La soledad está prohibida, y aún más si es fin de año

Reflexiones sobre las subjetividades y el entorno celebratorio. Nota de Agustina Gatto.

La soledad es uno de los grandes terrores de la Sociedad, sobre todo si de vínculos de pareja se trata. La tan repetida frase “No podés estar solo / sola”, significa “no sos capaz de sostenerte en soledad” y a la vez constituye una sentencia prohibitiva, “no debés estar solo”. Es que la Sociedad, a través de sus construcciones culturales de la felicidad, hace ambas cosas. Por un lado, al obviar una categoría llamada soledad dentro de los estados orgánicos del ser, te prepara para que seas incapaz de estar solo. Por otro lado, te prohíbe estar solo con argumentos que escalan hasta la salud mental: estar con otros produce endorfinas y estar solo, depresión, afirman los especialistas. Ahora… ¿Estar con quienes no la pasás bien también produce endorfinas? ¿Y no tener la capacidad de estar solo, qué produce?

La Posmodernidad está demostrando una tendencia a la soledad. Las estadísticas indican que hay cada vez más personas solteras y cada vez más personas que deciden no convivir. Y este movimiento acarrea un duelo: agoniza el relato de la Familia y hay quienes no quieren ir al funeral. Lo que no quiere decir que agonicen las familias: lo que tiende a desaparecer es la Familia como gran relato, no como elección personal.

Como sabemos, la Modernidad se centraba en la existencia de esos grandes relatos, sobre todo los de la Política, la Religión y la Familia. Esto podría traducirse fácil en que si creías en un partido, eras fiel a una religión o formabas una familia, tu sentido de vida estaría asegurado. La Política iba a salvarnos como sociedad; la Religión salvaría nuestras almas y la Familia nos daría una felicidad privada, individual: estábamos cubiertos en todos los flancos.

La Posmodernidad, como también sabemos, dio por Tierra esos relatos en los que se creía colectivamente y de lo que podemos hablar hoy es de microdeseos. Por eso las parejas se rompen más fácilmente que antes. Como muestra la película “Historia de un Marimonio” (Noah Baumbach, 2019), las parejas hoy muchas veces no se separan por falta de amor sino porque cada una privilegia su microdeseo a un deseo a sostener con el otro —las implicancias positivas y negativas de esto llevaría otro artículo, sólo quiero señalar la tendencia—.

Hoy las personas tienen más facilidad que antes para salir de vínculos que no desean y de entrar rápidamente en otros. Pero lo que queda por construir, me parece, es lo que sucede en el medio, entre una pareja y otra. Y, también, fundar la posibilidad de una vida entera en soledad y que sea una opción tan digna como la de pasar una vida en pareja/familia. Erigir un paradigma de soledad sin riesgos de depresión, una soledad que sea vista con buenos ojos por el entorno, que no dé miedo y, más aún, una soledad como un estado tan vital del ser como el estar en compañía, una soledad que brinda tantos momentos de serenidad, felicidad y también angustia como los que provee una vida en un clan doméstico.

Difícilmente vemos, tanto en las ficciones como en las realidades, que alguien se sienta realizado en soledad y esto, como mínimo, tiene dos consecuencias:

Uno. Quien está solo, antes de encontrarse sinceramente con la sensaciones que la soledad le produce, se encuentra con el mandato de no estar solo, con toneladas de miradas tristes hacia él/ella, películas que hablan de que la soledad es de lo que hay que huir y que hay que cruzar corriendo una ciudad antes de que el avión del otro despegue, relatos que apuestan a nuclearse en pareja/familia aunque esto cueste la infelicidad de toda una vida.

Dos. Cuando vamos a vincularnos lo hacemos, en gran medida, para evitar ese terror a la soledad y no solamente desde la autonomía del deseo, lo que genera quedarnos en vínculos que no nos satisfacen o buscarlos con desesperación, sin paz posible.

Vincularse en la Posmodernidad no es lo más fácil: tenemos permiso de deshacer el dúo o el grupo en cualquier momento. Esto se puede analizar como una de esas cuestiones “líquidas” que propone cierta filosofía, esto sería que el amor o los vínculos en general hoy se escurren entre los dedos. Pero también se puede observar como la expresión de unos seres humanos que no soportan más grilletes vinculares y que están buscando momentos y vidasserenas, quizá a riesgo de irse rápidamente de cualquier construcción emocional con el otro. Y sí: todo proceso de apertura y maduración conlleva peligros y éste es uno, sin lugar a dudas, pero creo que vale la pena en pos de dicho proceso.

Si hay una fecha que le pone sello a este terror colectivo hacia la soledad, es el fin de año y sus fiestas, y los medios de comunicación así lo demuestran. Por supuesto, ninguna publicidad muestra a alguien solo en su mesa y los conductores de radio y televisión envían saludos a quienes la pasan o en familia o con amigos. Me pregunto cómo se sentirán quienes la pasan en soledad, por elección o porque les toca. No están contemplados en ninguna categoría navideña o de fin de año, se los excluye porque la opción de la soledad deprime.

En cuanto a los familiares y amigos, si escuchan que querés pasar estas fechas en soledad se desesperan por ponerte en alguna mesa pronto, como si fueses un huérfano navideño. Y lo hacen porque te quieren, sí. Pero también porque no hay un lugar pensado como feliz para la soledad en esta Cultura, y menos si es fin de año. Es preferible juntarte con quien no querés pero estar en una mesa en la puta Navidad que estar solo, porque no nos han enseñado a pasar ni estas fechas ni ninguna fecha solos, no tenemos ese lugar interno y cálido que se llama soledad, más bien nos han enseñado a llamarlo vacío insoportable.

Propongo que aprovechemos esta Posmodernidad que se caracteriza por deconstruir géneros, discursos, políticas, para desconstruir, también, el fantasma de la soledad. Para que podamos decir que elegimos la familia pero también poder decir que elegimos —o que nos toca y lo asumimos bien— pasar la vida con amigos, o de viaje conociendo siempre gente nueva, o con el perro, o que elegimos una soledad de a ratos, o una soledad para siempre y que todas esas opciones obtengan el mismo respeto.

Propongo a los creativos publicitarios que haya una campaña en donde se vea una familia, un grupo de amigos, alguien con su mascota y alguien completamente solo, y que todos sonrían.

En este fin de año, brindo por una deconstrucción de la soledad y con quienes la pasan en soledad.

Agustina Gatto es dramaturga, guionista y directora de teatro, cine y series.

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4 comentarios

  1. Perfecto. Lo he repetido esta Fiestas más que otras, una y otra vez. Me HARTAN con la «mesa afuera», con las suculentas comidas, etc, etc… Yo lo paso con mi madre de 91 años, con profundo dolor por pérdidas trágicas y con profunda alegría , por momentos, por cosas cotidianas…como cualquier día de nuestras vidas. Y por estar juntas.

  2. Es curioso que se estigmatice a la soledad de esta manera, ya que es lo más normal estar solo. De hecho, venimos solos al mundo y nos iremos de él de igual manera.

  3. Está bien la nota, pero no creo que sea una virtud en sí misma la soledad, más bien un sitio que no hace nada bien a la cabeza de las personas. Es un derecho, obvio, y también una dificultad enorme de muchas y muchos que no pueden salir de ella.

  4. De acuerdo en algo pero no en todo, acá se le llama soledad a la soltería? a no tener amigxs? a pasar un rato solos? a vivir en completa soledad? son cosas distintas y en la nota se va de un sentido a otro. La soledad como aislamiento físico y emocional del resto de la gente me parece que hace mal. Lo demás son grados que me parece uno puede ir manejando más allá de mandatos (estigmatización de la soledad) y contramandatos (defensa a ultranza de la soledad).

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