. 

En esta causa figuran los cinco nombres de quienes perdieron la vida en esa intentona golpista. Curiosamente el mismo número de personas ejecutadas por las hordas hitlerianas durante el putch de la cervecería de 1923. Las coincidencias suelen aparecer como vagas sombras en el trayecto criminal de ambos.  

El ejemplo roto

Estados Unidos se ha ofrecido durante más de dos siglos como el paradigma de la democracia, vociferando la coincidencia de consensos bipartidistas. El más importante de ellos ha sido la funcionalidad al poder real de las corporaciones trasnacionales, Wall Street y el Complejo Militar Industrial. Ninguno de estos tres factores tuvo que recurrir al Deep Power: solo a ordenar las piezas de un tablero donde las diferentes fracciones empresariales se disputan prebendas internas o externas para incrementar sus beneficios. Esos tres colectivos han guiado la política de los Estados Unidos de forma omnímoda, beneficiando a los grandes propietarios y accionistas, a expensas de los trabajadores de ese país y del resto del mundo. 

La soberbia de la globalización produjo su vástago más inesperado: la China industrializada y unos Estados Unidos más empobrecidos. Es verdad que en estos 50 años las grandes fortunas –mayoritariamente localizadas en Occidente– se incrementaron de forma exponencial.  Pero la financiarización y la desindustrialización ha suprimido millones de empleos de calidad, generando una progresiva precarización laboral al interior de los Estados Unidos. En forma paralela, los mismos beneficiarios de la globalización decidieron atraer inmigrantes para disminuir los salarios internos de los servicios. Millones de inmigrantes latinos, mayormente mexicanos, iniciaron una peregrinación hacia la frontera sur para conseguir puestos de trabajo que los propios estadounidenses consideraban desechables por sus salarios miserables. 

El superhéroe de la cabellera anaranjada, que asumirá con 78 años su segundo mandato, le ha ofrecido al electorado dos soluciones. Una de índole económica, basada en el neo nacionalismo industrialista. Y la otra de carácter cultural: la persecución contra el chivo emisario elegido epocal, el inmigrante junto al universo simbólico que lo ampara, el denominado relato Woke, expresado en el respeto por la diversidad y la defensa de las perspectivas de género. 

En este último aspecto, Trump llega a la presidencia después de quebrar un consenso bipartidista iniciado en la década del 60 del siglo pasado, cuando Martin Luther King postuló la necesidad de combatir el racismo e impulsar de forma sistemática los derechos civiles. Como negación de ese acuerdo, en el que se soñaba el fin de la racialización, el magnate neoyorkino apela al discurso xenófobo, homofóbico y misógino, combinando reivindicaciones patriarcales con consideraciones supremacistas. 

A nivel doméstico, Trump asigna la responsabilidad de los males al chivo emisario del inmigrante, de la misma forma que Hitler impuso el escarnio a la izquierda, los gitanos y los hebreos. El programa trumpista se completa con una guerra híbrida contra la República Popular China, por el “delito” de animarse a desafiar la supremacía imperial estadounidense. La propuesta del republicano supone asumir el fracaso del proyecto financierista que se apalancaba en el relato de la irrupción de la “sociedad del conocimiento” y consideraba como insignificantes las producciones industriales de bienes materiales. 

En ese marco, la motivación fundamental de la decisión tomada por los grandes capitales estadounidenses hace medio siglo se basó en el proverbial deseo de arrasar con la clase obrera estadounidense. El mismo colectivo que en la actualidad es interpelado por el presidente electo para “hacer grande otra vez a América”, luego de perder el sitial central de la economía global.  Según las estadísticas oficiales de los organismos públicos de Washington, el gran imperio del norte cuenta con 38 millones de pobres, 20 millones de indigentes y 40 millones de adictos a estupefacientes, portadores de diferente grado de riesgo. 

El proceso de desindustrialización –que tuvo seguidores entusiastas entre los neoliberales latinoamericanos con predilección por la timba financiera– generó empobrecimiento, marginalidad y precarización laboral. Esa misma avaricia de los grandes empresarios fue acompañada por una demanda creciente de mano de obra barata migrante, capaz de trabajar por la mitad del salario demandado por los ciudadanos estadounidenses. 

Luego de precarizar a los trabajadores y ampliar el beneficio mediante la explotación laboral –al igual que Adolf Hitler un siglo atrás– fue necesario crear un sujeto responsable de los resultados de dichas políticas, útil para aglutinar el malestar: en 1933 fueron los comunistas y los judíos. Hoy, los etiquetados e inferiorizados pasan a ser latinos y centroamericanos, especialmente mexicanos. 

Esa es la razón estructural que habilitó la victoria electoral del doble convicto Donald Trump. La mayoría de la sociedad estadounidense decidió consagrarse al pragmatismo para someterse a quien los invita a recuperar el trabajo industrial y el liderazgo económico perdido. Probablemente el electorado desconozca la verdad estructural que condiciona dicha política desesperada: Trump pareciera estar llegando un poco tarde para desarmar las cadenas de valor que tienen a China como vector central en lo relativo a la producción de bienes y su comercialización. 

Esa es la razón por la que el futuro gobierno intentará al mismo tiempo debilitar al gigante asiático y a su respectiva red de sustento geopolítico sustentada en los BRICS+: la locomotora China se presenta como como imparable mientras estrecha los lazos con el Sur Global. 

Lo que no tapa la alfombra

En total, el presidente electo acumuló, antes de las tres condenas dictaminadas, 91 cargos. Probablemente la causa más grave quedó sin ser tramitada gracias al blindaje judicial: en enero de 2020 miles de manifestantes impulsados por Trump intentaron impedir que el Colegio Electoral eligiera al candidato triunfante, Joe Biden. Ante ese hecho violento, dos Estados -Colorado y Maine- consideraron que el magnate lideró una insurrección, razón por la cual debía apelarse a la Tercera sección de la 14 enmienda, con el objeto de proscribir a Donald Trump. Esa normativa consigna que “Ninguna persona podrá (…) ocupar ningún cargo, civil o militar habiéndose involucrado en una insurrección o rebelión contra la Constitución…”. 

Frente a dicha situación, el Tribunal Superior del Estado de Colorado especificó que “los acontecimientos del 6 de enero constituyeron un uso público y concertado de la fuerza o amenaza de fuerza por parte de un grupo de personas orientado a obstaculizar (…) la transferencia pacífica del poder. Según cualquier definición viable, esto constituyó una insurrección”.  Según los magistrados de ambos Estados, Trump podría arrasar con el sistema político en el caso de ser electo. 

Frente a tal declaración de los tribunales de Colorado y Maine, los abogados de Trump realizaron una presentación en enero de 2024 ante la Corte Suprema, con el objetivo de evitar la proscripción. La mayoría automática de los supremos estadounidenses –de predominio conservador– logró evitar la exclusión política exigida por los jueces de los tribunales superiores de Maine y Colorado. Sin embargo, en aquellos juicios en que no pudo ser protegido por los cortesanos supremos, el resultado fue ser declarado culpable, en dos procesos diferentes. En el primer caso por abuso y violencia sexual ejecutados por el electo presidente en 1996. En el segundo, por difamar a la víctima que fue ultrajada, la escritora Jean Carroll. 

La imputación de violación contra Trump concluyó en mayo de 2023 con una condena, avalada por unanimidad por un jurado de nueve miembros, que castigó al acusado con una reparación de cinco millones de dólares. La segunda demanda se tramitó luego de que el convicto intimidara y difamara a Carroll para intentar que se llamara a silencio. “El hecho de que el señor Trump –señaló el juez de la causa, Lewis Kaplan– abusó sexualmente, de hecho, violó, a la señora Carroll ha sido establecido de manera concluyente y es vinculante en este caso”, señaló el magistrado antes de amenazar al ahora presidente electo.

El tercer proceso en el que fue declarado culpable, en abril último, se vincula con la defraudación y la manipulación de los Estados Contables. En total fueron incorporados en el expediente un total de 34 delitos que incluye la falsificación de registros contables para ocultar vínculos extramatrimoniales con una actriz de cine porno y una modelo de la revista Playboy. El fiscal Matthew Colangelo fue el encargado de presentar los cargos: “El acusado orquestó una trama criminal para adulterar las elecciones presidenciales de 2016. Luego encubrió esa conspiración criminal falsificando sus registros comerciales para sobornar y silenciar a quienes podían ensuciar su campaña electoral”.

La acusación contra el exmandatario incluye la compra de voluntades mediáticas para tapar irregularidades propias, y operaciones para mancillar la reputación de sus competidores políticos. El ex director de la revista National Enquirer, David Pecker, reconoció frente al jurado que sobornó a la modelo de Playboy Karen McDougal, por pedido de Trump, para encubrir su romance. El mismo Pecker declaró que fue el encargado de asumir la responsabilidad por abonar 30 mil dólares al portero de la Trump Tower, para evitar que trascendieran los encuentros con dos docenas de mujeres. 

En otro tramo del juicio, el magistrado Juan Manuel Merchán exhibió las evidencias documentales de cómo el entonces abogado del acusado, Michael Cohen, transfirió 130 mil dólares a la actriz de cine pornográfico Stormy Daniels para garantizar su silencio en los meses previos a la elección de 2016. Pecker asumió además que ejecutó tareas de difamación programada contra opositores a Trump en la portada de su diario, National Enquirer. Esas tareas “por encargo” fueron descriptas por el propio director como una forma de “periodismo de chequera”, consistente en ensalzar o encumbrar a los aportantes y, al mismo tiempo, demonizar a sus contendientes. 

El magistrado dispuso varias órdenes de silencio a Trump para evitar el repetido hostigamiento y el asedio a los jurados, los fiscales y sus familiares, impulsado por Trump desde su plataforma Truth Social. Trump no tuvo empacho en acosar mediáticamente a la hija del juez Merchan y –según la fiscalía–  se resistió a cumplimentar las exigencias del juez respecto a la discreción exigida a un imputado. 

En el marco de la causa por tergiversación contable, se lo condenó a pagar 355 millones de dólares por inflar el valor de sus propiedades con el objeto de obtener facilidades crediticias. También se le impuso el pago de cinco millones de dólares de indemnización por abuso sexual contra la columnista Jean Carroll, y se lo multó en 85 millones de dólares por difamarla y calumniarla luego de ser probada la conducta sexual inapropiada contra Carroll. 

Es la primera vez en la historia que un violador asume la presidencia después de haber sido condenado. Su amigo Javier Milei lo celebra. Algo rancio se condimenta con sangre en el desván sombrío del imperio decadente. Las primeras víctimas serán sus propios ciudadanos. Para ese entonces Milei solo será un rancio recuerdo bizarro, paradigma de una historia que será difícil explicarle a nuestros descendientes. 

Compartí tu aprecio

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *