Los tres caminos de la paz

La contratapa de P/12 de hoy.

Mientras reunía material para los ensayos cortos de mi libro Lo femenino, hace unos años, descubrí a algunos primatólogos a los que, después que el libro estuvo terminado, seguí leyendo. En aquel momento, estaba trabajando en la estructura de ese libro, que en la bajada anclaba la idea: aproximaciones a las mujeres como enigma. En los restantes ensayos y en el cuento que incluye el libro hablaba sobre cultura. Me interesaba un punto de vista biológico.

 Algo había leído sobre los bonobos, y esa especie fue el tema de uno de los cuatro ensayos. Pero lo que esa búsqueda me proporcionó fue mucho más que información sobre esos primates deliciosos, cuya vida en comunidad se organiza a través del sexo, que comparten todo y no derraman sangre. Lo que me impactó fue el amor con el que los primatólogos que los han estudiado en trabajos de campo o en hábitats naturales, hablan de ellos. Me encontré con palabras enamoradas. A todos ellos los bonobos les habían devuelto la esperanza en la especie humana.

Compartimos el 98 por ciento del ADN con los primates. Y la pregunta que hoy concierne a nuestra especie, en este atroz estado de situación del mundo, es en qué nos estamos convirtiendo, hacia dónde estamos mutando, que de lo humano solo conserva, y exacerbada, la ira, el odio, el desprecio, el goce de matar, de linchar, de prender fuego. Las audiencias y los públicos y “la gente de bien” se han vuelto malvivientes,  malpensantes, turbas híbridas. Las condiciones materiales de vida a la que somos arrastrados por la política económica de Milei son las ideales para fogonear cada uno de los bajos instintos: la competencia por un puesto de trabajo, el buchoneo, el carnerismo, el recelo, la envidia, la violencia, el machismo. 

Nunca hubo tantos canallas. Canallas descarados. Actuando como grandes entretenedores de idiotas, diciendo mentiras o pavadas, chorros inconcebibles que no se detienen ni ante las reservas de oro, gusanos que acusan de gusanos a los otros, y la lista de esta descomposición moral sigue, es larga, es inaguantable. Y también es una lista múltiple y confusa, porque como hemos visto esta semana, con el caso de Alberto Fernández, con esa revulsiva doble moral, estamos en una emergencia ética muy grave. 

Venimos de los primates y vamos hacia algo desconocido. Ahí, en lo desconocido, no hay lealtad ni amistad. No hay vínculos. Como no hay vínculos en LLA, donde todos tiran a matar al de al lado y todos juntos quieren eliminar al resto. Ahí en lo desconocido, en lo regido por algoritmos y timba, por la banalidad y la traición, no nos espera nada deseable ni alegre. Prefiero, entonces, volver sobre los animales.               

Richard Wrangham, un primatólogo de Harvard, viajó hace cuarenta años al Congo, para conocer al primatólogo japonés Takayoshi Kano, el primero en estudiar a los bonobos en su habitat. Trabajaron juntos en Wamba, donde Kano se había mudado hacía más de veinte años para estar entre bonobos. Cuando Kano publicó el primer libro de estudio sobre esa especie de primates, Wrangham escribió en un prólogo que el que decía que la de los bonobos “es una historia de demonismo derrotado”. Tomé nota de esa frase, ya que el verdadero objeto de estudio de Wrangham, en esas investigaciones, era el origen de la violencia humana. 

¿Por qué habla de “demonismo derrotado”? Con el tiempo el primatólogo dio una respuesta: los bonobos habían sorteado con éxito tres variables, “un triple camino” que había extirpado la violencia de sus comunidades, en las que las peleas se resolvían con sexo bisexual y en las que, políticamente, las hembras viejas, en tanto madres de los alfa, seguían impidiendo el derramamiento de sangre. Habla de “un triple camino hacia la paz”. Solo en paz resurgen las pasiones alegres. 

El primer camino fue la reducción de violencia en las relaciones entre sexos. A diferencia de lo que ocurre con gorilas, orangutanes y humanos, entre los bonobos no se registran apareamientos forzados. No hay evidencia de violencia ni de machos contra hembras ni viceversa. Tampoco existe el infanticidio. Los machos tienen el doble de fuerza que las hembras, pero desconocen el uso arbitrario de la fuerza contra un semejante. 

El segundo camino hacia el demonismo derrotado que señala Wrangham es el equilibrio en las relaciones entre machos en una misma comunidad. Con los de otras comunidades deben pelear, porque son animales territoriales que luchan por los recursos de supervivencia, pero ¿cómo pelean? Tragicómicamente. Nada nunca es demasiado importante como para matar al otro. Saben instintivamente cuándo una pelea está ganada o perdida, y siempre es antes de que alguien muera.

Finalmente, el “tercer camino hacia la paz” es precisamente el equilibrio entre diferentes comunidades de la misma especie. En l986, un primatólogo japonés, Idani, estaba en Wamba en un claro donde habían esparcido caña de azúcar para atraer a los bonobos. Idani esperaba escuchar los chillidos agudos de una comunidad acercándose, pero escuchó de pronto chillidos que venían de diferentes direcciones. Dos comunidades iban a disputarse la caña de azúcar. 

Los dos grupos, al advertirse mutuamente, se miraron recelosos. Poco a poco, como en cámara lenta, los dos grupos se sentaron uno cerca del otro, mientras seguían chillando. Se estaban dando un tiempo para elaborar una estrategia. De pronto, una hembra del primer grupo se paró y se ubicó en el otro grupo. Un rato después, una hembra del otro grupo de acercó a ella y comenzó a acicalarla, para después tener sexo juntas. Idahi nunca había visto ese comportamiento en primates. Durante las dos horas siguientes, los dos grupos fornicaron alegremente, y luego se repartieron entre todos la caña de azúcar. 

Estos tiempos de extrañamiento, de irracionalidad y de desprecio insultante también pasarán. Pero es ahora que tenemos que decidir si volvemos a los animales reconociendo que pese a nuestras habilidades, como especie, no hemos logrado preservar la vida, la alegría, nuestra salud y la del planeta, o nos rendimos a nuestro destino de zombis que serán programados para matarse entre ellos, mientras en la terraza del mundo diez pillos cuentan sus millones.   

Compartí tu aprecio

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *