Reestatización

Esta semana el debate por Aerolíneas Argentinas promete comerse las noticias de la política nacional. Los ruralistas intentarán retener la atención mediática con nuevas arremetidas de protesta, pese a su publicitadísima victoria, que consistió en la derrota del proyecto oficialista. En esa dialéctica de victoria propia-fracaso ajeno se encuentra ahora instalada la oposición parlamentaria, cuya tarea legislativa parece centrada en imaginar proyectos consensuados cuya máxima excelencia no parece ser lograr mejores leyes, sino obstruir los proyectos que lleguen de ahora en más desde el Poder Ejecutivo. Mala señal y mala entraña aquella que ocupe a legisladores de cualquier signo buscando no el bien común sino el desgaste de una mayoría que ya mostró sus grietas y sus agujeros negros. Si un poder de la Nación se obnubila en la tarea de torcerle el brazo a otro, ningún debate será genuino, ni siquiera interesante: la gimnasia parlamentaria queda convertida, así, y ahora en términos literales, en un simple trámite, que era lo que horrorizaba a “la gente” hace apenas un mes. El trámite se llama: dime qué presenta el Ejecutivo y te diré a qué me opongo.

En la iniciativa de reestatizar Aerolíneas Argentinas se juega, como se jugó en la pelea por las retenciones móviles, bastante más que el salvataje de nuestra línea de bandera. La oposición pide la quiebra de la empresa y la creación de una nueva etiqueta, con el argumento de no pagar lo que todavía nadie sabe si habrá o no que pagar. Tampoco explica qué pasaría con más de una veintena de ciudades que quedarían aisladas mientras dure ese proceso (que puede insumir largos meses), ni quién se haría cargo del pago de los sueldos del personal. El modelo brasileño dejó a 10.000 trabajadores en la calle. La interrupción de la mayoría de los vuelos de cabotaje clausurarían la entrada de divisas que trae el turismo. Ese paisaje delirante se propone, dice Pinedo, del PRO, para “evitar un atraco”.

Los que quieren evitar un atraco son los que estuvieron a favor de todos los atracos que implicaron las privatizaciones que empezaron hace casi veinte años. Solamente el movimiento coreográfico de casi toda la oposición, solamente ese ballet desvaído y desacompasado, respaldado por todos los grandes medios de comunicación, puede pretender que el rechazo a la reestatización de Aerolíneas Argentinas no es en rigor un rechazo al regreso del Estado al lugar que le cabe en un proyecto político nacional y popular. A diferencia de la pelea por las retenciones móviles, una yunta de palabras que cada argentino aprendió a comprender y descifrar, pero que eran extrañas al oído de cualquiera que no tuviera campos o exportara, esta pelea incluye una palabra clave en su propio enunciado: reestatización.

Esa inclusión abre la oportunidad para que el debate, que ya está planteado como un trámite de junta de porotos, obligue a cada quien a franquear sus ideas con respecto a este punto central en cualquier modelo de país. No es “estatización”, palabra que pica al burgués asustado, sino “reestatización”, que supone volver, devolver, retomar un lugar soberano en materia de aeronavegación. Los que hoy se muestran “contra el atraco” son los que incluso después de la tragedia de corrupción, despidos masivos y desempleo que provocaron las privatizaciones siguen rindiendo culto a los mercados y, sobre todo, siguen creyendo que el Estado, que representa a todos y no a un par de sectores, debería quedarse chico, impotente, ineficaz. Para el orgullo nacional, les alcanza con un equipo de fútbol.

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