El otro día, después de una charla en Periodismo de la Universidad de La Plata, una mujer más o menos de mi edad, mientras me abrazaba, me dijo que tenía guardada desde hacía muchos años una contratapa mía. “El tapadito”, me contó al oído.
Fue escuchar esa palabra, y ver aquel tapadito hermoso, de un corderoy negro y ancho, que mi madre le había comprado a una mujer que cada mes venía con valijas llenas de ropa que vendía a domicilio. Nunca había nada que me gustara. Hubo que convencerme para que me quedara con el tapadito. A los 19 años no me interesaba comprar ropa ni ir a bailar. Como una burbuja en plena dictadura, espontáneamente y apoyada en el rock, mi generación hizo una resistencia subjetiva al modelo de joven que imponía el poder. Era la época de Fiebre de sábado por la noche, y faltaban años para que Travolta fuera revisitado.
Era un culto juvenil a la estupidez. A la despolitización, a ocuparse de uno mismo, a vivir con anteojeras y tapones en los oídos. Un culto a la inmisericordia. En la revista artesanal en la que trabajaba entonces escribí una nota sobre un poeta peruano asesinado, Javier Heraud, que se tituló “Fiebre de América por la noche”.
En el 77, éramos una respuesta generacional inconsciente al régimen sanguinario. No sabíamos los detalles, pero se nos adoctrinaba de forma permanente desde la televisión. Los que no éramos adaptados ni cooptados por el “algo habrá hecho” o “el silencio es salud”, rechazábamos visceralmente el consumo de ropa y de objetos de status. Nos daba vergüenza que se viera la marca, sobre todo si era cara. Tomábamos lo que salía en la tapa de Clarín, ya entonces, como un lavado de cerebro. Vivimos una intensa contradicción en el Mundial 78, porque éramos conscientes de que hasta nuestra propia alegría beneficiaría a la Junta.
No hablábamos de chetos, sino de caretas. La casta político-militar- judicial-mediática y económica había tomado por asalto este país, en el que transcurrían nuestras adolescencias reticentes, por la asfixia, a pensar en términos de patria. La patria estaba bajo ocupación. Nos hicimos adultos desasfixiándonos de aquellos años de peligro y humillación constante, en el que teníamos vidas alteradas por la imposibilidad de estudiar, escribir, leer, hablar con libertad. Se quemaban los libros. Huxley describió un mundo feliz en el que ya no era necesario quemar libros porque no habría nadie interesado en leerlos.
Por supuesto que el terrorismo de Estado y sus metodologías bestiales después llenaron a pleno lo que significó la dictadura. Pero si acercamos el foco a la vida cotidiana de los jóvenes de entonces, vemos un fresco de deseos truncados, paranoia, ahogo.
No recuerdo en qué año escribí El tapadito, pero sí que lo hice para contar que un 24 de mayo, en la estación de micros de La Plata, una patrulla del ejército me paró porque yo no llevaba la escarapela puesta. No me interesaba la escarapela. La escarapela eran esos milicos que me requisaban cuatro veces desde que salía de mi casa hasta que entraba al aula de la facultad de Letras.
Les dije que me la había olvidado. Cuatro de ellos me apuntaron con fusiles, y uno me puso una cinta celeste y blanca en la solapa del tapadito. Ese país del terror y de la incomodidad existencial constante no tenía colores ni bandera. Estaba expropiada, la usaban para fingir valores que no tenían los que ejecutaron y fusilaron y se robaron los bebés. La escena del tapadito fue en 1977. Los estaban ejecutando en aquel momento, el tapadito fue contemporáneo a la masacre.
Cuarenta años después, hay olor a sangre otra vez. Pero en una circunstancia todavía más aterradora: por voluntad popular ha llegado al poder el fascismo. La mafia y el fascismo se han entrelazado, y una concejala salteña de LLA jura vestida de novia “porque se casa con la gente”, Macri es sobreseído por el espionaje a las familiares de las víctimas del ARA San Juan, también miembros de las fuerzas sobre las que no se conoce opinión de Victoria Villarruel. Se multiplican las amenazas de muerte, las menciones a los falcon verdes y Milei empieza a hablar de “gente de bien”.
En esa categoría no entran sus votantes, como se verá muy pronto. Cuando habla de “los caídos” no piensa en “gente de bien”. A Milei los seres humanos le importan un bledo. No lo oculta. Lo votaron para generalizar el sufrimiento. Con dos dedos de frente, es obvio que sus propuestas conducen al 2001, que fue el precio de haber padecido a Menem y de haberle creído a Clarín. Milei ganó disfrazando la Argentina de hoy con la de 2001, y ya empezó con la pesada herencia, pero los que lo vivimos y ya éramos trabajadores sabemos que hasta las elecciones y hoy, hay tejido social y que el Estado aún con un gobierno fallido, por la concepción misma del Estado, está presente. Los que lo desprecian, los que le atribuyen atraso o la culpa de sus frustraciones, ya verán la orfandad abismal a la que nos asomamos, ya verán la voracidad del mercado, que nunca en la puta vida en ningún lugar sirvió más que para beneficiarse a sí mismo. No estamos en el 2001 pero el 55 por ciento votó al que propone ser Menem recargado y encima fascista, cosa que Menem no fue.
Y viviremos mal, como en la dictadura. Dicen que el terrorismo de Estado no existió… ¡ y amenazan con los falcon verdes! Una escena de los tres chiflados. No es opinable. Es mentira. Es cosa juzgada y no en Comodoro Py. Llevamos el terrorismo de Estado como el telón de fondo aterrorizador, censor, cobarde de nuestras adolescencias. Les mentirán a los chicos como nos mentían a nuestros 17 o 18 disfrazando de enfrentamientos los fusilamientos.
Lo que espero es que los millones de jóvenes, hombres y mujeres que hoy son capaces de discernir que se nos quiere amordazar y castigar, nos pongamos a trabajar para que pronto nazcan corrientes de pensamiento contracultural que generen una resistencia ética al tipo de persona que promueve el fascismo. El encapsulado, el cruel, el que está solo. Nunca, bajo ningún régimen opresor, en todas las épocas, las resistencias políticas, étnicas, de género, de cualquier tipo, dejaron de inventar su propia comunicación. Es necesaria para planificar la salida del laberinto.
Creo y confiesi que yo no quiero volver a pasar por lo mismo que fue la dictadura ,los 90,los 2001 y los 2015,a quienes se les ocurre que viviendo las mentira de un fascista todo sera diferente para bien ,no lo puedo creer
Somos 47 millones de argentinos. Los electores somos más o menos 30 millones. 17 millones son menores, o muy mayores, o impedidos por cualquier causa. 15 millones de desorientados votaron esto que ya comenzamos a padecer. Eso significa que 15 millones decidieron sobre 32 millones que no votamos esto; pero nos afecta, nos coloca en riesgo personal, colectivo y nacional. El sistema es imperfecto. La Democracia que tenemos permite elegir democráticamente a un antidemocrático que no cree en la Democracia y que gobernará democráticamente para tomar decisiones antidemocráticas para destruir la Democracia. Caímos en una trampa. Hay que salir de esa trampa pronto.
Es totalmente desolador el futuro que nos eligieron nuestros propios compatriotas.( Y se eligieron para ellos mismos).