Se mueren los cabritos

El autor de este texto da cuenta del universo rural de pequeños agricultores a los que siempre ayudó el Instituto de Agricultura Familiar, que fue cerrado por Milei. Nota de Matías Fernández Madero.

Se mueren los cabritos a las pocas semanas de nacer. Esa fue la frase con la cual me invitaban a visitar los corrales un par de técnicas del hasta ayer Instituto de la Agricultura Familiar, antes Secretaría de Agricultura Familiar, y mucho antes aún el Programa Social Agropecuario. Profesionales que eligieron trabajar junto a los productores más pobres del campo argentino. Mal pagados, con contratos frágiles. El único contrato estable, tallado en piedra, es su compromiso con las familias campesinas, chacareras, quinteras, huerteras, de producción a baja escala, cuidadoras del suelo, del aire y del agua…del monte y toda su diversidad, incluyendo la vida en el campo. Vida muchas veces en situaciones de completa marginalidad, sin luz eléctrica, sin red de agua, con caminos intransitables. Vida adonde también se va a las escuelas, adonde pasa la chata cada tanto vendiendo o trocando insumos básicos, vida dura y encima produciendo un enorme porcentaje de lo que consumimos en las ciudades y pueblos: Quesos, verduras, carnes, huevos, yerba, leña, semillas, dulces, miel…lista interminable.

Se mueren los cabritos, y al adentrarme en los corrales, llevado por profesionales del Instituto de la Agricultura Familiar, vi que los cabritos, dado el manejo de las majadas, muchas veces se quedaban sin tomar calostro. De allí que muchos cabritos iniciaban su vida en el monte, expuestos a patógenos y sin anticuerpos. La solución fue sencilla, simplemente dejar que antes de que las madres se vayan para el monte, los cabritos tomen calostro. 

Esta semana el ejecutivo nacional decidió prescindir de los servicios de cientos de técnicos en todo el país que trabajan acompañando la producción familiar en el campo. Cerró el Instituto de la Agricultura Familiar. Decisión que es difícil encontrarle una lógica, porque no la tiene. La única explicación posible es la amenaza que significa, para este gobierno, que cierto sector de la producción pueda trabajar en forma organizada, con el acompañamiento del estado, con recursos, con tecnologías puestas al servicio de la producción. 

Estamos viviendo tiempos distópicos. Aunque las utopías pareciera que fueron abandonadas siguen vivas, latiendo, y no me cabe la menor duda que siguen siendo el faro, el horizonte. Vamos. 

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