
En el medio de la máquina que escupe ímpetu y que zurce las partes de un andar de durezas con fierros, está el laburante.
Detrás de las horas cedidas a unos papeles marcados por los trayectos de la burocracia circulante, está ese empleado que titila. En su intersticio –con madrugada, despropósito y sin asombro– se puede observar la figura de quien defiende sin muchas ganas su subsistencia.
En la esquina de la sinrazón, alineada dentro de cada uno de sus lapsos, están los minutos caídos de las tareas de trapo con cuidado y las ventosas de la limpieza hogareña que ejecutan las mujeres.
En el pozo del tiempo que hace perder la memoria del día de ayer, está la cronicidad del hombre solo que espera, cuando una mujer lo espera trabajando.
En esa nimiedad múltiple y cansina de biografías discurrimos quienes hacemos el circuito de las horas en camino a ese vecindario ineluctable.
Mientras los años se lanzan como sombras, el trabajo permanece en su registro alternativo de creatividad o de contrato envilecido.
De autonomía o de expoliación.
De padecimiento o de orgullo.
En febrero de 1933, luego del ascenso de Hitler al poder, Brecht abandona Alemania y pocos meses después empiezan a quemar sus libros. El 10 de mayo de 1933 se lleva a cabo la quema pública de libros «anti alemanes» en 34 ciudades universitarias. Lejos de quedar enterrado en las llamas, su poema “Preguntas de un obrero que lee” sigue interrogándonos desde la razón vital de la Fuerza de Trabajo.
¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir?
¿En qué casas de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China?
La gran Roma está llena de arcos de triunfo.
¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares?
¿Es que Bizancio, la tan cantada, sólo tenía palacios para sus habitantes?
Hasta en la legendaria Atlántida, la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían, gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota Fue hundida.
¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas
