Lamer el chocolatín

[Texto publicado en la revista La mujer de mi vida en 2004]

Cuando era chica y empezaba mi programa favorito –el Capitán Piluso-, mi mamá me daba, a veces, un chocolate Suchard de los amarillos, los que tenían cereales. Eran días especiales. Quién sabe por qué, a los seis años yo administraba mi Suchard amarillo para que me durara todo mi Capitán Piluso.

Esa era mi manera de disfrutarlo: nadie me lo había enseñado, pero ésa siguió siendo mi manera de disfrutar muchas otras cosas. Administrándolas. No soy una heroína romántica, parece. Quizá sea una heroína anti-romántica. O quizá sea todo lo contrario, y esconda en mí a una verdadera Amante del Teniente Francés incapaz de volver de la locura de perderlo. Trato de ubicarme otra vez en esa escena. Chiquita, frente al televisor en blanco y negro, con media hora por delante de entretenimiento asegurado, un entretenimiento multiplicado a mil por el disfrute del Suchard amarillo. El chocolatín entre mis manos regordetas. Yo tomando una decisión sin que nadie me advirtiera que ante el goce hay que tomar algunas decisiones. Yo sabiéndolo y evaluándolo con el instinto desnudo de ese autoconocimiento o, acaso, con la sospecha de que puedo privarme de algunas cosas pero no de todas y de ninguna manera de otras. Sabiendo que hay privaciones que me resultan insoportables. Hubiese podido tragarme el Suchard entero. Hubiese podido comérmelo a mordiscones. Hubiese podido dividirlo en sus seis bloquecitos e ir comiéndolos de a uno. El abanico de posibilidades cuando está por mirar su programa favorito y tiene a su disposición su chocolate favorito es amplio y lleno de matices. Yo optaba por… chuparlo. Prefería perderme la gloria del cereal crujiente estallándome entre los dientes, prefería perderme la posibilidad de llenarme la boca de chocolate y quedarme después paladeándolo y rastreando sus vestigios en secretos lugares entre la lengua y las encías. Optaba, así, por canjear la intensidad del mordiscón por la seguridad de la lamida. Esa era mi manera de anticiparme a la insatisfacción y de espantarla.

No sentía que estaba pagando ningún costo. No lamentaba no tener tres Suchards ni que el tamaño del Suchard no se adaptara a la media hora de Capitán Piluso. Me hago acordar a esa frase de mionca porteño: “No tengo todo lo que quiero, pero quiero todo lo que tengo”. Ahora, escribiéndolo, advierto en esa maniobra dilatoria de la lamida una clave para vérmelas después con otras cosas que me gustan y pueden terminarse. Con lo que deseo y falta. Con lo que adoro y se va. No era, la lamida del Suchard, trampa sino estrategia. Rara estrategia, es cierto. Qué loca. ¿A quién se le ocurre chupar un chocolatín durante media hora y recién después atreverse a morderlo? ¿Qué otras cosas habré lamido lánguidamente, más que gozando evocando el goce, casi esquivándolo, a cambio de quedarme a salvo del papel de aluminio vacío entre las manos?

A eso me manda la insatisfacción. No hay insatisfacción sin una expectativa. No hay idea de vacío sin idea previa de lo lleno.

Y hay combates. Feroces combates que se libran en lo más profundo de cada cual para que lo lleno quede lleno, para seguir eludiendo el vacío o haciéndolo tolerable. Combates lastimosos y a veces invisibles para que la plenitud sea algo más que un lamparazo mientras nos sacan La Foto de la Vida.

Scott Fitzgerald escribió en alguno de los artículos del Cruck Up que no hay ningún sentimiento humano tan instransferible como la vitalidad. Siempre leí, cuando él escribe “vitalidad”, la sensación contraria a la insatisfacción. Porque la vitalidad no es otra cosa, creo, que la confianza en uno mismo y en la propia fuerza para revertir el vacío en algo lleno. La vida, dice él, es un camino a la demolición. La vida hace que se los chocolatines se terminen. Que lo que hoy o lo que ahora es dicha o capullo transmute en recuerdo o en podredumbre. No se puede vivir sin vitalidad, y esto es: no se puede vivir sin estar preparado para las pérdidas y sin fe en que tras esas pérdidas habrá nuevas y mejores oportunidades.

El insatisfecho es un esperanzado, porque espera siempre algo mejor. Pero también es un desesperanzado, porque espera en vano. Puede que un lamparazo nos saque La Foto de la Vida, pero esa foto es inmóvil. Cuando se apaga el lamparazo las sonrisas se borran, las pieles envejecen, los amores acaban, las calenturas se enfrían, las flores se marchitan. Y es ley.
Pese a mis maniobras dilatorias con los placeres, no pude evitar, naturalmente, que la insatisfacción me diera su puñetazo en el estómago. La conozco. Es temible. Pero no soy habitué de esos barrios en los que las mejores casas nunca están en alquiler. Sí frecuento gente que vive en esos barrios. Y es como si vivieran a la intemperie. Los insatisfechos crónicos viven del recuerdo, pero del recuerdo de lo que nunca sucedió. Parecen prendidos a la teta extinguida de una diosa que alguna vez los alimentó y en la que ellos tuvieron fe. Hay algo religioso en los insatisfechos. Viven con un romanticismo del que yo carezco. Hay algo religioso en la manera en la que se aferran a la idea de la perfección, y en el desdén con el que rechazan lo imperfecto.
“Pensaba a veces que aquellos eran, sin embargo, los días más felices de su vida, la luna de miel, como la gente la llamaba. Para saborear sus dulzuras seguramente habría que haber puesto el rumbo hacia esos países de nombre sonoro donde los días que siguen a la boda propician la más suave languidez. En sillas de posta bajo cortinitas de seda azul, se sube al paso por senderos escarpados, mientras se escucha la canción del cochero que deja su eco por las montañas (…).
Por la noche, solos los novios, con los dedos entrelazados en la terraza de una villa, hacen proyectos mirando las estrellas. Le parecía que en algún sitio de la tierra se tenía que dar la felicidad, como una planta oriunda de aquel suelo y que en cualquier otro lugar prospera mal (…). Hubiera deseado tal vez poder hacerle a alguien aquellas confidencias, pero, ¿cómo podía hablar de un malestar inaprensible que cambia de apariencia como las nubes y forma remolinos como el viento?”

Es al principio del capítulo 7 que Emma Bovary descubre que ella jamás irá a ninguno de esos países en los que “se tenía que dar la felicidad”, como una planta natural de esos suelos. Ella jamás irá, ella jamás olerá esos perfumes. ¿Son esos países en los que crece la planta de la felicidad los que quedan lejos de Emma, o es Emma la que lleva en sí misma la lejanía? Ella quería hacer coincidir su propia vida con escenas, olores, texturas, paisajes, ritos y nombres que no existían más que en su imaginación. Ella llevaba esos países dentro de sí, como una epifanía abortada. Por eso mantiene su malestar en secreto. Porque sabe que ese malestar no tiene nombre o que si tiene un nombre es Emma. No es que le faltara algo. Es que lo real le sobraba.
Aunque no soy habitué de esos barrios en los que las mejores casas nunca están el alquiler, la primera ves que leí Madame Bovary supe un libro piadoso. Hay que compadecer a los insatisfechos. Y también hay que compadecer a las pobres niñas pragmáticas que lamen sus chocolatines en lugar de comérselos, porque administran sus placeres para no quedarse sin ellos, y jamás se entregan a ninguno en cuerpo y alma, con total avidez.

A la insatisfacción se la convoca o se la elude. La insatisfacción siempre nos habla de lo pobres que somos.

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7 comentarios

  1. Llegué aquí desde putoyaparte. ¡Gracias a Christian! y ¡gracias a vos!
    Yo soy de aquellos que lamen el chocolatín. Dejé de hacerlo un tiempo, cuando encontré a alguien a quien amo y con quien daba gusto morder y no daba miedo quedarse sin nada para después. ¿Y sabés por qué? Porque el mío es un amor imposible; no había que dosificar nada, porque era ahora o nunca. En cualquier momento él iba a alejarse. Ya lo hizo. Lo mejor que pude hacer fue exprimir cada momento juntos. Nunca me arrepentí. Sigue surgiéndome una sonrisa cuando lo recuerdo, cuando me recuerdo diciendo «somos desubicados» con la misma actitud con que hubiera dicho «¡Somos ricos!».
    Leerte me hace olvidar donde estoy. Me llevás a mi interior. ¡Estoy feliz de haber encontrado tu blog!

  2. Sandra: encontrar este blog es, para muchas mujeres de tu generación, reencontrarnos con nosotras mismas. Con la que fuimos, con la que somos hoy. Un lujo de aquellos tener «a mano» en la web.

  3. Ah, Sandra Russo, escribir y hacer que otros nos movilizemos mental y físicamente es algo que da vida.

    Recuerdo una vez que me dejé robar la alegría: fue hace años, cuando dije que me encantaría tener una guitarra y aprender a tocarla. Alguien que era una auxiliar y traductora en un curso importante, me miró con desdén:
    y pregunto: «con tan poco te alegras?»

    porque yo estaba feliz y era una chiquilla…
    me bastaba una guitarra

    sólo que yo luego creí que en verdad, mi desmedida alegria estaba fuera de lugar, como si fuera algo incorrecto…

    pasó el tiempo y volví a alegrarme por cosas «pequeñas» y «grandes». Se supone que recaí.
    Y discúlpame, si no pongo todo el contexto si no el hecho aislado…

    🙂 No lo tenía muy claro… ahora que he leído lo que has escrito, creo que sí…
    hay que disfrutar lo que se tiene, todo lo que se pueda…

    y que las ventoleras filosóficas no anulen esas dichas…

    un gran abraxo.

  4. Tambien nos pasa que buscamos atajos,por ejemplo llenarnos de aquello que tenemos de sobra,mientras soñamos con algo que el tiempo nos devolverà.Serà de Dios,que nos presten un suchard y el calor nos lo derrita.serà sabia la naturaleza.
    Felicitaciones Sandra.

  5. • Con el debido respeto a todos los compas de este sitio, y a toda la teleaudiencia de 6 7 8,
    Debo confesar que SANDRA RUSSO me mueve el piso…se me piantan todos los ratones…cucarachas…murciélagos, uuuuuhhhhhhhhhhhhh, creo que con ella jamás le faltaría agua a mi grifo. Que alguien se lo diga porfiiiiiiiii
    ¡¡¡TE AMO SANDRIIIIIIIIIIIIIIIIIII …

    ***CORAZÓN ENAMORADO***

    Mi amor, abraza al mundo.
    Cada rincón esta pleno de mí.
    Tanto en el mar profundo,
    como en un pequeño jardín.
    *****
    …corazón enamorado…
    Siempre del mismo amor.
    Amor bonito…amor calmado.
    Amor que mantiene tu calor.
    *****
    …no tienes donde ir…
    pues mi amor…lo cubre todo.
    Donde estés, me has de sentir,
    acariciándote a mi modo.
    *****
    …corazón enamorado…
    Silente acompaña tus penas.
    Pobre corazón agitado…
    trastoca y transita tus venas.
    *****
    Prueba de irte de este mundo.
    Puedes transitar en lo infinito.
    Que aunque yo este moribundo,
    te acompañara mi amor bonito.
    *****
    Pero esto…tú ya lo sabes,
    y compensas mis caricias.
    Socorres mi sangre y me bebes,
    juntos cantamos albricias.
    *****
    ¡que bonito es todo esto!
    ¡No perdamos la osadía!
    ¡si hasta parece un cuento!
    Amor nocturno…amor de día.
    *****
    …quédate a mi lado…
    aunque vayas por el mundo,
    …corazón enamorado…
    En lo mas alto…y lo mas profundo.

    —GIOVA—
    (con el debido respeto)

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