“Largos años de mentira, de ocultamiento. Largos años de encerrar una historia en una cápsula y encerrar nuestras cabezas, también, dentro de un termo. Eran tiempos difíciles. Y ayer, con vergüenza no nombrábamos a estos cuatro mártires. Con vergüenza y con miedo. Esa vergüenza que nos hacía ocultar tantas veces la verdad que sentíamos en el corazón y que por miedo no la decíamos. Pero esa vergüenza hoy se transforma en alegría”. Estas palabras las dijo el domingo pasado el obispo de San Justo, Eduardo García, en la homilía para dejar inaugurada la iglesia de su diócesis Beato Enrique Angelelli y Mártires Riojanos.
Pasó de largo, como pasó la beatificación de Angelelli. Como pasó de largo que apenas llegó Francisco al Papado, los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville. Hacía años se sabía que fue buscando documentación sobre los asesinatos de esos dos sacerdotes, y sobre el martirio del laico Wenceslao Pedernera, asesinado delante de sus tres hijas, fue el obispo riojano Enrique Angelelli fue él mismo asesinado de vuelta de El Chamical. Hubo un juicio y ese asesinato fue confirmado recién en 2014.
La reivindicación de Angelelli y sus curitas mártires se ubica en el lado de la Iglesia que acompaña a los pueblos. La de Angelelli era una tarea pastoral y sus curas y Pedernera fueron asesinados por ponerse del lado de los vulnerados. Su beatificación, de lo que nos habla es de que el papado de Francisco cumple un rol en la puja por un nuevo orden mundial. Ya ha hecho centenares de gestos y llevado a cabo viajes y reuniones que lo ubican geopolíticamente enfrentado a los nuevos regímenes belicistas y autoritarios que, tal como preanunciaba ya en el Documento de Aparecida, devienen de la fetichización del dinero.
La nueva parroquia comprenderá a cuatro barrios populares. El domingo, aunque pasó de largo en esta era de no periodismo, ésos que fueron negados, ésos de los que la jerarquía católica siempre evitó hacerse cargo, finalmente fueron homenajeados, después de su beatificación, con la primera parroquia en el mundo que lleva sus nombres. Las palabras del obispo de San Justo estuvieron a la altura, porque no fueron palabras de circunstancia sino las de casi un acto público de confesión, después de décadas de silencio. “Nos alegramos y gozamos por su fidelidad, por su amor, por su entrega y por un Evangelio que los llevó a dar la vida. Y eso es lo que celebramos, y eso es lo que vale la pena, y eso es lo que los hace nuestros mártires y beatos, no otra cosa”, dijo el obispo García. “No todos tenemos la vocación del martirio. Pero sí, aquellos que aceptamos el don de la fe, el don del seguimiento, tenemos la obligación de transparentar el Evangelio con claridad, con verdad y con autenticidad, sin mezclarlo ni licuarlo ni aguarlo. Porque cuando lo licuamos no somos nosotros los que quedamos mal, es a Jesucristo al que dejamos mal”.
Así debe ser el catolicismo .
Una vida de compromiso . No de apariencia .
Lo relaciono , porque tiene un parecido , con lo de Barthes , que es lo que se analiza en agosto en el Taller .
Soy flamante participante .
en el blog del taller virtual tenés muchos textos preciosos para leer. Cada tanto volvemos a ellos.