Uno. Lula es un mito viviente. Ganó 48 a 43, le sacó cinco de ventaja al actual presidente, hizo una de sus mejores elecciones, quedó a tan solo uno y medio de evitar el balotaje.
A veces, los números encubren más de lo que muestran. El triunfo de Lula se dio en una cancha más que inclinada. fue difamado, perseguido e injustamente encarcelado. Desde 2016, ha sido objeto de todo tipo de zancadillas y operaciones. Probó su inocencia, salió de la cárcel y se puso a recorrer el país, setenta y seis años. Obtuvo casi la mitad de los votos emitidos.
No es habitual que un retador luzca como favorito al cabo de apenas un mandato. “O mito chegou”, rezaba el jingle de la campaña de Bolsonaro en 2018. El verdadero mito, ayer quedó demostrado, es Lula. Aunque ser un mito también tiene sus costos. Veamos.
Dos. Miedo y odio, poderosas herramientas. Ganó Lula pero todos miran a Bolsonaro. ¿Por qué? Retrocedió mucho si lo comparamos con su propio desempeño en 2018, pero hizo una gran elección si consideramos la regresiva performance económica de su gobierno. Millones de brasileños salieron de la pobreza -o de la indigencia- con Lula y retrocedieron con Bolsonaro. ¿Es posible que voten a quien los perjudicó y no a quien los benefició? Definitivamente sí. Es posible y probable. La economía es apenas uno más entre tantos elementos que se meten en la licuadora para decidir el voto. Si las decisiones electorales tuvieron factores racionales, estos están en franca retirada.
La realidad es polisémica, no se explica a sí misma, requiere narrativas. Las derechas entienden esto muy bien y lo trabajan día a día, como si siempre hubiera una elección la semana que viene. Las herramientas de comunicación hoy disponibles permiten hablarle a cada elector al oído, llevarle la propia explicación de la realidad, con todas las ventajas que esto conlleva.
Lula era el claro favorito. Este dato alertó al antipetismo, que se concentró en Bolsonaro como si se tratara de un balotaje. En sociedades hiperpolarizadas, el odio es un motor extremadamente potente, al punto que habría que revisar la sentencia sobre el amor y el resultado de la contienda entre ambos. Son más los que votan contra alguien que por alguien. En la eterna pelea entre eros y tánatos, el último corre con ventaja. Construir requiere tiempo y persistencia para arar, sembrar, regar, desmalezar, cosechar, etc. Del otro lado, basta con un encendedor y un bidón de nafta. Las encuestas, que anunciaban entre diez y quince puntos en favor de Lula, son parte del problema. El triunfalismo relaja al electorado propio y pone en alerta al ajeno.
Tres. Gobernabilidad, esa te la debo. El PT es una estructura sólida, de gran despliegue territorial, encabezada por un profesional de la política. No debería tener dificultades para sumar un punto y medio entre los votantes de las candidaturas menores y los veinte millones que se quedaron en su casa. Menos, con un centrao experto en aprovechar oportunidades de negocio. Bolsonaro también jugará sus cartas, pero le resultará difícil por el efecto “pájaro en mano”. Frente a la oferta del candidato al que sólo le falta un punto, él será los “cien volando”.
El gran problema será la gobernabilidad, con bolsonaristas sentados en el legislativo, en varias gobernaciones y con simpatizantes en las calles, muchos de ellos armados. Las derechas de nuestra región no tienen pruritos: lo resuelven con más represión, más policía y violencia institucional. La pregunta es qué hará Lula con eso. La impotencia de los gobiernos populares es una profecía autocumplida, la construyen sus antagonistas bloqueando cada iniciativa desde el primer día de mandato para luego azuzar la inoperancia o incapacidad de sus adversarios -merecidamente, en el caso del progresismo-. Afortunadamente, Lula es un sindicalista acostumbrado a luchar.