Desde hace un tiempo venimos observando como cada tanto se presentan disparadores de debates que se piensan superados y anacrónicos, y ello se debe a que todavía la realidad pega tarascones que advierten la presencia terca de la vieja cultura.
Los repetidos comentarios misóginos de Fernando Iglesias, Waldo Wolff y Javier –entre otros epígonos de la actual oposición– ponen en evidencia la sobrevivencia de un ideario misógino articulado con las mismas lógicas autoritarias y violentas que constituyen al base de sustentación cultural de la derecha vernácula.
Si se profundiza en las reiteradas muestras de violencia simbólica, se advierte que sus enunciadores no admiten nuevas formas de relación social superadoras de la tradición decimonónica patriarcal.
En el interior del discurso misógino se instituye –como única justifican última– una relación de fuerzas legitimada, estructuralmente, por la violencia. El problema de fondo, por lo tanto, no son únicamente las estigmatizaciones ni las discriminaciones que patrocinan. Son los significados que le dan continuidad a la cosificación, los modelos subyacentes que consienten que ese prédica continúe su tránsito, su proliferación y naturalización.
La señal discriminatoria, de alguna amanera, se instituye como parte de un dispositivo instrumental: se consolida como la forma de renovar ese sometimiento social que se busca legitimar como imperecedero. La derecha impone su impronta al sacralizar los vetustos vínculos entre géneros, al catalogar de sedición a los movimientos de mujeres.
Esa es la razón por la que existe una correlación indudable entre las prácticas y sus discursos. No se trata solo de los sujetos referidos. Se trata de hacer transparente su ideario y su proyecto intrínseco de sociedad. Sus bravuconadas pueden ser incluso marginales, minoritarias o expresivas de un colectivo tradicionalista y reactivo a los cambios que se vienen produciendo entre varones, mujeres y disidencias. Aunque puedan no ser muchos los atizadores del odio misógino, poseen las propaladoras que hacen creer al resto que son múltiples.
Frente a estos discursos, hay quienes eligen otorgarle limitada peligrosidad, dado el contexto electoral, postulando el debate político como algo extraño al acontecer cotidiano: una excepción motivada por las chicanas asiduas en las que se deslizan los debates de candidatos. A esas apreciaciones ingenuas habría que advertirles que eso no tiene ninguna relación con la política. Miguel de Cervantes elabora una analogía literaria inolvidable en El Quijote para ridiculizar a quienes pretenden desvirtuar el debate público como un espacio de argumentación: “…tal vez pintaba un gallo, de tal suerte y tan mal parecido que era menester que con letras góticas escribiese junto a él: Este es gallo”
Quienes suelen expresar discursos misóginos apelan, asiduamente, a las justificaciones, los descargos y las disculpas como si se tratara de un exabrupto aleatorio, un traspié ajeno a sus intenciones. Como si no encajaran en las prácticas que autorizan y permiten su reiteración. Los violentos buscan particularizar o individualizar la injuria: “no quisieron decir lo que dijeron” –afirman–, mientras propagan sobre la sociedad en su conjunto una pátina banalizadora del hecho inicuo. Los modelos de disculpas que motorizan, además, suelen ratificar el monopolio de la violencia que ejercen sobre las personas a las cuales intentan degradar: ejercitan la sutil dramatización de lo socialmente correcto para ejercer estrategias de condescendencia y apaciguamiento social. Nada hay en ellos que remita al arrepentimiento ni a la transformación de actitud necesaria para configurar un cambio duradero. Es simplemente una concesión especulativa que no redunda en una reconsideración crítica del entramado discursivo desde donde partió el insulto.
La cosificación de la mujer convertida en objeto sexual es una de las formas más peligrosas de la degradación humana. Convierte a la mitad del mundo en un posible presa de la violencia machista. Norberto Bobbio considera “La gradual equiparación de las mujeres a los hombres, primero en la pequeña sociedad familiar, luego en la más grande sociedad civil y política, es uno de los signos más certeros del imparable camino del género humano hacia la igualdad.” Es harto probable que este derrotero sea imparable. Pero lo que sabemos con total certeza es que este camino ya se inició.
No existe derecho que se adquiera de una vez y para siempre. Todo peldaño alcanzado requiere una vigilia permanente. Las amenazas a las conquistas no pueden ser naturalizadas. La equidad es un punto de llegada que tiene una historia plagada de repliegues. Ser incrédulos ante los recurrentes ataques puede significar un retroceso desastroso.
La génesis , el sentido primigenio de la derecha , es la violencia en estado puro .
Es así porque saben que el orden injusto establecido en el mundo , inexorablemente, conduce a la rebelión de las grandes capas de la población oprimidas .
Con respecto a la mujer , la derecha tiene terror . Saben que las mujeres poseen una fuerza indómita, que las lleva a defender fuertemente su derecho a la dignidad que reviste su condición humana . Lo están mostrando las afganas al señalarle a los talibanes que de ninguna manera volverán a un estado de servidumbre , como lo establecieron los anteriores talibanes .
Entonces es comprensible, volviendo a nuestra realidad , que esos personajes horrendos de la derecha vernácula degradan a las mujeres . Las únicas que aceptan política y socialmente son las que expresan violencia desencajada , como las pertenecientes a su espacio .
Salirles siemore al cruce , exponiendolos. Es tan indefendible lo que dicen, que invariablemente quedan seriamente desacreditados . Su aislamiento social es su único destino posible .
La fuerte concentración existente será lapidaria para estas expresiones retrógradas .