Una escena diferente

Después de una semana de profusas interpretaciones sobre los resultados del domingo pasado, es difícil asomarse al tema con ánimo de agregar algo. Pero probemos. Probemos con algunos detalles que quedaron colgados en los márgenes de las elecciones, detalles que inauguraron una escena nueva en un país que parecía condenado a la repetición de sus taras. Sólo algunos análisis enchastrados de soberbia pueden leer esos resultados como prueba de la estupidez, la banalidad o la equivocación popular, y no porque las muchedumbres nunca se equivoquen, qué va, si ejemplos sobran, ni porque la palabra mayoritaria, por mayoritaria, sea santa. Pero la mayoría de la Capital, que eligió a Macri, por ejemplo, está lejos de ser una mayoría equivocada: es simplemente una mayoría de derecha que se constituyó en tal sólo porque los dos candidatos progresistas (con todas las comillas, o si se quiere bastardillas, que se le quieran agregar al adjetivo) fueron por separado y dejaron abrirse entre ellos una brecha que no se agotó en matices ni en puntos de vista, sino que adquirió el carácter de duelo de torpes titanes, que es, por otra parte, el juego que mejor juegan los progresistas.

Al margen de estas consideraciones, que Macri emerja como un referente hacia adelante puede significar un reagrupamiento aspiracional de la derecha, por supuesto, pero también puede implicar, ese apellido del pichón empresario, que el horizonte no exhibe, para los que los saben hacer, tan buenos negocios como los que permitió el menemato. Puede implicar, quiero decir, que el capital esté buscando afirmarse políticamente porque en ese horizonte necesita hacer política con sus propias manos, mientras hasta ahora sólo hizo política por encargo.

Volviendo a los resultados, aunque Elisa Carrió elija explicar su performance decepcionante echándoles la culpa, otra vez, a los demás, a esta altura a nadie se le escapa que hay en ella y en sus demonizaciones un desajuste, una presbicia que le impide leer la realidad empáticamente con sus posibles votantes. No es miopía sino presbicia, porque los tiene cerca y los enfoca mal. Y, por otra parte, ciertas dudas fundadas que estaban desparramadas entre los independientes (“¿Serán Duhalde y Kirchner lo mismo? ¿Son falsos estos enfrentamientos? ¿Se tratará de una puesta en escena para que el peronismo sea el dueño de todas las opciones?”), con el correr de los días y sobre todo con la respuesta popular, quedaron dirimidas y, epa, que esto es nuevo: autocontestadas. Con el respaldo de su porcentaje, es decir, con ese movimiento coreográfico de los votos sosteniendo el liderazgo de Kirchner, esas preguntas se contestan con los duhaldistas que empiezan a salir de escena. El voto masivo es el que libera a Kirchner de compromisos con Duhalde. La del domingo pasado fue una de las pruebas más evidentes de la dialéctica democrática. Kirchner juntó poder, suficiente poder como para no necesitar a Duhalde. Y si algo es seguro, es que ese animal político llamado Kirchner no negociará con quien estrictamente no necesite hacerlo. Pero las urnas lo invistieron, en ese mismo movimiento, de un deseo colectivo y de un mandato: ir por más cambio. Si en los dos años que vienen el acento no se pone en la redistribución de la riqueza, el próximo cheque le vendrá rechazado.

Su esposa, Cristina Fernández, no dio ninguna entrevista en campaña. Fue acusada por no rendirse a la inercia de esa puesta en escena televisiva que son los debates, las entrevistas para “exponer ideas”, como tanto le gusta recalcar a Macri, que sí frecuentó cuanto programa periodístico o de entretenimiento se prestara a invitarlo. Lo de Cristina fue sin duda una estrategia perfectamente diseñada, pero en ella late también un nuevo modo de plantarse políticamente frente a los medios. Tan a menudo parece que lo mejor que le puede pasar a un candidato es estar en la televisión o aparecer en entrevistas de tapa de los diarios que lo de esta mujer fue desconcertante. Desde el punto de vista periodístico, obviamente, Cristina retaceó la materia prima de la que viven los medios: gente dispuesta a ser noticia. Pero ella fue, sin embargo, la gran noticia. Y, en parte, por haberse mostrado única dueña de su imagen y su propia palabra. No permitió que el sesgo de uno o varios medios le moldearan el perfil. No hubo intermediarios entre su voz y sus destinatarios, que la pudieron escuchar solamente en los discursos de campaña. De esa manera, paradójica y arriesgada, Cristina se convirtió solamente en una candidata. Por los resultados, se infiere que se convirtió en La Candidata.

Esa estrategia de no mediatizarse, de no salirse del registro de campaña, tiene por supuesto sus probables grietas, dando por sentado que los medios de comunicación son una de las patas de la democracia, ese famoso tábano que aguijonea al caballo. Pero el matrimonio Kirchner es caprichoso con algunas cuestiones. El salió a conceder y a respaldar a cuanto candidato le resultara de importancia, mientras ella elegía el perfil bajo cuando estaba trepando a la escasa lista de los presidenciables. No le da ni el carácter ni la historia personal para suponer que tuvo miedo de exponerse. Más bien, parece, esa actitud, un rasgo inaugural y prescindente de usos y costumbres que, por otra parte, si hay que decirlo todo, acompañaron siempre, de un modo acomodaticio y muchas veces ruin, los ritos de la misma política de la que la gente está harta.

Este hombre y esta mujer son de algún modo misteriosos. Son porfiados. Desconfiados. Duros. Todavía, incluso para los que los ven con simpatía, son bastante indescifrables. Sostienen convicciones muy emparentadas con las de mucha gente cuyos líderes fueron cayéndose del mapa de la realidad. Defienden ideas muy cercanas a las de mucha gente cuyos referentes fueron hundiéndose en el barro de la impotencia. No hace falta recordar los nombres. Están frescos y todavía provocan malestar. Este hombre y esta mujer no le tienen miedo al poder: lo desean, lo conocen y saben sus artimañas. No lo disimulan. Y aunque no suene romántico, es esa postura fáctica ante el poder lo que puede hacerlos históricamente interesantes. Si pueden con el poder, claro.

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