Subte D

Subte D, viernes, ocho de la noche. No mucha gente. Ya pasó la hora pico. Todos los asientos están ocupados, pero no son tantos los que van parados. Entre ellos hay un pequeño grupo de turistas norteamericanos muy jóvenes, cuatro o cinco. Hablan muy fuerte su lenguaje gomoso que parece extraído de HBO. En la estación Tribunales suben tres nenas pobres y desarregladas, aunque a ninguna de las tres les faltan sus trenzas. ¿Qué querrá decir una trenza en la cabeza de una nena pobre? ¿Qué mano y con qué propósito la habrá hecho? ¿A qué hora? ¿Habrá, esa mano, acariciado esa cabeza después de terminar de hacer la trenza? Dejan este tipo de dudas estas nenas. Una de ellas empieza a cantar una canción de Ricky Martin. Canta muy mal, pero su voz aflautada llena el vagón y, apenas termina, comienza su recorrido para recolectar monedas. Las otras dos nenas la siguen, como excéntricos guardaespaldas. La nena estira la mano ante un oficinista con cara de agotado. El mete la mano en el bolsillo y extiende cincuenta centavos. La nena agarra la moneda, pero en lugar de embolsarla y seguir su recorrido, agarra también la mano del oficinista, que se pone ligeramente en guardia. La nena se estira hacia la mejilla de él. Estampa un beso ahí. El oficinista sonríe. Dice: “De nada”, porque la nena después del beso le dijo: “Gracias”. La nena sigue el recorrido en la misma fila de asientos. Todos los pasajeros dan monedas y con todos se repite el rito. Gracias, de nada, beso.
“Increíble”, dice uno de los norteamericanos. No les resulta increíble la pobreza, ni la mendicidad infantil, sino el contacto físico al que ninguno de los pasajeros de ese asiento se ha resistido. Les resulta increíble que mejillas oficinistas, tribunalicias o universitarias –ya vamos por la estación Facultad de Medicina– se ofrenden para esa ceremonia que, a juzgar por las caras de todos, les resulta, se diría, hasta reconfortante.

“¿Acaso soy el guardián de mi hermano?”, le dice Caín a Dios. El filósofo Emmanuel Lévinas, en Filosofía, justicia y amor, analiza esa frase. “No hemos de interpretar la respuesta de Caín como si él se burlase de Dios, o como si respondiese como un niño: ‘No he sido yo, ha sido otro’. La respuesta de Caín es sincera. En su respuesta falta únicamente lo ético; sólo hay ontología: yo soy yo y él es él. Somos seres ontológicamante separados.”

El sociólogo Zygmunt Bauman, en Etica posmoderna, toma a Lévinas para explicar cuáles son los supuestos que tras la caída de la modernidad unen a las personas, y cuáles son los lazos ante los que presuponemos debe emerger cierto tipo de responsabilidad. La nena es la nena, el oficinista es el oficinista. Ontología pura. “¿Dónde está tu hermano?”, le preguntó Dios a Caín. “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”, es una respuesta que no da cuenta de ningún lazo, de ningún contrato, de ninguna responsabilidad. Dice Bauman: “La filosofía es una ética… la ética es antes que la ontología… la relación moral es antes que el ser”. La ética, en otras palabras, implica “descomponer identidades”, implica que Caín sea menos Caín, no tan Caín. La ética implica superar el ser hasta llegar a un mejor ser: la ética, en fin, implica sentir cierta responsabilidad por el prójimo, implica emparentarse incluso con una nena pobre que canta una canción de Ricky Martin en el subte.

La responsabilidad hacia el otro es, de acuerdo con estos filósofos de la ética, no el producto de un compromiso ni de una decisión personal sino más bien una convicción y una disposición al acto que nos viene de lo más profundo de esa identidad que se descompone. Se descompone el individuo para dejar aflorar lazos entre individuos. “La responsabilidad ilimitada en la que me encuentro proviene del otro lado de mi libertad”, dice Lévinas.

Los filósofos hablan difícil. Creo entender, esta noche en el subte, que la mejilla del oficinista puesta en contacto directo con la mejilla de la nena pobre dice algo sobre la parte blanda de la condición humana. La piel tempranamente áspera de la cara de la nena ha encontrado en el roce rápido contra la mejilla del oficinista un eco perdido de una respuesta que no es la de Caín sino la de alguien que de alguna manera vaga y misteriosa se siente responsable de su hermano.

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5 comentarios

  1. ¿Qué se puede agregar? Que Sandra Russo escribe como los dioses. Gardel de la escritura, de la «moral de la Forma», cada día escribe mejor. Y además, como si ya no fuese suficiente con la palabra justa y bella, le queda tiempo para pulsar la cuerda olvidada. «La responsabilidad ilimitada -nos recuerda- proviene del otro lado de mi libertad».
    Gracias, Sandra. Siempre gracias.

  2. Gracias! Lo leí cuando se publicó y lo estaba buscando para tratar de ampliar el concepto de «la metáfora del rostro», de Levinás. Es excelente y súper claro.

  3. Sandra tu comentario Subte D lo asocie a lo que me paso una vez y con lo cual escribi un texto breve que quisiera compartirlo El anillo misterioso

    “-Señores pasajeros tengan Uds. muy buenos días. Lamento distraer por unos segundos su atención. Perdón, sólo vengo a pedirles una ayuda. Lo que Uds puedan dar.
    Quisiera poder caminar como ustedes. Caminar como un ser normal. Tengo 21 años y como Uds ven, no puedo hacerlo. La operación que me devolvería a la vida cuesta 9.500 dolares, y no he podido lograr que ningún Ministerio, ni Fundación, ni diputado, ni siquiera Dios, me diera una mano. Por eso, y porque así, nadie me ofrece trabajo, vengo con verguenza a mostrar mi discapacidad… Si Uds. me lo permiten, pasaré a dejarles un anillo. Y sin ningun compromiso, agradeceré lo que puedan darme.
    Una sola cosa quiero pedirles. Cualquiera fuese vuestra respuesta, su posibilidad o su disponibilidad ¡ por favor! no me devuelvan el anillo.
    Quiero dejarles algo mío. Algo humilde pero, al fin de cuentas, una alianza. La que debiera unirnos…
    Gracias…gracias…No, por favor, el anillo es para Ud. Por favor, se lo ruego, quedese con el anillo. “

    Baje del colectivo, el anillo en mis manos y mis ojos en ese joven. Conmovedor en su demanda. Me pruebo el anillo. Es chato como un cintillo. De lata, casi oro. Por los bordes parece una corona. ¿Guardará algun secreto? ¿Un zahir borgeano?. De pronto me ví en las mil y una noche de los sueños. Alguien, que no conozco, me ha dejado algo que lo trasciende. Y trasciende al tiempo, al efímero instante de una presencia. ¿Tendrá conciencia este pobre joven deforme de lo que hace? Es ésta una ofrenda misteriosa y mágica. ¿Mensajero de Dios? ¿O tan solo una alucinación?

    Han pasado varios años y aún guardo ese anillo. Con celo de joya preciosa. Ha cambiado mi vida. Nunca he podido saber de ese extraño personaje. Cada vez que miro el anillo, pienso en la alianza… El dolor y la injusticia. Me tortura su evidencia. Siento culpa y verguenza. Guardo algo de su maravilla. Profunda y mística. Me obsesionó..hasta el espanto.
    Ahora soy monje. Trabajo en las villas y camino por el mundo. Pidiendo limosna. Obsequiando alianzas…

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