Mientras ellas continúan acurrucándose en los pliegues de su dolor interminable, que es también el nuestro,
y las imágenes de sus hijas e hijos recorren el esternón de toda biografía humana
los lacayos de la crueldad insisten en la reivindicación de su sadismo con clavos de charreteras.
Advertimos cómo amplifican su terror mercantil, armados de micrófonos del formato de picanas,
observamos cómo abominan la compasión cual si fuese una derretida apostilla de la debilidad.
Detectamos, desde los velos de la memoria, cómo ejercitan la crueldad en formato de desprecio
mientas instituyen el miedo proyectado, servido en los cuencos podridos de la frustración y el desdén.
La mesa de los rotos, mientras tanto, se sirve entre quienes se enorgullecen de la indiferencia
en el minuto exacto en que se ufanan de violar compañeras y repartirse a sus criaturas:
A veces la vida tiene dificultad para los grises:
en un lado atraviesa la geografía cardíaca con pañuelos blancos
en la otra orilla, cerca de la fermentación, acarrea a lúgubres jinetes de la muerte.
Un develo de horror exacto y preciso.La diseccion del mal.Necesitamos el aire de los pañuelos blancos para salir de la apnea del horror.Gracias Jorge