Hoy sin montura de cielo, con la mirada limpia que nos canta. El imperio no pudo con tu pueblo. Fuimos contemporáneos de gran parte de su vida. E intuimos que lo mejor de los próximos milenios vendrá del diálogo de su perfil con el del Ché. De ambos junto a Zapata, a Farabundo, a Evita, a Sandino y a Martí. En ese entramado de biografías latirán se fundarán otra vez aromas latinoamericanos. Sus inscripciones de piel tendrán genéticas sanmartinianas en cruce de abrazos con Bolívar. Podrán, quizás definirlas como una contingencia cromática inscripta en forma indeleble. Soñada con formas poéticas de revolución.
Fidel está ahí para que aprendamos. Para que seamos capaces de mirar con perspectiva. Para saber que es posible desafiar a gigantes. Para que nadie puede imponer trabas al límite de nuestros compromisos de carne.
Con fidel nuestros imaginarios se ensancharon. Se ampliaron para entrever mundos alternativos rodeados de entereza, resistencia y altruismo. Con llamas que se empecinan en guardar voces raspadas en las prioridades anotadas en el cuadernito de las transformaciones venideras. El porvenir tiene raigambres de nombres y encrucijadas repetidas. Realizaciones dolorosas pero también bellas. Geometrías imperfectas.
Sucede que el imperio tarda en descascararse y en su trayecto de costra y amargura desparrama lava de hiel sobre el mundo. Confusión en el deseo y destrucción en todos los márgenes posibles de derrotero de empatía y amor hacia lxs otrxs.
La ingenuidad es el peor de los defectos para quienes escuchamos sus palabras. Fidel: caballo de nosotros. Blindados de vos. Tu vuelo dura. No dejamos de ver –ni de difundir– tus alas.