El policía de la esquina, ¿usaba picana?

(La Defensoría del Pueblo porteño pidió que se retire de la venta un juguete importado que incluye una picana a pilas. Eso sí: el envase advierte que no puede ser usado por menores de tres años.)

Mi viejo me contaba que cuando él era chico, y vivía en San Telmo, todos los chicos eran amigos del policía de la cuadra. Se llamaba Carlos, y con el tiempo todas las familias de los inquilinatos de los alrededores de San Juan y Piedras lo convirtieron en una especie de guarda de seguridad pública. Claro, eso es exactamente un policía, pero el encastre de palabras y el cambio de época y de metodologías hacen que la expresión “guarda de seguridad pública” parezca un remedo de la figura habitual, el guardia de seguridad privada.

Mientras la época iba cambiando y las generaciones también, los policías se dividieron en dos tipos: los argentinos, a los que mucha gente y con motivos fundados empezó a tenerles miedo, y los televisivos, que en general, y en virtud de la ficción, están del lado del bien.

¿Por qué un chico querría jugar a ser policía? ¿A qué se juega cuando se juega a ser policía? Mi viejo me contaba que los chicos de San Telmo, en la década del treinta, a veces lo convencían a Carlos para que los acompañara hasta las barrancas del Parque Lezama. Carlos era uno más en ese barrio lleno de inmigrantes que se sentían cómodos con él y que por las noches a veces le acercaban una sopa caliente. ¿Podría algún chico de hoy jugar a ser esa figura protectora y disponible para todos?

Si a algún fabricante de juguetes se le ocurriera crear un policía como Carlos para que los chicos pudieran jugar a ser él, ¿cómo sería el set que lo acompañaría? ¿Tendría esposas? Tal vez sí, para usarlas contra algún caco. ¿Tendría chapa? Seguramente, para identificarse. Pero seguro que no vendría con un palito disuasor con corriente eléctrica, y no sólo porque en los tiempos en los que mi padre era un chico la picana no era conocida aunque ya se usara. Ese probable set vendría sin picana porque a ningún chico se le ocurriría jugar a torturar.

El juguete ya salió de la venta. Pero uno se pregunta a qué padres se les ocurre regalarles a sus chicos un juguete como ése. El Estado regula el mercado, pero hace falta que cada uno regule su responsabilidad.

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