Los dinosaurios

Todo está tan revuelto y dado vuelta, que esta semana Graciela Alfano se traspapeló de sección y pasó de Espectáculos a Política. Su frase antológica (“Si salí con un genocida no salí con 30.000 desaparecidos”) entró derecho al corazón de este momento político, que por instantes resulta inabarcable y hasta ininteligible, estando como están las cosas en materia informativa. Pero lo cierto es que con buena parte de la oposición habiendo optado por la comunicación propia del mundo del espectáculo más que por la comunicación política, Graciela Alfano acaso sea, entre otras cosas sobre las que opinarán otros, un síntoma de “eso otro” traspapelado. Hace unos años se hablaba de las “guerras de vedettes” cuando se aproximaban las temporadas de verano, aunque se tardó poco en decodificar que se trataba de otra forma de PNT (Publicidad No Tradicional) para promocionar las obras en cartel. Esa puja entre mujeres que entraban en aquel rubro de plumas y abundancia corporal zonificada las encontraba a ellas como los personajes indicados: era una representación del enojo femenino, pero del peor de ellos, porque los hay de varios tipos. Ese enojo iba acompañado de lengua viperina y bajo nivel de escrúpulos para acusarse mutuamente de cosas tan disímiles como discriminación, negreo, maltrato, difamación, violación de contrato, maledicencia o hurto de vestuario.

Después, el mundo del teatro de revistas fue mutando, a medida que desaparecían las “vedettes”. Hay muchos tipos, también, de desaparición. Jamás le estaremos lo suficientemente agradecidos a Charly García por habernos permitido cantar que “los amigos del barrio pueden desaparecer, los cantores de radio pueden desaparecer, los que están en los diarios pueden desaparecer, la persona que amas puede desaparecer”.

No importa qué habrá tenido en mente Charly cuando escribió esa letra, porque el sentido es colectivo. “Los dinosaurios” fue grabada y presentada en 1983, ya en democracia, pero tendrían que pasar más de dos décadas para que entendiéramos que los dinosaurios habían entregado el gobierno, pero no el poder. Que seguirían condicionándolo y presionándolo, desde cuarteles y corporaciones, sin extinguirse. Y que la profecía de la canción era de largo aliento: “Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire, los que están en la calle pueden desaparecer en la calle. Los amigos del barrio pueden desaparecer, pero los dinosaurios van a desaparecer”.

Graciela Alfano no estaba enterada de lo que pasaba, dice, como dicen otros que en aquel tiempo contribuyeron a que la anomalía ontológica de las desapariciones, que excedían con creces a lo político y entraban de lleno en lo aberrante, fuera naturalizada en una sociedad que tenía sus artistas, sus comunicadores, sus deportistas, sus escritores y sus ejecutivos en plena actividad y sin darse por enterados de nada. Esas personalidades, más allá de que hayan estado enteradas o no también de la dimensión de sus propias conductas, fueron un colchón amortiguador entre el genocidio y la sociedad argentina.

Pero las vedettes desaparecieron de otra forma. Todas las que hoy entran en esa categoría convencional tienen cerca de sesenta años. Las ha extinguido otra dictadura, la de las leyes del mercado, que rigen el mundo del espectáculo, degradando un oficio que tuvo otros ejemplos y otras referentes, mujeres que eran cabeza de compañía, con elencos de saberes repartidos en la danza, la picaresca, el sketch y el strep, y en el que la palabra “trayectoria” tenía peso.

Hoy las han reemplazado chicas salidas de realities que diariamente visitan programas vespertinos y ofrecen de sí aquella vieja disposición a la pelea. No han heredado el oficio, sino apenas la manera no tradicional de venderse como productos mediáticamente atractivos.

Graciela Alfano es una sobreviviente de ese tiempo también desaparecido. En los medios, en el rubro “vedettes”, se podría hablar de dos enormes grupos: las recién llegadas y las sobrevivientes. La gente nunca se agolpó frente a los teatros de revistas para pedir que se fueran todos, como sí sucedió frente al Congreso, pero fue el mercado, uno de cuyos nombres es “rating”, el que hizo declinar un género y el que generó otro, televisivamente dependiente, en el que la “vedette” no tenía por qué ser una mujer que supiera bailar o cantar o actuar. En ese sentido, probablemente la figura más original que ha surgido en los últimos tiempos es quien fuera Florencia de la V y hoy es Florencia Trinidad. Otro síntoma de estos tiempos. Un síntoma positivo, por la amplitud y el pluralismo que denota, pero también por la construcción de una carrera y una trayectoria. Todo en Graciela Alfano es la parte oscura de esta historia. No la de ella en particular, que siempre ha sido y es dueña de irse a la cama con quien quiera y de posicionarse políticamente como prefiera. Lo oscuro es lo que se filtra, se descontrola y drena hasta en los programas de chimentos. Lo oscuro es su necesidad de supervivencia mediática, la que deben haber tenido en otra dimensión de su ser, la real, la literal, la verdadera, todos y cada uno de los hombres y mujeres que desaparecieron sin que sepamos hasta hoy de qué eran acusados, cómo fueron asesinados y dónde están sus cuerpos o sus hijos.

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