Cuando era pibe, con la barra de la esquina de Monte Castro, hacíamos cálculos sobre qué edad tendríamos cuando el fin del milenio llegara. Para esa época de pantalones cortos y rodillas siempre raspadas, el futuro se tejía en una danza fantasmagórica de esperanzas y pequeñas heridas. Así fue hasta que la adolescencia acumuló voces de ancestros, relatos de batallas, fusilamientos, bombardeos, exilios y desapariciones de nombres imperecederos.
Para la adolescencia, gracias a lecturas clandestinas, ya empezábamos a diferenciar tres tipos diferentes de temporalidad. En primer término, la más cercana, la subjetiva. La de nuestros días, inyectados de deseos y de noches. Los calendarios cargados con hechos cotidianos, atravesados por afectos, amores y desamores. Ese era el tránsito siempre empedrado de lo que denominamos lo biográfico.
Junto a ese transcurrir lográbamos divisar otra temporalidad que no lográbamos escindirla de la íntima: la intersubjetiva: la vida de lxs otrxs en el eco de sus búsquedas y sus broncas marcadas por manchas de padecimientos y cantos de algarabía. A veces veíamos felicidades cargados de adioses y las amistades se sucedían como pasajes de un libro de aventuras. Esa era la temporalidad intersubjetiva que latía frente a nosotros y que nos ayudaba a configurar por mímesis o por distancias algunas identificaciones o rechazos.
Ese vínculo nos impulsó a un diálogo descarnado o sencillo con lxs otrxs. Su interacción se desplegó a veces con pausas y otras con agitación. Tuvo ritmos de cancha y tristezas de despedidas. Una palpitación que tuvo como cronología –aunque hayamos intentado esconderlo– una acumulación de lesiones indisimuladas: algunas sonrisas amputadas, varias moretones exhibidos con un dejo de orgullo, y sobre todo un sinnúmero de justificaciones maravillosas para resguardar esta tierra donde mis viejos nacieron, soñaron y agonizaron, reafirmando, hasta su último hilo de voz, los nombres de sus hijos y sus nietxs.
Pero quedaba otra temporalidad: la histórica. La que nos unía a mujeres y hombres que intentaron desplegar las formas más intensas del grito emancipatorio en cronologías lejanas. Esas personas que construyeron fuerzas sociales dispuestas a defender a los indios, a los cabecitas negras, a los lastimados, a los descamisados, a los choriplaneros.
Esa articulación con el pasado nos brinda una connivencia instintiva con el futuro. Nos permite comprender la motivación de quienes fueron perseguidos, su emocionalidad de barricada, su insistencia pascaliana, su profunda intensidad de verdad orientada a la institución de una Patria para Todxs: Una colectivo capaz de dotar a sus ciudadanos del auténtico sentido de la libertad que se respira –únicamente– en los pliegues de la soberanía.
Asumir esas tres temporalidades –biográfica, social e histórica– en forma sinérgica, supone indudablemente, trances y aprietos. Puede no ser fácil conjugarlos. Pero nos advierte sobre un trabajo artesanal sobre nosotros mismos y sobre quienes podemos influir aunque sea tangencialmente.
Las fiestas pueden mezclar en loop la cadencia de los meses que pasaron para convertir los sucesos en un desorden condensado de imágenes que se enredan. Algo sucedió. Algo está por venir. Esa es la gramática de lo que llamamos tiempo, que nos sirve para ordenar su tránsito con celebraciones, encuentros y alcoholes de melancolía. Las fechas son la métrica asignada para calcular el lapso de lo que somos, de lo que han hecho de nosotrxs o de lo que nos proponemos ser.
Para 2023 la secuencia incluirá, ineludiblemente, presencias y despedidas. Luchas dignas y abrazos memorables. Lo sabemos. Por eso respiramos el impulso de lo que dejamos para celebrar lo aprehendido y también para el aprendizaje de velar lo perdido. Ese es el contenido temporal de esta frecuencia lánguida –hacia el pasado– y su íntima ofrenda de asombros agitados.
En el anuario de lo que somos se tatuará algo de lo que designamos con el número 2023. En las tres facetas del reloj podremos incluir la aritmética emocional de sus posibles consecuencias. Cuando estemos frente a esas copas que simbolizan tanto la memoria como la esperanza hagamos el intento de ligar este entramado temporal con el compromiso de ser más generosos, amables y solidarios con lxs que sufren. Pero, al mismo tiempo –sin sentir la más mínima sensación de incongruencia e incompatibilidad–, seamos más pendencieros e inflexibles contra los que hacen de la crueldad su tráfico de privilegio y perversidad.
Augurios esperanzadores.
Mojones de verdades y certezas .
Preanuncios de realidades que se palpan .
Empujón al protagonismo sin concesiones.
Desafíos que se cristalizaran .