Los modelos narrativos más tradicionales y extendidos en cine y televisión se caracterizan por sostener como poder inamovible a ciertas instituciones del Estado; específicamente las que más se encuentran asentadas simbólicamente desde la idea de Autoridad. Con una mayúscula que le confiere carácter indubitable: ese Uno hacia el cuál los mortales deben supeditarse.
En tal sentido, si bien trabajos – en general documentales – que se dedican a exaltar los ejércitos, como en la exhibición del cuerpo militar en la película más popularmente extendida de propaganda nazi, “El triunfo de la voluntad” de Leni Riefenstal, no resultan ser esas tropas quienes más condensan la misión. Por dos aspectos: el primero es que en tales películas el hecho de la propaganda es explícito; es en el segundo donde se encuentra el eje principal del problema: porque para representar a la institución policial, y sobre todo al Poder Judicial, la operatoria se presenta desde una pretendida transparencia, como si tal imagen refiriera a la vida misma. Es el hecho mismo de la representación que trabaja en función de la analogía metafórica y frecuentemente de pretensión literal con el objeto, de modo que durante el proceso de identificación los espectadores no distingan la diferencia. Desde tal emplazamiento de las imágenes, ciertos estereotipos instituidos en el tiempo se caracterizan por lo que muestran y omiten.
Por ejemplo, si en las formas más enquilosadas de los géneros cinematográficos tradicionales se construyen villanos estereotipados – o sea, investidos de rasgos “negativos” – , el otro aspecto de esa construcción son los destinatarios de esas construcciones: un público que mayoritariamente ya alberga esos tópicos. El potencial crítico de este modo queda cognitivamente cancelado. Si el mecanismo tiene éxito, lo llegará a detestar hasta no importarle su destino luego de su posible apresamiento final, muerte o similar. Es exactamente la operatoria de la película “El secreto de sus ojos” de Juan José Campanella, que lleva en modo directo a la justificación de la venganza por mano propia.
El poder mas intocable parece ser el judicial. Presencia jerárquica y omnipresencia amenazante: un doble y siniestro estatuto. Desde el plano frontal de los magistrados de un tribunal estatal que juzgará a un asesino serial de niños en la clásica “M” de Fritz Lang, pasando por todo el subgénero de películas norteamericanas de juicio donde jurados estatales se ofrecen a la cámara como un poder gélido, intimidante, pero Justo. En la genial obra de Alfred Hitchcock “El hombre equivocado”, tanto la policía como la Justicia que acusa a un indefenso Henry Fonda jamas aparecen como malintencionados. Cabe aclarar que esta concepción de dicho poder en la pantalla, atraviesa las diversas latitudes confirmando la extensión de uno de los mitos más enquistados culturalmente, como pata fuerte para el sostenimiento de los aparatos de Estado del mundo.
Una trampa muy habitual en las mencionadas narrativas tradicionales es lo que denomino la metáfora del tumor. Historias que contemplan la corrupción en la institución, pero en un integrante; o a lo sumo en un grupo dentro de la misma. Se trata de la forma más solapada de conservar el orden existente: solo es necesario extirpar para retornar al orden natural.
El mecanismo sigue mas vivo que nunca. Se lo encuentra con claridad meridiana en la película estrenada en Netflix hace dos meses “Crímenes de familia” de Sebastian Schindel, un compendio de clichés reaccionarios. Por empezar, el personaje que va a modificar su cosmovisión sobre el final para devenir supuestamente mejor, es una integrante de la clase media alta de Barrio Norte que lleva el punto de vista dominante en la película, o sea con quien el público esta llamado a identificarse. Las clases bajas aparecen, pero representadas (otra vez la representación) por aquellas. El cuadro con el que cierra la película es una condensación ideológica del universo planteado: sin develar la trama, la figura que ocupa el centro de la imagen es la protagonista; invito a quien lea este texto a comprobar a quien se confina a la periferia. Una película más de juicio, con aquel poder inmaculado y su tumor, el magistrado corrupto (uno!) que oculta un expediente clave. Para el guión, el problema de la Justicia no es estructural.
Si bien estar alertas a los mecanismos de identificación siempre es necesario, en la era del lawfare, las operaciones destituyentes apoyadas en la pata judicial, y en nuestro caso local, de una Corte Suprema que en su actitud vergonzante se supera decisión tras decisión, se presenta urgente.
Excelente análisis de una maquinaria monstruosa, patética y putrefacta llamada Poder Judicial . La Corte es la cereza del postre . Es la que da justificación a las basuras de los Stornelli , Bonadio , Irurzun , la lista es interminable .
Muchas gracias por tu valoración, Luis. Saludos.