-Bueno, ¿entendieron todo entonces?- dijo desde el otro lado del escritorio y se puso de pie, señal inequívoca de que la reunión había terminado. Pero yo no pude moverme, seguía embelesado por sus gestos.
-Me tengo que ir a Tolosa… Un tema familiar-, agregó mientras se ponía el tapado y cerraba la cartera.
-La mamá de mis dos hijos más grandes es de Tolosa. Estuvimos casados diez años.
-Entonces llevame vos, pero metele que estoy apurada.
Recién entonces reaccioné. Me acerqué a mi compañero, el Patriota, le ordené en un susurro que no se despegara de ella y bajé a los saltos las escaleras del instituto. Corrí por Rodríguez Peña hasta Bartolomé Mitre y doblé en dirección a la enorme E blanca con fondo azul.
El playero me trajo mi vehículo. Era la Falcon Ranchera roja que compré cuando empecé con la chacra, hacía tantos años. Puta madre, pensé. Tuve tantos autos y chatas y justo tengo que subirla a este.
¿Por qué no? La Ranchera me remitía a Leopoldo chiquito, Mora creciendo en el vientre de su madre, mis primeros pecanes. Éramos jóvenes, el presente era maravilloso y el futuro no podía ser distinto. En esa chata habíamos ido a festejar el bicentenario. Y despedir a Néstor meses después.
Ella se acomodó en el asiento del medio y el Patriota a la derecha.
-Te pedí que me lleves a Tolosa, no a 1985-, dijo y sonrió.
Iba a hacer un comentario sobre el “Diario de una temporada en el quinto piso”, pero ella me detuvo con un leve codazo en las costillas, como si supiera lo que iba a decir.
-Perdoname, es que…
-¿Perdoname? ¿Pensás que me jode andar en una Ranchera? ¿Qué canal de noticias mira este?-, le preguntó al Patriota, en busca de complicidad. -Soy una militante. Mi-li-tan-te, como ustedes.
La Ranchera tenía una caja de cuarta al piso que se trababa muy seguido, recordé. Y yo llevaba una francesa en la guantera, por si era necesario tirarse abajo a acomodarla. Me imaginé haciendo eso delante de ella.
-¿Y de dónde en Tolosa era tu ex?
-Barrio Copervi, ¿ubicás?
Dos rayos salieron de sus ojos y me quemaron la sien. Yo seguía con la vista al frente, concentrado. ¿Cómo no voy a ubicarme si me crié por ahí? Ubico Copervi, La Favela, todo. ¿Lo dijo ella, lo pensé yo o me lo transmitió sin hablar?
La autopista de a tramos se convertía en la vieja avenida Calchaquí. Había animales sueltos que me obligaban a bajar la velocidad. Entonces se nos ponían autos a la par, que tocaban bocina y saludaban con los dedos en V. Ella devolvía todos los saludos y gestos con paciencia infinita.
-”Patriota”, mirá vos… Hay que estar a la altura de semejante apodo… Mirá que conocí gente, pero a nadie que le dijeran así…-. El pecho del Patriota se infló en tiempo real y hubo que hacerle lugar en la cabina de la chata. Yo seguía aferrado al volante con las dos manos, repartiendo mi vista entre el camino y el reloj de temperatura del motor. Los fierros viejos, es sabido, son mañeros.
-Y vos tuviste más hijos-, afirmó con autoridad. -¿Te volviste a casar?
-Tengo una nena que va a cumplir tres, Pastora. Su mamá se llama Ana. Tal vez nos casemos.
Quise contarle tantas cosas que no supe por dónde empezar. De Chela, que vivía ahí cerca y la adoraba, de Juan, su última pareja, que había vivido en la URSS enviado por el PC argentino, pero seguro se hubiera vuelto peroncho con Néstor, si la parca no le ganaba de mano justo antes de 2003. Juan era tripero. Enseguida me acordé de Diego.
-Él está muy bien. Está tranquilo, se sabe querido. Mira todo el fútbol que quiere.
Iba a preguntarle cómo sabía. Qué pregunta innecesaria.
Nos acercábamos al destino. Apenas bajara, el Patriota enviaría los mensajes para armar la reunión y mis compañeros pronto estarían en la galería, esperando con ansiedad nuestra llegada. Podía predecir la escena al detalle. El Flaco Aduco, en la cabecera de la mesa, paternal, fumando y sonriendo en silencio. La Negra Juárez me fusilaría con preguntas: ¿le dijiste tal cosa? ¿le dijiste tal otra? ¿pero al final, qué arreglaste? ¿O no arreglaste nada, pelotudo?
-Correte, Patriota, que me bajo acá.
-¿Lo nuestro lo seguimos con Oscar?
-Con Oscar, sí. Pero de vez en cuando suban a mi despacho a charlar de política.