Una gran parte de lxs niñxs que crecen en Argentina duermen con una pelota de fútbol dentro de su cama. Quizás sea por ese acompañamiento de cuero que muchos de ellxs sueñan con ser
protagonistas heroicos de goles decisivos o atajadas inolvidables.
En Napoli dicen que los jugadores argentinos tienen una habilidad anormal, que juegan diferente al resto de los mortales porque aprendieron el deporte en calles irregulares donde además de esquivar adversarios debían tener eludir las piedras, los pozos y los desniveles de los baldíos donde aprendieron el extraño arte de tirar un caño invisible.
Una gran porción de la trayectoria infantil argentina está atravesada por la pelota. En los recreos de escuela. En las noches de copa libertadores. En los estruendos de goles aullados a lo lejos con folklore de domingo en la memoria.
Es evidente que los ídolos nativos son más jugadores que arqueros. Es decir: usan más los pies que las manos. Más aún, los nombres del recuerdo tienen reminiscencia a delanteros, armadores del juego y eximios goleadores. Pocos guardametas trascienden la cueva de sus tres postes despoblados. Muy pocos, incluso, han logrado entrar en el Parnaso de la evocación viva. Apenas contados nombres han ingresado en el arquetipo soñado del pibe que se abraza a
su pelota antes de dormir.
En México, sin embargo, ataja en la actualidad uno que pinta para prototipo de deidad profana. Un golero –como le dicen los orientales—que hipnotiza a quienes se sueñan en un vestuario dispuestos a atravesar el túnel para penetrar en el humo y los cánticos de la gloria
futbolística. Se llama Nahuel Guzmán. Le dicen “Patón”. Pocos días atrás, el arquero nacido en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, convirtió un gol agónico en el último minuto de descuento para su equipo, los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León, que permitió a su equipo pasar a la próxima rueda de la liga de Campeones CONCACAF (concachampions), un torneo internacional similar a la Copa Libertadores de América.
En enero de este año, Nahuel entró a la cancha con los colores de la bandera que identifica a la comunidad LGBTIQ+ luego de tuitear un mensaje donde se manifestaba contra la discriminación que sufren los integrantes de dichos colectivos. Pero el Patón no mostró el
arcoíris en su cabeza en un lugar neutro. Lo hizo en uno de los países donde ser mujer o tener una orientación sexual diferente a la heteropatriarcal supone un peligro de muerte.
Ese día, Guzmán acompañó el color de su pelo con el siguiente mensaje a través de su cuenta de Instagram: “Año 2020 en el Planeta Tierra. Los casos de discriminación homofóbica siguen presentes en nuestra sociedad y el fútbol no es la excepción. Entender nuestra enorme diversidad social y avanzar en los derechos x la inclusión es compromiso de todxs”.
El día de su gol mítico contra el equipo salvadoreño de Alianza posó ante los fotógrafos con un gesto que muchos machirulistas locales consideraron desafiante: brazos cruzados y puños cerrados, una gestualidad populariza en México que expresa el repudio a la violencia contra las mujeres. El gesto asumido por el Patón supone una verdadera provocación para el modelo patriarcal imperante, hegemonizado por una masculinidad que se arroga el derecho a la
apropiación del cuerpo femenino.
Sus ejemplos habituales de pedagogía sensibilizadora recuerdan su presencia junto a las Abuelas de Plaza de Mayo y Estela de Carlotto cuando en junio de 2019 se anunció la restitución de la identidad del nieto 130, Javier Matías Darroux Mijalchuk, hijo de Elena
Mijalchuk y Juan Manuel Darroux, ambos desaparecidos en diciembre de 1977. Su presencia en la conferencia de prensa se convirtió en un ejemplo para muchos futbolistas jóvenes que lo
observan con admiración.
Cuando los ídolos deportivos o del mundo del espectáculo logren incorporar la compasión y la humildad como vectores centrales de su trayecto biográfico nuestxs pibxs tendrán mayores oportunidades de dormir con una pelota capaz de hacerlos soñar belleza auténtica. La que se evidencia en ese abrazo de gol con que el Patón se funde en el último minuto del partido.
El agónico gol del Patón y su emotivo abrazo con los seguidores de Tigres
Muy bello escrito de Elbaum .
Tiene sensibilidad hacia los futbolistas que dan un mensaje poético .
En su momento fue muy cslido con René Houseman , y ahora hace muy bien en exaltar a Guzman , por su compromiso muy fuerte con lo que verdaderamente importa .
Generalmente se cree que el futbolista es limitado intelectualmente . Se usa ese estereotipo para encasillarlo .
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