Repollo

¿Hablarles de masturbación? Eso no. ¿Hablarles de género y no de sexo? Mmm… eso tampoco. ¿Hablarles de métodos anticonceptivos? Bue, eso sí. ¿Es el Estado el que debe fijar los contenidos, o los padres? ¡El Estado, si los padres se han hecho cargo hasta ahora y así estamos! ¡Los padres, nadie puede interferir en la patria potestad! La propuesta de educación sexual para chicos tiene alterados a los adultos. Fueron hasta divertidos los debates televisivos del fin de semana: parece que a todo el mundo que defiende el sexo reproductor le han enseñado el abc de la sexualidad en el campo, con ejemplos de cópulas entre perros o caballos. Algunos quieren licuar la cuestión, como para que nuevas generaciones se entrenen como lo han venido haciendo varias otras hasta ahora: acá están las trompas de Falopio, por aquí llega el espermatozoide, la mujer ovula una vez por mes, los varones tienen poluciones nocturnas. Higiene. Sexualidad plastificada. Pero lo cierto es que el tema está sobre la mesa, y las perturbaciones que los adultos tenemos en relación con la sexualidad –y digámoslo: ¿quién, con la mala educación que ha recibido, no padece hoy alguna perturbación, quién no querría sentirse más pleno, más libre, más dueño de sí? ¿Por qué no desear para nuestros hijos menos rollos y menos culpa?– han saltado como los naipes de un castillo mal armado.

La pugna entre proyectos en la Legislatura, las idas y venidas con algunas cuestiones que siguen resultando urticantes, las presiones y las dilaciones han mostrado un paisaje enrarecido, no sólo por las ideas de cada quien sino también por el pudor, que cada quien maneja mejor o peor con respecto a su propia sexualidad. Pero además, y esto es lo interesante, esa pugna ha subido el piso: con el Estado o con los padres, con trompas de Falopio o con la complejidad del orgasmo femenino, con vía libre para abordar costados más polémicos o con riendas cortas, como para no ir más allá de la sexualidad conyugal, nadie niega la necesidad de que los chicos tengan educación sexual. Incluso el debate sobre el aborto, que vino de colado y fue atajado en el aire por sectores que hace rato que vienen proponiendo la despenalización, y por otros, que lo consideran un simple asesinato, llevó más agua al molino de la educación sexual: para que haya menos embarazos que culminen en abortos, debe haber educación sexual. Aunque los legisladores no parecen entenderlo, como demuestra la votación de anoche, estamos zafando del repollo, desprendiéndonos de los brazos de la cigüeña. Estamos sexuándonos socialmente. Por fin.

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