El fantasma de Saló y la muerte de la metáfora

Un paseo previo por Pasolini y su Saló para llegar a la Argentina actual y sus encrucijadas. Nota de Luis Franc.

El cine ofrece diversas posibilidades de vínculo con lo presentado en pantalla, más allá de la propuesta perceptual de cada película. Las dos más extendidas están ligadas al aspecto narrativo: pensar el material en su dimensión metafórica, o tomarlo en su literalidad. Requiere un paso más allá de la anécdota concluir que una película que piensa a la ciencia como instrumento central del colonialismo norteamericano es Alien (Ridley Scott,1979). Una tercera alternativa es relacionarse perceptualmente, desde una apropiación de la forma, estructura y de todo lo que ese grupo de imágenes promueve a cada cuál, no al conjunto. Se trata de una relación estrictamente íntima – y porque no, caprichosa – con eso

En tal sentido, el presente actual devela un problema estrictamente político. Lo que fue concebido para su apropiación metafórica o perceptual, se encuentra corrido hacia la literalidad más espeluznante. La última obra de Pier Paolo Pasolini previa a su asesinato – asesinato como otra enorme metáfora que se redimensiona en su literalidad – presentaba el fascismo al desnudo a través de una ficción basada en experiencias y acontecimientos de los que había sido testigo. Es así como la traslación del relato del Marqués de Sade, Saló. Los 120 días de Sodoma se pude ver hoy, sin más ni más. La República de Saló se constituyó en el último bastión de la Italia fascista antes del derrocamiento final del régimen. El director traslada el espíritu del texto que detalla las vejaciones a un grupo de jóvenes por parte de cuatro patéticos personajes con un poder autoadjudicado, fundantes de un Estado separado del mundo. Los jóvenes eran obligados a padecer violaciones y abusos de diversos tipos, asimilandose ellos – o no – al capricho azaroso de sus captores, hasta el límite de la imposición de vínculos escatológicos. El horror en lo que quizá fuese la mayor dimensión de horror que haya ofrecido el cine. Un visionado contemporáneo del material nos enfrenta al fantasma de un punto límite al que nadie – no imagino a nadie – quisiese llegar. 

Lo que durante la guerra fría se mantenía en tensión como terrenos opuestos que no terminaban de colisionar, lo que luego en la posmodernidad devino cita, parodia, hoy ofrece al desnudo el fantasma de su literalidad más espeluznante. La resonancia más ajustada con el aquí y ahora se encuentra en un pasaje de Saló…, en el que el grupo de victimarios reúnen a sus prisioneros y prisioneras para leerles las nuevas condiciones de vida: “Espero que no esperen encontrar aquí la ridícula libertad concedida al mundo exterior. Ustedes están fuera del alcance de cualquier legalidad. Nadie en la tierra sabe que están aquí. En la medida en que el mundo no se preocupe, ustedes ya están muertos”

Pero lo que declama como el mundo para Pasolini no es solo el exterior, ese fuera de campo que no se ocupará de ellos. El trabajo del director refiere sobre todo a la naturalización de las condiciones de vida por parte de muchos de los cautivos que, presenciando lo peor ante sus ojos, callan, sonríen, o ríen con carcajadas impostadas. En el final, dos de ellos bailan un vals sabiendo que a unos metros están torturando a sus compañeros y compañeras. Entonces sobreviene otra pregunta, en apariencia ajena al cine: ¿Con qué otros fantasmas de puntos límites podríamos estar conviviendo en el presente actual? Asistimos al periódico corrimiento de las dimensiones del asombro: el hecho de que el asesinato frustrado de Cristina Kirchner tomase estado público y esto no modifique lo que comúnmente llamamos humor social, que se excarcele a quienes contribuyeron a la planificación del hecho y esa vara (social) no se corra, que muchas vidas pretendan seguir inmodificables luego del montaje entre su condena judicial y la pornografía del descubrimiento del show de Lago Escondido por parte de protagonistas del entramado judicial-mediático-político que guiono su sentencia, y que ní asi dicho humor pareciera modificarse, nos aleja de la dimensión metafórica (ni hablar de la perceptual) de Saló… y nos violenta al choque con lo literal en esa obra fundamental. ¿Acaso aquel fragmento del discurso del opresor nadie podría imaginárselo dirigido al pueblo argentino por parte de los jefes de la mafia contemporánea?

Luis Franc es Docente en teoría y análisis cinematográfico (CC SAN MARTÍN Y CC ROJAS) Crítico (Hacerse la crítica) Creador y conductor de «Periferias del cine» (Radio Caput).

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