Adentro y afuera

A que todos ustedes están más al tanto de si Horacito García Belsunce envolvió o no el pituto en papel higiénico antes de tirarlo al inodoro, que de la interna peronista. En estos días que oscilan entre el calor recalcitrante y la brisa sobreactuada que llega después de la tormenta, el empacho de argentinidad maltrecha que representan estos titanes en el ring de la (¡ja!) Justicia electoral pasa sin pena ni gloria, sin escándalo ni sorpresa, sin remilgos. Lemas, neolemas, minilemas, dilemas que tarde o temprano se resuelven siempre de la misma manera: ganan los malos porque no hay buenos.

Los García Belsunce, mientras tanto, se siguen irritando porque tienen que estar dando explicaciones a la chusma sobre lo que hicieron o dejaron de hacer, no desde el trágico día en que mataron a María Marta sino más precisamente desde aquel otro en el que la Dama del Pilar fue arrancada de las necrológicas de estilo sobrio y fue a parar a las estridentes páginas policiales de los diarios. ¿Cómo osan?, parecen querer decir ellos y su distinguidísimo abogado y hasta su vecino sospechoso, que protesta por televisión porque se sigue mencionando su nombre. Y lo increíble es que el tipo no protesta porque su nombre está en el expediente, sino porque “el periodismo” lo menciona, igual que a Horacito. Por “periodismo” quieren decir “afuera”, “los de afuera”. “esos”, “ustedes”, “los demás”, o cualquier cosa que denote un mundo sin barreras protectoras como las que sellan las puertas del country Carmel para que sólo ingresen los de adentro, éstos, nosotros, la gente como uno que cuando le matan a la hermana llama a los comisarios para que, líbreme Dios, encima de bancarse una hermana muerta de cinco balazos no haya también que soportar preguntas insidiosas.

Hay un montón de adentros y de afueras en este país. El caso García Belsunce explota porque se derrama como un chicle sobre los sobreentendidos argentinos. Las barreras que se levantan o permanecen bajas según quien se acredite del otro lado de la garita son un flash de estos tiempos, un ejercicio promovido desde hace años, claro, por los de adentro. No sólo los de adentro del country, ese escenario que resplandece como una metáfora perfecta de la Argentina a salvo, precariamente a salvo, salvada con los fórceps de las garitas de seguridad, con los bíceps y las armas de los guardaespaldas, con las credenciales plastificadas que abren puertas, con los salones vips de discotecas y aeropuertos, con el dogma difundido y ampliado de los buenos contactos.

Durante mucho tiempo, quien tuvo chance –por cuna, apellido, relaciones, talento, viveza criolla o cintura– de estar adentro o de aspirar a entrar no cuestionó las barreras. Fue cultivado, como un mito de origen dudoso pero de práctica efectiva, el arte de entrar. De pertenecer. De formar parte. De ligar. De ser bendecido con el don de algún rasposo privilegio. Estar adentro –del country, del partido, del club, del vip, de la comisión directiva, del directorio, de la lista sábana, de la crema, de la flor y nata de cualquier cosa, por inútil que sea– fue en la Argentina una aspiración. Y con el tiempo, como en el country Carmel, algo se naturalizó: el adentro tiene leyes propias, y con los de adentro los de afuera no se meten.
Así, igual a los vecinos del Carmel, como espantándose las moscas ante la chusma envalentonada, reaccionaron en su momento los miembros de la corporación política cuando todavía parecía que el adentro forjado durante más de un siglo de alianzas con los de otros adentros peligraba. ¿Cómo osan?, parecían preguntarse entre ellos, como ahora los García Belsunce, porque hacia afuera todos esos saben que deben decir otra cosa. Lamer la mano que les da de comer, regar el voto.

Ahora que todos estamos más al tanto de las contradicciones de Horacito García Belsunce que de la interna peronista (hemos dejado de leer las noticias, es verano, estamos agotados, dicen cada día algo distinto, no hacen lo que dicen, nos aburren, nos hartan, nos pudren, no nos interesan), la pelea terminal por ese adentro se está volviendo amenazante pero sigue igual de patética que siempre: Tato Bores se murió hace mucho y Servini de Cubría (la jueza Burubudubudía) sigue dictando fallos de los que dependerá la suerte del país.

Ahí, en ese adentro de la interna peronista en el que Carlos Reutemann dijo ver algo tan temible que lo hizo desistir de su candidatura, pese a sus diferencias aparentemente irreconciliables, pese a que Menem-Duhalde parece ser la disyuntiva del momento, todos los protagonistas han logrado, en principio y no es poco, seguir siendo los mismos. Si es necesario, todos lo sabemos, romperán a patadas las barreras que ellos mismos han puesto. Librarán una lucha feroz, seguramente, pero después, si hubo destrozos, volverán a erigir las barreras como los enanitos de Blancanieves, uno tras otro y mancomunadamente, para que el adentro siga siendo el adentro y el afuera siga siendo el afuera. Hoy se odian, mañana puede que se maten y pasado mañana es posible que se necesiten. Y es que en eso consiste todavía la política argentina: en ver quién tira más pitutos al inodoro sin que nadie se entere.

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