La meta superior de la vida espiritual no es amontonar una gran riqueza de información, sino afrontar momentos sagrados.
Abraham Joshua Heschel
Recuerdo unas décadas atrás cuando el rabino de la comunidad Bet-El nombraba Abraham Joshua Heschel y a Emanuel Levinas en sus prédicas. Sus alocuciones me llamaban la atención porque sentía que hablaba únicamente para entendidos. Solía indagar, entre los feligreses, quiénes habían entendido el sentido de lo que Goldman había dicho. Había una ínfima cantidad de los presentes que comprendían qué quería decir. La escena me parecía paradojal y me inquietaba: ¿cuál era el sentido de esa sobreactuación intelectual si muy pocos comprendían qué quería transmitir? Percibía que Goldman estaba representando un personaje enigmático que se constituía en un farsante.
Años después, cuando Héctor Timerman enfermó de cáncer, recordé aquellas escenas, y en el domicilio donde estaba encarcelado –por decisión de Claudio Bonadío y una parva de secuaces judiciales– le relaté esa rara sensación de haber escuchado a un farsante. Es que había un hueco profundo, casi un abismo en citar a Herschel y a Levinas y abandonar, mientras atravesaba una enfermedad terminal, a quien había sido uno de aquellos feligreses.
Héctor se había transformado, luego de la infame acusación promovida por la DAIA, en el protagonista de la obra de Ibsen, El enemigo del Pueblo: una persona coherente, con convicciones sólidas a quien habían demonizado.
Ibsen detalló con enorme lucidez cómo se logra tergiversar la trayectoria de alguien. Cómo se produce el proceso de demonización que busca transfigurar a alguien para convertirlo en un extraño. Peleando contra una dolorosa enfermedad, Héctor no solo tuvo que enfrentarse a una justicia digitada sino que tuvo que soportar al abandono de quienes se llenaban la boca de virtuosismos éticos y palabras compasivas. Una triple batalla. Demasiado para un hombre lastimado.
Héctor fue un tipo íntegro que luchó los tres últimos años de su vida contra un conglomerado de canallas. Daniel Goldman había sido el referente religioso de Héctor. Pero Goldman lo condenó al desamparo. Muchos afirman que fue por cobardía. Por temor a perder las nimias prerrogativas otorgadas por un consorcio de fieles derechizados.
El responsable de exhibir un perfil de modernidad emancipada. El que refería con insistencia la lógica espejada de Martin Buber, en la que no es posible la existencia de un “yo sin un tú”, guardó su sensibilidad en el armario donde se deja el talit.
Sometido a una encrucijada de su vida, eligió la jurisdicción miserable de los poderosos y dejó abandonado a una persona que lo había promocionado y catapultado a un reconocimiento por fuera de la colectividad judía.
Se podrán hacer especulaciones múltiples sobre los orígenes de ese accionar abyecto. Ninguna puede darle justificación al manto sucio de la ingratitud y deslealtad que implica el abandono de alguien doliente. Daniel Goldman tenía un vínculo espiritual con Héctor. Una relación atravesada por la fe. Sin embargo no fue capaz ni siquiera de llamarlo por teléfono cuando se estaba muriendo.
Héctor me dijo una tarde del veranos de 2017: “Nadie le pide tanto. Un llamado de solidaridad. … nada más… No va a perder su puesto de rabino en Bet-El por preguntarme cómo estoy…”
Tiempo después, cuando recordaba esa situación de profundo desconsuelo, yo recordaba la novela de Klaus Mann, Mefisto, en la que se retrataba el rol del actor alemán Gustaf Gründgens, quien intentaba quedar bien con los nazis para conservar su puesto en la marquesina de la dramaturgia germana. La película, del mismo nombre –actuada magistralmente por Klaus Maria Brandauer– intenta develar la profundidad de la entrega. El tránsito hacia la contaminación de quien entrega su tejido interior ante el poder. Goldman es Mefisto.
Goldman asumió ese papel en convergencia con Sergio Bergman, quien cruzó el Leteo de forma menos larvada. Ambos prometieron emular al rabino Marshal Mayer y traicionaron su legado en nombre del alpinismo social y económico. Escalaron posiciones encaramados en su imagen para deslizarse luego, hacia conveniencias de contexto, redituables para la medianía, la intrascendencia o la incandescencia de los puestos ministeriales. Mientras Marshal se jugaba la vida en momentos indudablemente trágicos y peligrosos, Bergman y Goldman transaban –décadas después– con los herederos ideológicos de los represores, los mismos que habían impuesto la noche y la niebla durante la dictadura genocida.
Uno de la mano del macrismo y el otro al compás de una comunidad belgranense cada vez más neoliberal y reaccionaria, fueron negando a Marshal Meyer.
Hoy Bergman salió del territorio doméstico y decidió afianzar su máscara en una geografía afín al macrismo, Estados Unidos. Goldman, en su afán de profundidad ilusoria, busca escabullirse detrás de peroratas sugerentes e inconsecuentes, apelando –de vez en cuando– a invocaciones plagadas de humanidad fingida.
Ambos caminos, a la luz de las décadas, convergieron en un particular resumen de dobleces y simulaciones. Bergman como burócrata atildado de una organización reformista. Y Goldman como representación patatizada de instruido rabino jasídico incomprendido.
Navegar a dos aguas nunca fue fácil. Tampoco servir a dos señores. Pero gente como Bergman y Goldman exhiben una particular capacidad de nado sincronizado en formato actitudinal: mientras aparentaban su labor comprometida con los derechos humanos, solapaban el entramado que legitimaba las variadas formas brutales de la persecución contra quienes resisten la ferocidad de los poderes fácticos, desplegados como hogueras de murmuraciones y escarnios jurídico-mediáticos. Héctor lo sufrió como una tríada punzante de inquisición: desde su propio cuerpo; desde el acoso, y desde el abandono.
De tanto nombrarlo sin sentirlo, de tanto citarlo sin incorporarlo, de tanto apostrofarlo in practicarlo, Goldman no podrá encarnar nunca –ni siquiera en torno a su legado– el bendito precepto de Abraham Joshua Heschel: “Un hombre religioso es una persona que tiene Dios y hombre en un pensamiento a la vez, en todo momento. Que sufre el daño hecho a otros, cuya mayor pasión es la compasión, cuya mayor virtud es el amor y el desafío de la desesperación.” Nada más lejos de lo que fue Mefisto con Timerman.
Estimado Jorge Elbaum : su escrito , como siempre , es brillante .
Ahora bien ; cono soy un hombre religioso, de praxis confesional-liturgica-sacramental , durante décadas, creo modestamente que en este campo puedo aportarle algo, ya que usted , como la mayoría de los judíos y judías seculares , se define como ateo .
Por mi experiencia personal, durante décadas, le digo cincluyentemente , que así como hay clases o capas sociales , también en las religiones hay divisiones o estratificaciones : una cosa es el religioso de zona céntrica; y otra muy distinta, el religioso de la periferia , de los suburbios .
El religioso de la zona céntrica gusta de constituirse en referente religioso y moral de las familias acomodadas y de clase media que habitan el micricentro y barrios aledaños. Su solaz consiste en ser requerido continuamente por esta capa poblacional . Los invitar a almorzar los domingos , donde les preparan los mejores platos . Justufican , con su perdón divino , los deslices de los integrantes de la familia , que de esa manera calman su conciencia adocenada .
Es decir , están cuando todo es » viento en popa » .
Cuando llega la tribulación del dolor , en forma de enfermedad, o de estrépito público vergonzante , su actitud vira drásticamente. De ahí el notorio desencanto que producen en quienes poco menos que lo endiosaban.
Esa postura se da porque su fe es de dogmas , conceptos , reglas , mandamientos , preceptos , pero no de vivencias ; no de carnadura.
Adoptan una actitud aseptica hacia el ser humano . Son como un médico forense al practicar la autopsia . Su trabajo es profesional , por lo fríamente técnico. No van a la esencia del ser humano; lo despojan de humanidad.
La actitud asumida por Goodnan no me sorprende. He visto a sacerdotes católicos de la zona céntrica de Resistencia tener trato almibarado con fieles de clase media alta y clase media , y ser muy despectivos con el pobre indigente, en sutuacion de calle . Me producía una profunda indignación.
Y le cuento una anécdota que cierra el comentario : en 1988 se produce en Bella Vista , Corrientes, una tragedia . Un grupo de folclóristas había terminado su actuación en un festival, y se dirigían en el colectivo de la delegación hacia la costanera de Bella Vista . Era de madrugada . Como era una bajada , de pronto el ómnibus se queda sin frenos y se precipita hacia las barandas , rompiéndolas, internandose en su marcha enloquecida varios metros en el río Parana Los gritos de la delegación eran espeluznantes .
Allí muere , entre otros, Zitto Segovia , un folclorista chaqueño de renombre . Uno de los sobrevivientes , no recuerdo su nombre y apellido , creo que ejecutaba el acordeón, tiempo después en una carta pública expresaba su dolor por el abandono total del que había sido objeto por parte del sacerdote católico Julian Zini .
Este había sido un cura chamamecero , muy conocido en Corrientes por haber compuesto las letras del conjunto llamado Los Imaguare .
El sobreviviente se quejaba amargamente de la ausencia total a que fue simerido por el cura farandulero. Digo farandulero porque gustaba de participar asiduamente en los medios radiales y televisivos.
De la misma manera, el sobreviviente expresaba su emocionado agradecimiento hacía esa » monjita » que le dijo, cuando lo rescataron: » Quedate tranquilo hermanito que yo te voy a secar y cambiar la ropa » .
La reflexión final , estimado Jiorge : en la religión , como en las demás profesiones, hay de todo . Por lo tanto, es inevitable la existencia de malas personas. Hay individuos fatuos , vanos, de apariencias, de utileria , de plástico.
Hay conciencias débiles, labiles, que no resisten la presión; se quiebran .
No pretebda usted encontrar conductas intachables en la religión. A menudo , las religiones son el refugio de miserables que no saben qué hacer con sus vidas .
Usted es sociólogo y profesional en ciencias económicas. Esas dos profesiones están plagadas de miserables . Les menciono a dos de la sociología: Marcos Novaro y Pablo Alabarces .
Las religiones no difieren en absoluto . Para su salud afectiva , psíquica, emocional y volitiva , quédese con el ejemplo de Eduardo de la Serna.
Busque las certezas por ese lado.
Y con respecto a Timerman tendría que haberse endurecido más. Ya tenía la experiencia del padre.
La misma Cristina dijo que si de algo se arrepentía en este tema era de haber pecado de ingenuos . No se puede ser ingenuo o ingenua si de por medio están Israel , Irán y EEUU.
Son una bomba de tiempo.
Se metieron en el ojo del huracan.
Finalizo : Goldman , un cobarde ; Bergman , un atorrante ladrón ; Zini , un miserable ; Elbaum , un buscador insaciable de justicia .
Admiro a Elbaun y muy de acuerdo totalmente de acuerdo con ud sr Sejas