Las uñas

–¿A ver esas manos? ¿Uñas amarillas?
–Ah, ¿te gusta?
–Qué raro, amarillas.
–Sí, ¿te gusta?
–Amarillo amarillo. Amarillo huevo.
–No te gusta.
–No, sí.
–Me cansé del rojo. Me compré esmalte amarillo y esmalte verde.
–¿No es muy de pendeja?
–¿Y qué tiene? Todavía no cumplí cincuenta.
–¿A ver tus uñas? Dame la mano.
–¿Qué pasa con mi mano?
–¿Vos te hacés las manos en la peluquería?
–A veces sí.
–¿En serio? ¿Te hacés las manos en la peluquería?
–Bueno, a veces.
–¿Una vez por mes o una vez por año?
–No, una vez cada mes y medio, más o menos. ¿Por?
–Porque el otro día me puse a pensar: ¿qué tipo de mujer se hace las manos en la peluquería?
–Ay, nena, no es ir a operarte las tetas, es ir a que te saquen las cutículas.
–No, ya sé, pero… ¿vos podés creer que yo nunca en mi vida me hice las manos en la peluquería?
–¿Nunca?
–Nunca nunca.
–¿A ver tus uñas? Dame la mano.
–Son un desastre.
–La verdad que sí. Ni te las limás. ¡¡Vos te las comés!!
–Un poco.
–¡Te comés las uñas a tu edad!
–Bueno, todavía no cumplí cincuenta.

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