Liliana Adela Bolukalo Lemoine, más conocida como Lila, decidió posar con uniformes militares ucranianos en su estadía en Kiev, la primera semana de octubre. La cosplayer y maquilladora libertaria –hoy devenida en defensora legislativa de los proyectos del oficialismo– fue contactada por el aparato de propaganda militar ucraniano para darle publicidad a su deshilachada autoestima bélica. Su sesión de fotos no parece haber empoderado a quienes son humillados, en forma cotidiana, por la Federación Rusa.
Lila se trasladó a Ucrania, con la bendición de Javier Milei, sin percatarse del actual rumbo bélico de un país que yace derrotado desde hace casi tres años pese a contar con el apoyo económico y mercenario de los 32 países asociados a la OTAN. En uno de los posteos difundido por la cosplayer libertaria se consignaba que “muchas mujeres se enlistaron para no quedarse atrás cuando sus compañeros de vida fueron reclutados”.
Es probable que Lemoine esté desinformada o que busque generar un imaginario de compromiso por una guerra que los ciudadanos ucranianos ven como perdida. De hecho, una de las grandes dificultades de las fuerzas armadas de Kiev es el aumento progresivo de las deserciones de los varones, que tienen entre 27 y 60 años. Desde que se inició la guerra, hace casi tres años, 81 mil soldados ucranianos han desertado. Pero más de la mitad de ellos, 45.543, se han fugado, en los últimos ochos meses, entre enero y agosto de 2024.
Es posible que Lemoine desconozca que el terror se apodera de las familias ucranianas cuando irrumpen los temidos “escuadrones militares de reclutamiento”, que arrancan a los jóvenes de sus casas e influyen en los procesos de emigración. Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), se registran más de seis millones de refugiados ucranianos, la mitad de los cuales son varones en edad de reclutamiento. En el último año, incluso, los oficiales dedicados al reclutamiento se han dedicado a irrumpir en restaurantes, bares y en salas de conciertos de las grandes ciudades del oeste ucraniano para detener y enlistar de forma compulsiva a los hombres. El 13 de octubre, las camisas verdes de los grupos de incorporación militar acudieron al Palacio de los Deportes tras un concierto de un grupo de rock adolescente, en Kiev. Las imágenes difundidas por las redes mostraron a los agentes llevando a cabo una redada, deteniendo a los varones para incorporarlos de forma forzada al ejército. En la actualidad, ningún varón entre 18 y 60 años puede salir del país. El pago para eludir el alistamiento se ha convertido en una de las industrias más redituables que incluso ha llevado a la renuncia de altos jefes militares.
Dados estos datos, es probable –además– que la ex maquilladora desconozca que las tropas de Kiev cuentan con miles de mercenarios de decenas de países que se enlistan por tres o cuatro mil dólares por mes, ante la incremental insuficiencia de soldados ucranianos. Entre ellos figuran –según denunció el Comité de Investigación de Rusia (CIR)– mercenarios argentinos, que aceptan posar en las redes sociales en plena movilización hacia el frente de combate.
La solidaridad frustrada
Dos años antes que la cosplayer decidiera disfrazarse con ropa de camuflaje, dos diputados del entorno cambiemita, Waldo Wolff y Gerardo Milman, viajaron a la frontera entre Polonia y Ucrania con la intención de solidarizarse con el gobierno de Zelensky. En aquella oportunidad, el actual secretario de seguridad del gobierno de Jorge Macri –buscando la admiración de quienes defienden al régimen de Zelensky– posteó en sus redes sociales una imagen de su descanso en el piso de un aeropuerto, con el objetivo de exhibir su compromiso denodado con los herederos de Stepan Bandera, el integrante de las SS que se constituyó en el máximo líder del actual gobierno ucraniano.
Al regreso de Polonia, los dos diputados señalaron que la ausencia de información relativa a su visita se debió a que “no se les permitió utilizar celulares al ingresar a Ucrania”. Las versiones de sus allegados en la Cámara Baja sugieren que la escasez de información se relaciona con que los enviados solidarios fueron rechazados sin ser recibidos por ningún funcionario ucraniano. Sus allegados fueron un poco menos inexactos: aseveraron que ni siquiera se los dejó ingresar, razón por la cual obviaron dar entrevistas sobre el periplo.
Coherente con los anteriores –sobre todo respecto al alineamiento internacional otantista– se pudo observar en la últimas semanas al asesor presidencial multipropósito, Santiago Caputo , en prácticas de tiro. Cual agente operativo de SWAT, vestido con ropa militar, ostenta su capacidad de disparo frente a cartones inertes. Pero más significativo aún, difunde su heroísmo de polígono para advertir a sus enemigos que es capaz de enfrentarse a siluetas exánimes de sujetos populistas, zurdos o peronistas. Todos estos movimientos estridentes tienen en común el ejercicio de la violencia simbólica. El mecanismo por el cual un actor dominante (sea una persona o un grupo social) ejecuta formas de violencia indirecta. Esas agresiones pueden ser insultos, amenazas, interiorizaciones, estigmatizaciones, discriminaciones o privaciones. Habitualmente son el prólogo o el rasgo concomitante de la violencia física.
Todo mecanismo de dominación en la sociedad utiliza estas formas de control y de extorsión para imponer situaciones asimétricas de relación entre personas o grupos sociales. Esto aparece tanto en las relaciones de género –por imposición patriarcal–como en los vínculos sociales para garantizar el sometimiento cultural, educativo o económico. La violencia simbólica busca ser intangible, subyacente, implícita y subterránea. Funciona en el formato psicopático de disimular y negar su práctica aterrorizadora de intimidación y amenaza.
Todos ellos sienten fascinación por este tipo de violencia, aunque no reniegan de la potencial necesidad de la represión física y la tortura. Creen que la guerra es la única solución a los problemas y que el egoísmo es su motor y fundamento. Son portadores de un relato que insiste en construir a las víctimas como victimarias y a los desposeídos como integrantes de una casta de privilegios conformada por jubilados, universitarios, usuarios del transporte, los servicios públicos o pacientes de hospitales. Si un país –como la Federación Rusa– decide defender su soberanía contra una lógica occidental que busca su desmembramiento, pasa a ser ipso facto enemigo de la humanidad. Ese es el mecanismo que lleva a reconvertir a los poderosos en héroes. Y a los rebeldes en demonios. Sus nombres, sus propósitos y sus designios estarán en poco tiempo en el banquillo de los acusados. Para ellos también habrá un juicio justo. Los reconoceremos –cuando llegue el momento de la efervescencia social– porque ya andan por la vida con la marca de Caín en la frente. Una señal que solo arrastra sedimentos de humedad fermentada. La misma que vio morir a un genocida en un inodoro penitenciario.