El escritor jujeño Alejandro Díaz Peñaloza relató hace un siglo la historia de un paisano integrante de la comunidad de Juella, un pueblito a la vera de la quebrada del mismo nombre. Don Heriberto Hernández –doble H, así lo llamaban– decía que los jóvenes sólo aprendían a volar si sentían una aprobación tácita que generalmente era acompañada por un simple gesto disimulado. Doble H aseguraba que son los adultos mayores los han iniciado las revueltas en la historia de la humanidad. Sucede –explicaba el vecino de Juella con fundados datos– que los historiadores suelen suprimir en aras de las descripciones más expansivas de los movimientos sociales.
Doble H, contaba Díaz Peñaloza llevaba un registro pormenorizado desde la antigüedad hasta el presente. Las revueltas de Babilonia, consignaba Don Heriberto, habían sido impulsadas inicialmente, en la clandestinidad por unos ancianos sabios nativos de Uruk. El padre de Abraham se llamaba Taré. Doble H consignaba en su cuaderno de tapas grises y blancas que vivió 205 años y que se constituyó en el patriarca más importantes de un movimiento revolucionario que tuvo a su hijo como continuador: Abraham, quien a los 75 años fue premiado por su deidad con una paternidad tardía y que homenajeó a los adultos mayores con rituales que solo los mayores de siete décadas –con facultades mentales plenas–son capaces de replicar. Según el sabio de Juella, el patriarca del monoteísmo había sido educado en “el motín de los ancianos”, uno de los relatos arcadios que conforman las tablillas más recónditas y cuidadas de la zona de Borisippa, Kish, Isin, Larsa y Ur. La que sugiere que todo empieza por ellos. Por la raíz. Por el eco anterior. Por la voz imperecedera. Por el mandato de coraje grabado en las arrugas de una historia.
Los seguidores de Espartaco, en el siglo I antes de nuestra era –señaló Doble H–fueron impulsados por el espíritu órfico que aseguraba la inmortalidad a aquellos que lograban enfrentarse a las tinieblas. Los encargados de transmitir la cultura tracia –zona de donde provenía Espartaco– eran los ancianos que gobernaban las 22 tribus en las que se criaban. En uno de los párrafos más citados de Doble H, que encabeza el epílogo de su obra más conocida, se puede leer: “los jóvenes intervienen después que los ancianos despejan el camino”.
El nieto de Heriberto Hernández, también jujeño, participó de la movilización de la semana pasada en la que los adultos repudiaban el veto del actual presidente. Escribió una larga crónica de lo que vio y de lo que sintió, luego de ser atendido en una guardia oftalmológica, debido a los gases recibidos. Nos compartió un párrafo por WhatsApp que nos autorizó a divulgar:
“Caminaban despacio. Algunos un poco encorvados. Tenían gendarmes y policías frente a ellos. Los rodeaban con toda la parafernalia apta para una guerra. Los uniformados, por detrás de sus escafandras de violencia, miraban a los manifestantes como si fuesen despojo y escoria. Se reían al ver ese colectivo tan endeble. Las charreteras informaban que habían sido enviados para sembrar un miedo de gases. Para interponer el gran muro de los metales, los carros de asalto y las amenazas. Frente a los longevos manifestantes desfilaban los mercenarios del vil oficio. Pero en el espejo de sus cascos a prueba de sensibilidad estaban incapacitados de ver lo que se avecina en el corto y mediano tiempo: las columnas inmensas que siempre siguen la convocatoria profética de una voz anciana, e indeleble. Son los ecos rugosos del ´motín de los ancianos´ la campana de largada a un tiempo de ebullición y coraje.”