El último lunes el Papa Francisco advirtió sobre la irrupción de “las nuevas formas de populismo”, que levantan banderas de xenofobia y racismo, demonizando en forma permanente a los migrantes que huyen de guerras o buscan un destino a mejor al hambre del que provienen. Se refería al populismo tal como es utilizado para referirse al fascismo y al nazismo, cuyo horizonte político-económico coincidía con las grandes burguesías europeas, horrorizadas por el crecimiento de los partidos de izquierda.
El término populista a recorrido un largo camino. Y sus usos son tan dispares, contradictorios y abarcartivos que su significación termina siendo confusa y vacía. Esa particularidad de concepto equívoco suele ser utilizado, paradójicamente, para instituir divisiones donde no las hay y abroquelar colectivos donde existe una frontera claramente demarcada.
El origen del término se remonta a Rusia a mediados del siglo XIX. Los narodniqui (populistas) consideraban que se “debía ir hacia el pueblo”, sobre todo hacia sus tradiciones agrarias y su cultura ancestral. El populismo ruso nace emparentado del romanticismo europeo, con una versión más caucásica, es decir más encarnada en la cultura contenida e introspectiva de característica de la ortodoxia eslava. Los narodniqui se oponían fuertemente a la dictadura de
los zares, recurrieron a tácticas de violencia, similares a los anarquistas de su época, y disputaron el liderazgo de los sectores populares rusos junto a los socialdemócratas y socialistas (mencheviques y bolcheviques).
En la actualidad, quienes lo utilizan han cargado su sentido, alternativamente, de negatividad, ambigüedad y potencialidad.
Los populistas rusos consideraban que el pueblo se encontraba situado en un lugar antagónico a las elites, a los sectores poderosos. Sin embargo, el liberalismo estigmatiza al populismo al considerarlo como un “viaje hacia el pueblo” con el único objeto de manipularlo.
Los populistas –en la versión Adam Smith, civilizatoria del humanismo decimonónico eran vistos como falsarios que no creían en absoluto en el pueblo, sino que lo usaban para sus intereses de elite. Eran demagogos al servicio de interés corporativos.
En la actualidad sucede algo similar. Se denomina populistas a quienes detenta proyectos claramente enfrentados: a los renovados partidos nazis y a sus enemigos, aquellos que los confrontan, como PODEMOS en España.
Las nuevas ultraderechas europeas, parientes del trumpismo estadounidense, tienen en común el odio al extranjero, el suprematismo blanco, la islamofobia y el racismo más o menos explícito. Por el contrario, los nuevos formatos verdaderamente progresistas y los nacionalismos populares revolucionarios de América Latina –como el chavismo, el kirchnerismo, el correísmo, el PT brasileño o el Movimiento Al Socialismo (MAS) boliviano—también suelen ser nominados con esa catalogación.
Existen dos tipos de explicación para poder desentrañar las motivaciones de dicha confusión.
Por un lado, el interés del neoliberalismo –forma hegemónica de la fase actual del capitalismo— por englobar a todo lo que no es funcional a su control en una única argamasa indiferenciada y demonizada. Por el otro, la clara intencionalidad de debilitar toda forma de antagonismo progresista –y democratizador—confundiéndolo y con versiones autoritarias y fascistas.
Francisco hace un uso del término vinculado a la versión fascista, que simpatiza con el odio al extranjero. De ahí su condena indirecta a al Liga Norte, versión italiana actual de los seguidores de Mussolini, para quienes la patria es un concepto xenófobo.
En América Latina, el populismo es un término en disputa desde hace siete décadas. La tradición lacaniana de Ernesto Laclau refundó su acepción otorgándole pasaje ruso: se trata de volver al pueblo, de ir hacia él como garantía de democratización. Frente el peligro potencial de ese significado, los patriarcas del privilegio desvalorizan su potencialidad asociándolo a la demagogia. Lo que en el fondo está en juego es la palabra Pueblo, que remite a la voluntad colectiva, sobre la que se funda la democracia.
A diferencia de Europa, en la Patria Grande, los populismos nunca se asociaron directamente a la xenofobia ni al racismo. No dejemos que el concepto de pueblo sea ensuciado por quienes solo buscan desvincular a las grandes mayorías de un proyecto de inclusión social.
El último párrafo es la clave de todo .
Los que manejan el discurso comunicacional hegemónico demonizan este concepto , y la clase media tonta se come el » cuentito » .
La opción que le ofrecen a la clase media es su verdugo.