El Pichu

En el cumpleaños de Wado de Pedro, rescatamos el Capítulo 6 de mi libro Fuerza Propia: su intensa biografía.

 El 11 de octubre de l978, pasado el mediodía, en una acción conjunta del Batallón 601 del Ejército, Gendarmería y Policía Federal,  el domicilio de la calle Belén al 300, en el barrio de Floresta, fue espectacularmente rodeado y atacado. Allí vivían, entre otros, los militantes montoneros Carlos Guillermo Fassano y Lucila Révora, que estaba embarazada de ocho meses. En la casa también estaba el hijo que Lucila había tenido con Enrique de Pedro, secuestrado y asesinado el 21 de abril del año anterior. El hijo de Lucila era Eduardo de Pedro, Wado, que tenía menos de dos años ese mediodía. 

   Probablemente su tartamudeo, que ya va superando aunque le cuesta, lo volvió a Wado un hombre de pocas palabras. Estrictamente las necesarias para su modo de expresarse, escueto y consistente. Una acumulación de hechos políticos lo hicieron atravesar, desde su nacimiento, distintos protagonismos de época. Sufrió personalmente las consecuencias de cada uno de esos hechos. En la dictadura, asesinaron a sus padres. Fue un bebé apropiado y tempranamente recuperado gracias a los contactos de su familia con la curia de Mercedes. En los ´90, el tío con el que se había criado, que administraba campos familiares, quebró, y Wado salió a trabajar desde la adolescencia. A mediados de esa década, desde H.I.J.O.S., fue el responsable de los escraches a los represores. Reconstruyó por su cuenta, tocando timbres, buscando pistas, el operativo que había acabado con la vida de su madre. En 2001, en las protestas del 19 de diciembre, lo secuestró una patota policial. En Derecho, militó en NBI, pero paralelamente, desde H.I.J.O.S., ya en 2002, planteó una organización política de corte generacional,  y convocó a esas reuniones a Andrés Larroque, a Iván Heyn, a Axel Kicillof, a Mariano Recalde y a muchos otros veinteañeros que militaban en diferentes espacios universitarios o territoriales. 

El operativo 

   Aquel mediodía de 1978, el gigantesco operativo contra la casa de la calle Belén duró más de una hora. Incluyó bombas, granadas  y un helicóptero. Después se sabría que las distintas bandas tenían el dato de que en esa casa había 150.000 dólares, provenientes de la venta de una casa de una mujer que vivía allí. Durante el operativo hubo disparos entre las diferentes fuerzas, que se peleaban por la búsqueda del botín. Carlos Fassano fue fusilado. Lucila Révora, que tenía 24 años, había metido a Wado en la bañera para protegerlo, pero a ella la alcanzó una ráfaga de ametralladora. Moriría poco después en el campo El Olimpo, junto con el bebé que estaba por nacer.

   A Wado, que había quedado en la bañera cuando sacaron el cuerpo herido de su madre, lo dejaron en la casa de un vecino esa tarde, pero al día siguiente volvió a buscarlo una patota de civil. Se lo llevaron en un auto sin asiento trasero y lleno de armas. Lo dejaron en El Olimpo, primero, y después lo cedieron a una familia.   

  En esos primeros meses, sus nueve tíos maternos, una familia conocida en la zona, hicieron todos los contactos posibles, y entre ellos  recurrieron a la curia de Mercedes. Poco después, el 13 de enero de l979, un cura amigo de la familia, que había intercedido ante el general Guillermo Suárez Mason, recibió un llamado. Le dijeron:

-Tengo un paquete para entregarle. 

  El cura fue a una cita y le entregaron a  Wado.

La carta

   Muchos años después, Wado, a quien su mamá llamaba el Pichu, pudo leer una carta que ella le escribió a su hermana Silvia. Después del asesinato del padre de Wado, Silvia le ofrecía a Lucila una salida hacia el exterior. Vale la pena leer la carta entera, porque es la carta de la madre de Wado pero también expresa, como un testimonio vivo en cada palabra, una complejidad emocional profundamente personal y política. Lucila Révora le contestó a su hermana Silvia, en junio de 1977:     

   “A Quique lo mataron, como ustedes ya se enteraron. Para mí es tremendo, no lo puedo soportar, era el hombre más hermoso que existe, como pareja era dulce, cariñoso, alegre y triste. Habíamos comenzado a formar una familia en serio, cosa que nos era difícil, pues siempre es más fácil ser una pareja de compañeros con un hijo que ser una familia montonera, y en eso andábamos, éramos muy queridos por la gente del barrio donde vivíamos. Con el Pichu era hermosísimo, lo cuidaba, lo bañaba, le daba de comer y jugaba todo el tiempo con él. El Pichu lo oía llegar y ya se empezaba a reír. Y como compañero y jefe era justo, humano, flexible, muy reflexivo y con una capacidad muy grande para amar al pueblo, a los compañeros de trabajo, a los vecinos, a todos los que conocía y no conocía. Creo que no se puede expresar aquí lo que era, ustedes lo  conocieron, pero creo que en este último año, superó muchísimas cosas, y se convirtió en un ejemplo de marido, padre, compañero y jefe.

   Mi objetivo es que el Pichu viva en un sistema socialista, sin alienación, yo estoy aquí por él y por todos los demás Pichus de la tierra, no creas que es inconciencia o inmadurez, en estos momentos no es joda, y cada uno de nosotros vive pensando en todo, la muerte, el costo, si vale la pena o no, si después será mejor.

   Yo quiero vivir, y espero vivir muchos años, sobre todo por el Pichu, para darle todo el amor que siento por él, y enseñarle cómo era su padre, y cuánto lo quería. Si no estuviera él, no sé si me importaría tanto vivir, seguro que no, porque con Quique se fue toda mi vida, sólo vivo del recuerdo hermoso de dos años de amor, y sólo pienso que está enterrado, que no ve, no ama, no odia, no piensa, que ya no es. Sólo vive en mí, en los compañeros y en la gente que lo quería. Pero él, toda esa fuerza que era su vida está muerta. Tengo muchísimos deseos de poder creer en Dios, para por lo menos consolarme y pensar que ahora es espíritu, pero no creo, y la realidad es más tremenda que cualquier ilusión.

   Lo peor no es el que se queda, sino el que se va, ‘al que lo van’, que hasta el 21 de abril a las 17.30 era vida, y a partir de ahí no es.

   El Pichu al principio se puso mal, lloraba y estaba triste, un poco porque me veía a mí, y otro poco porque lo extrañaba, oía un silbido y miraba ansioso para ver si era el viejo, y cuando reconocía otra cosa se ponía mal.

  Ya le han salido dos dientes y dice papá todo el día, es hermoso y buenísimo, es igual a Quique. Vive comiendo y durmiendo, el  11 cumplió 7 meses y pesa 10 kilos.  

   Me dijo Lidia que les mandó una foto. Espero poder criarlo yo, y bien, como queríamos con Quique, sólo que ahora me parece todo más difícil al tener que hacerlo sola.

  Silvia, yo no me voy, porque le debo mucho a nuestros muertos. Quique, Mingo, Jaimito, Carlitos Agosti, y miles de compañeros caídos, cada minuto mío es de ellos, y de los que vendrán, y de los que hoy pasan hambre”.

Lucila.

La memoria  

    La memoria de Wado se remonta al día en que fue restituido a su familia. Se crió con Estela Révora y Javier Ustarroz, y con sus primos como hermanos. Su memoria no pudo retener a sus padres. Pero se dedicó durante mucho tiempo, por su cuenta, sin organización atrás, pacientemente, a recorrer el barrio de Floresta, y a hablar con los vecinos. Reconstruyó minuciosamente todo ese operativo de 1978. Buscó la noticia en los diarios de la época. “Enfrentamiento entre extremistas, donde se secuestraron armas y libros”, decía uno. 

  Wado empezó a buscar información por su cuenta desde muy chico, porque siempre supo su identidad, siempre supo la verdad, pero no lograba descifrar la situación política en la que había tenido lugar aquella tragedia de su primera infancia. 

-Contexto, me faltaba contexto –dice Wado –. En Mercedes, como en todas las ciudades chicas, sobre esto no se hablaba. No fue que volvió la democracia y se habló. Hasta el 96 no se hablaba. Fueron muchos años. No había libros en los que se pudiera leer qué había pasado. Estaba el Juicio a las Juntas, nada más. Yo ya sabía que los habían matado, pero quería saber por qué militaban mis viejos, quiénes eran, por qué peleaban. Crecí con una sensación de mucha intriga. En la primaria yo no decía nada. Creo que se sabía que a mis padres los habían matado, pero no se hablaba. Yo a mis tíos les decía mamá y papá. Mis hermanos iban al mismo colegio, pero yo tenía otro apellido. Yo decía que era adoptado. Crecí con esa molestia de no poder hablarlo –dice Wado, que habla ahora de corrido pero con cierta dificultad. El dice de sí mismo que es “disfluente”–.  Y tuve la suerte de crecer en esa familia hermosa, grande. Somos muchos primos, de estar mucho en la vereda. Ibamos a pescar todos los primos a los ríos de Mercedes. Ya desde los 14 años empecé a trabajar en un tambo que había heredado de mi mamá. Yo me ocupaba de toda la infraestructura, los bebederos, los fardos, el mantenimiento. Y  cuando nos fundimos, en el 95, decidí venir a vivir a Buenos Aires. Al año siguiente entré en H.I.J.O.S. 

   Wado se había instalado en la Capital para estudiar Administración de Empresas. Un día de 1995, en Página/12, leyó una solicitada: por primera vez, se juntaban los hijos de desaparecidos. Ese hecho, que fue determinante en la vida de Wado, fue una noticia en los diarios, pero no de todos. Aquello que Wado dice que no se hablaba en Mercedes, no se hablaba en el país. No se hablaba de eso en los grandes medios de comunicación. Las leyes de impunidad parecían haberle puesto un cerrojo al reclamo de memoria, verdad y justicia. 

  Ese primer encuentro de hijos de desaparecidos, puede tomarse, por otra parte, como un punto de inflexión en esta historia, que narra al menos una parte de la lógica histórica que la generación que termina confluyendo en La Cámpora. Esa generación emergió cuando tuvo la edad para hacer la posta con las Madres y las Abuelas. La aparición pública y organizada de los hijos de desaparecidos implicó un brusco cambio en la lucha por los derechos humanos que en ese entonces se sostenía con infinita paciencia: comenzaron ellos mismos a buscarse. Ya no eran los bebés o los niños en edad de primaria de los que habló, por caso, la película La historia Oficial, de Luis Puenzo. Eran adolescentes a los que las Abuelas se podían dirigir, y que también en muchos casos se podían buscar a sí mismos. Todos los jóvenes de esa generación fueron interpelados por esa búsqueda. Probablemente, la generación de los treinta a los cuarenta, la misma de los cuatrocientos nietos que todavía se buscan, ha sido particularmente marcada por esa etapa. Los argentinos que tienen esas edades se han hecho a sí mismos más preguntas sobre su identidad que otras generaciones. Recibieron, así, un golpe lejano pero directo de los efectos del terrorismo de Estado. Están mezclados entre ellos los que faltan.                 

    El recuerdo de aquella primera reunión de hijos de desaparecidos, para Wado, es la de muchas voces al mismo tiempo, chicos con mucha necesidad de hablar. Un tema familiar lo obligó a volver a Mercedes. Regresó a la Capital al año siguiente, l996, a cursar Psicología y a incorporarse de lleno a H.I.J.O.S. La facultad lo aburrió en unos meses y se dedicó a ser militante full time antes de empezar Derecho. Tenía 21 años cuando empezó a organizar los escraches que marcaron esa época. 

-Ya había leído, ya había entendido, y tenía clara la dimensión de lo que les habían hecho a mis padres.  El sentimiento de injusticia era tremendo, porque los represores estaban en sus casas. Me puse a militar con ese sentimiento de injusticia como motor, impulsado por la idea de que “esto se tiene que saber, tengo que luchar contra el silencio”. Para mí, la marcha del 24 de marzo de l996, la de los veinte años,  fue un quiebre.  Yo estaba en Mercedes. La vi por televisión. Vi  cien mil personas pidiendo justicia. A mí esa marcha me cambió la vida. Ese día decidí que me iba a involucrar de la manera que fuera necesario para saber qué había pasado con nuestros padres, que iba a estudiar Derecho, y que iba a ser querellante en esa causa.  

Los escraches

   Cuando se incorporó a H.I.J.O.S.,  ya había tenido lugar el primer escrache, que fue al médico Jorge Magnaco, encargado de partos de la ESMA. Una ex detenida desaparecida lo había descubierto por casualidad al ir a atenderse en el Sanatorio Mitre. Era un síntoma de esa democracia que ya tenía más de una década y que no había podido resolver la necesidad de justicia. Los represores estaban indultados y llevaban vidas comunes y corrientes mezclados entre todos. Y víctimas y victimarios podían converger en  una escena tan cotidiana como una visita médica.

   La ex detenida pasó el dato a H.I.J.O.S.  Durante cuatro viernes seguidos, por primera vez, en una acción que todavía no tenía significado pero que a partir de entonces lo derramaría, decenas de jóvenes hijos de desaparecidos marcharon desde el Sanatorio Mitre hasta la casa del represor.

  Hasta que comenzaron esas marchas, ni los compañeros de trabajo ni los vecinos de su edificio sabían que Magnaco había hecho parir a detenidas que poco después eran arrojadas al río en los vuelos de la muerte. Lo echaron del Sanatorio y el consorcio de su edificio le pidió que se mudara. Aquel primer esbozo de acción directa y pacífica –incluían sólo huevos y gritos – para modificar una realidad que naturalizaba la impunidad fue además, promediando los `90, una de las cartas de presentación más contundentes de la generación que entonces cruzaba la barrera de los veinte y que emergía desde los organismos de derechos humanos con nombre propio. No tenían un nombre acorde con la época, como los nombres ingeniosos de los universitarios independientes que estaban haciendo otras búsquedas políticas. Se llamaban H.I.J.O.S., marcados por una filiación interrumpida por el terrorismo de Estado. Eran específicos, aunque desde esa identidad buscaran a su vez sus diversas identidades políticas.

 Los escraches  tenían su método: 

-Buscábamos información. Generalmente, la sacábamos del Juicio a las Juntas. Tenía que ser gente condenada, cuya culpabilidad hubiese sido probada, gente que estaba libre por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Averiguábamos dónde vivían, dónde trabajaban. Íbamos a hablar casa por casa con los vecinos. Les contábamos qué había hecho ese represor, lo que había salido a la luz en el Juicio. En algunos lugares nos daban más pelota que en otros. Hubo un escrache en Mercedes que fue impresionante. Mil personas en l998. Fue contra un médico, Julio César Cacerotto, que había sido jefe de Obstetricia en Campo de Mayo, donde funcionaba la maternidad clandestina. Ese acto lo organizamos con la Comisión de Familiares de Desaparecidos. En cada barrio nos contactábamos con las organizaciones civiles o de derechos humanos. Con Carlitos Pisoni y el Pelado Robles íbamos una semana antes a cada barrio, para organizar. Los de Videla y Martínez de Hoz fueron los escraches más grandes, pero el que fue reprimido con más violencia fue el de Etchecolatz.  Terminaron reprimiéndonos siempre. Nos amenazaban por teléfono. Un día había salido publicado que mi mamá podía estar entre los que habían sido tirados al mar. Recibí un llamado y escuché del otro lado un sonido de agua y alguien ahogándose. 

Espacios múltiples 

   Cuando ingresó a H.I.J.O.S., Wado empezó a recibir mucha de la información que había estado buscando sobre sus padres. Abel Madariaga, que años después encontró a su propio hijo, Francisco, ya trabajaba con Abuelas y había conocido a Enrique de Pedro, el padre de Wado. Se ofreció a presentarle a otros compañeros que podían contarle más cosas sobre Enrique. Ellos fueron, entre otros, Pancho Talento, Elvio Vitali, el Pacha Velasco y Julio Piumato. Con Elvio Vitali, Enrique de Pedro se había sacado una vez una foto saliendo del mar. Una foto idéntica reprodujeron muchos años después los hijos de los dos, Franco y Wado. 

   La militancia en H.I.J.O.S. fue abriéndole, al mismo tiempo, otros espacios. Ya antes de ingresar a Derecho, Wado estaba en contacto con NBI, que lideraba Mariano Recalde, porque los dos trabajaban con Julio Piumato en Judiciales. Ese acercamiento desembocó muy pronto en el de las dos agrupaciones. NBI fue un espacio que empezó a tomar para sí, como un eje propio, el tema de los derechos humanos. A H.I.J.O.S. y a NBI, se sumaron otros militantes que después se agruparían alrededor de las agrupaciones Malón y Peronismo Militante.

    Ya con la experiencia de la militancia en H.I.J.O.S. y en el sindicato, Wado se dedicó desde el principio de su vida universitaria a articular, desde NBI, UBA Independiente: quería repetir el formato de la organización de red a nivel nacional que tenían en H.I.J.O.S. Aquella “independencia” política, de cara al 2000, significaba básicamente una ruptura con la política tradicional del bipartidismo. 

-En NBI trabajábamos en dos sentidos, hacia adentro y hacia afuera –dice Wado –. Hacia adentro, en el armado una buena agrupación política. Eso incluía un nivel de organización, un nivel de formación de cuadros, nos movíamos como un partido político dentro de la facultad. Hacia afuera, vivíamos en campaña electoral permanente. Eramos algo nuevo y lo queríamos preservar. Hacíamos un análisis político básico, y era que la política tradicional, tal como la habíamos conocido, llegaba a su fin. La separación entre la política y el pueblo, para nosotros era el principal problema del país. Buscábamos otras formas. Por eso nos decían “los creativos”. Era algo tanto del discurso como de la forma de transmitirlo. Nos habíamos dado cuenta de que los volantes, que en la universidad es lo primero que hace una agrupación, no servían porque nadie leía nada. Los repartían y enseguida estaban en el piso. Entonces probamos con otros soportes. Por ejemplo, llenábamos un globo con helio, le poníamos una tancita, una fotocopia A4 con alguna consigna nuestra, y lo soltábamos en el aula. Abríamos la puerta de algún aula llena, y le soltábamos el globo adentro. Y todo el mundo lo miraba y leía la fotocopia. Yo no era de los más creativos, yo estaba más en la línea. Y la línea era ir en contra de toda la política tradicional adentro y afuera de la universidad. Nos definíamos como estudiantes organizados, con conciencia política, con una ideología peronista pero amplia. Así surgimos. Y eso era lo que queríamos comunicar.   

  En el 2000, Wado organizó el escrache a Alfredo Astiz desde su trabajo en Judiciales. Se había enterado de que el entregador de la Iglesia de la Santa Cruz iba a ser citado a declarar en un juicio porque había dicho que “estaba preparado para asesinar periodistas”. Le pareció inconcebible que la Justicia funcionara para juzgar un dicho, cuando los hechos de los que era culpable se mantenían impunes. El día que Astiz fue a declarar, muchos de ellos, con traje,  se habían camuflado con los periodistas y los abogados. Cuando le tocaba hablar, empezaron a gritar “Que lo juzguen por lo que hizo, no por lo que dijo”. Se armó tal revuelto, que aquel juicio se suspendió. El verdadero, el juicio que reclamaban Wado y sus compañeros a mediados de los `90, llegó recién en 2011, cuando el 26 de octubre el ex capitán de fragata Alfredo Astiz fue condenado a prisión perpetua, junto a otros once ex miembros de su Grupo de Tareas con base operativa  en la Escuela de Mecánica de la Armada. 

  Wado tuvo una posición contraria tanto a la derogación de las leyes de impunidad, que dictó el gobierno de la Alianza, como a la extradición de militares represores a España. En el primer caso, “porque para mí era una farsa total, no tenía ningún efecto jurídico concreto. Era una falta de respeto hacia nosotros. Nos peleamos con algunos progresistas que decían `es algo`. Yo decía que era mejor seguir con lo otro y esperar algo mejor”. Cuando la justicia española empezó a reclamar la extradición de algunos represores, “yo estaba en contra porque me parecía que era algo que teníamos que juzgar nosotros acá. Si España extraditaba a nuestros represores, nosotros no íbamos a generar en la Argentina el proceso de conciencia necesario. Eso interrumpía la línea de trabajo que teníamos en H.I.J.O.S., y que se basaba en `si no hay justicia, hay escrache`. La aspiración nuestra era obviamente la justicia, y queríamos seguir escrachando hasta que llegara”. 

El discurso inaugural

    Después del estallido del 2001, cuando Wado vivió la pesadilla represiva que se relata en el capítulo 3, en H.I.J.O.S. surgió la iniciativa de hacer desde ese espacio una convocatoria generacional. Ese llamado de 2002, que coordinó Wado, acercó a esa organización, entre otros, a Iván Hayn y a Axel Kicillof, que militaban en Ciencias Económicas, a Andrés Larroque, que estaba por crear Juventud Presente, y a Javier Andrade, del grupo Garra, que era un grupo político y artístico vinculado a Madres Línea Fundadora. En sus nombres se puede ver la confluencia de tres sectores de jóvenes. Derechos humanos, universidad, territorios. Ya entonces, ya en ese sondeo de 2002, hubo algo de lo embrionario de La Cámpora, aunque las identidades políticas todavía eran divergentes o difusas. Pero estaba la generación, y estaban los puntos de contacto.   

-Yo tenía la idea de que H.I.J.O.S., como ya era una organización estructurada a nivel nacional,  podía contener a compañeros que venían de diferentes expresiones –dice Wado –. De distinta formación ideológica incluso. H.I.J.O.S. fue en los ´90 una vanguardia, una innovación política. No sólo por los escraches. Teníamos mucha militancia cultural, artística, muchas intervenciones callejeras, un discurso totalmente independiente, discutíamos política sin vínculos con ningún partido. Había muchísima discusión política. Se reveían los ´70 críticamente. Se reveía el peronismo críticamente. Se discutía mucho a Duhalde. Yo creía que podíamos construir algo más grande desde ahí, porque no había ningún espacio en el que confluir. Había cinco partidos de izquierda y los partidos tradicionales, que estaban totalmente entregados al consenso de Washington. Era el fin de la historia. Con el Cuervo, con Javier, con Iván y Axel, entre muchos otros, nos juntamos hacia fines del 2002, principios del 2003 en la sede nuestra de Piedras y Venezuela. Las reuniones eran para plantear cuál tenía que ser nuestro rol y nuestra estrategia para ir incorporándonos a la política.       

   Desde H.I.J.O.S., Wado y sus compañeros querían chequear la posibilidad que cada uno entreveía, desde sus respectivos espacios, como el paso siguiente, que era el armado de una organización política de corte generacional. En lugar de nuclearse alrededor de un partido, iban decidiendo, en un largo proceso, articularse entre sí. Pero las reuniones se fueron desgastando porque se empantanaban, en esos meses previos a la asunción de Néstor Kirchner, cuando llegaban al peronismo. 

-Nos terminamos peleando, pero ahí nomás llegó Néstor y rompió todas las estructuras y los argumentos de las discusiones. Muy pronto nos reordenamos entre los que decidimos integrarnos al kirchnerismo y los que decidieron esperar y ver qué pasaba un tiempo más.    

Néstor, la sorpresa

  El 25 de mayo de 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, Wado escuchó el discurso inaugural por televisión. Le pareció algo entre sorpresivo y sorprendente. Estaba bien predispuesto, porque personas de su confianza, como Carlos Kunkel o Juan Carlos Dante Gullo, le habían dicho que era un compañero. Pero traía de arrastre la marca generacional del escepticismo en materia de liderazgos. Como sus compañeros de NBI, en el 2003 votó en blanco. Pero dice que durante el discurso inaugural se emocionó, y que se sintió interpelado. Sintió que lo que Kirchner dijo ese día era una reivindicación de las cosas por las que él había empezado a militar siete años antes. Después, le encantó lo que él llama “el estilo k”. El golpe con la cámara en la frente, la bic, los mocasines, la frontalidad casi descarada. 

    Al principio, en 2004, había una Juventud K que dirigía Nicolás Trotta, pero ése no era todavía un lugar al que Wado y sus amigos se sintieran convocados. Fueron meses de dudas, de estar incómodo afuera y estar incómodo adentro. Fue el pasaje de “independencia política” a la incorporación a una fuerza política que estaba en el poder.   

-Con la Juventud K yo sentía afinidades, aunque también había diferencias. Pero en todos estaba esa sensación de querer superar nuestra orfandad política. De no tener jefe, pasamos a tener un jefe político que nos interpelaba a nosotros, que estaba adelante. No tener jefe nunca fue una virtud. No lo considerábamos una bandera. No teníamos porque no había. Entonces preferimos hacer nuestro propio proceso, militar igual y como se pudiera, con nuestros propios errores. Ahora miro para atrás y creo que fue una buena manera de madurar, haber sido independientes en lo personal y en lo político. Cuando lo conocimos a Néstor, ya en 2004, fue muy claro que teníamos un jefe que no nos conocía. Ya en el 2003, en la facultad, tratábamos de kirchnerizar. Era muy raro: discutíamos el kirchnerismo sin conocerlo. Hicimos varios intentos por llegar hasta él, hasta le escribimos una carta que nunca le entregamos. No teníamos ningún vínculo con la política tradicional, ni nadie conocido en la Rosada.  

   Antes del acto por la recuperación de la ESMA, el 24 de marzo de 2004, Wado ya había participado de dos reuniones con Néstor Kirchner. A la primera, llegó por lo que vivió el 19 de diciembre de 2001, junto con otras víctimas. En esa reunión colectiva se habló de la ley que había impulsado Kirchner para indemnizar a los familiares de los muertos de esos días. A la segunda, llegó con los organismos de derechos humanos. Fue el 17 de marzo, unos días antes de que ese emblema del acto en la ESMA. Había pasado menos de un año del discurso inaugural, y todo lo que había seguido pasando, en materia de derechos humanos, lo encontraba ese día de marzo de 2004 tan involucrado como a Juan Cabandié, uno de los oradores de aquel acto. Wado, desde H.I.J.O.S, había acompañado a Juan desde unos meses antes, cuando recuperó su identidad.   

  Wado y  Juan empezaron a ir a las reuniones de la Casa de Santa Cruz. Esas reuniones, que después fueron coordinadas por Máximo Kirchner, ninguno de los integrantes de la Mesa Nacional las relatan. Tampoco se extienden sobre Máximo. Wado se limita a decir que  “tiene todo. Tiene el know how, tiene la experiencia, tiene la información, porque no para de leer, tiene la habilidad política del padre, la memoria y la capacidad intelectual de la madre, y tiene la paciencia de los dos. Porque Néstor y Cristina, sobre todo, a lo largo del tiempo han sido dirigentes con muchísima paciencia”. 

   De las reuniones en la Casa de Santa Cruz, Wado se acuerda que a la primera, en 2005, llegó invitado por Víctor Casanova, un compañero del Cuervo, pero que a ésa no entró y se quedó en la puerta. “Todavía no se sabía muy bien qué eran”, dice. Durante todo el año siguiente lo fueron entendiendo. Desde ahí comenzó la articulación de todos los espacios juveniles que se mostraban afines al kirchnerismo. Allí se empezó a tejer el lazo entre los que venían de derechos humanos y los que llegaban desde la JP, sectores entre los que al principio hubo rispideces. Paralelamente, se hacían otras reuniones alrededor de la Dirección General  de Juventud, donde estuvieron al frente Juan Cabandié, después Mariana Gras y más tarde Andrés La Blunda, otro nieto recuperado. Poco después, Juan Cabandié fue impulsado por Kirchner al frente de la JP a nivel nacional, y en ese intento de armado Wado trabajó con él.

   La primera conversación política con Néstor Kirchner la tuvo recién en 2007, en las oficinas de Puerto Madero, a las que Wado llama “La Fundación Café Literario” –antes de dejar la presidencia, Kirchner había dicho, bromeando, que se iba a retirar a un café literario –. Esa escena ha sido evocada por varios de los entrevistados en este libro. Andrés Larroque, José Ottavis, Juan Cabandié. Wado recuerda que ese día Kirchner les dijo que estaba leyendo Primero la gente, el ensayo de Amartya Sen y Bernardo Kligsberg sobre el mundo globalizado y la ética del desarrollo. Se lo compró al día siguiente y lo leyó en una noche.

  En esa primera reunión, cuando le tocó hablar, Wado le hizo un planteo a Kirchner sobre el rol de la militancia universitaria. Hizo una caracterización, de la que se desprendía que si la convocatoria iba a ser amplia, si la construcción iba a intentar ser grande, no podía ser desde el PJ. Para los jóvenes, el partido todavía implicaba demasiado a Duhalde. Wado planteaba “desde la JP y algo más”. Kirchner escuchó a uno por uno, y después les bajó la línea. Les dijo que los partidos políticos en la Argentina estaban desactualizados, que había que repensar y reformular el partido. Que había que discutir la herramienta, incorporar nuevos conceptos, nuevas prácticas. Les dijo que “armaran” en la universidad, los territorios, los secundarios, que formaran cuadros para gestionar. “La gestión está muy burocratizada y hay elementos y personas que no tienen ninguna motivación. Hay cuadros que fueron formados en el neoliberalismo, formateados para otro tipo de Estado. No van a entender las transformaciones que necesita el país”, les dijo. Les pidió que estudiaran el funcionamiento de otros partidos políticos para enriquecer los debates. Wado, entre otros,  estudió al PT brasileño y al PSOE español. También les dijo que cada uno de ellos tenía que seguir formándose. Wado, que ya era abogado, tomó la decisión de empezar la maestría en Administración y Políticas Públicas, en la Universidad de San Andrés. La terminó en 2011.

-En las primeras reuniones, yo me quedaba mirándolo a Néstor. Estaba muy asombrado. Era el ex presidente, el refundador del peronismo, el que levantó las banderas de mis viejos, hablándonos a nosotros. Era como decir “esto es hoy, mañana se verá”, y al día siguiente todo era todavía más intenso. Ese asombro siguió, no ha cesado. De todos modos, tardé mucho en asimilarlo. En 2010, yo era vicedirector de Aerolíneas. Lo habían nombrado a Mariano Recalde, él me sugirió y a Néstor le pareció bien. “¿Te parece, yo?”, le pregunté a Mariano cuando me lo propuso. Mi relación con Néstor era grupal, nunca había hablado a solas con él y ni siquiera sabía si él me individualizaba. Cuando viajamos a Madrid para reinaugurar la sede histórica de Aerolíneas, fue Néstor y esa noche, vi que estaba conversando con dos o tres y dije “me mando”, y me acerqué. “Seguro que no se acuerda quién soy”, pensaba yo. Lo miré y le dije “Soy Wado”. El se rió. “¡Pero sí, Wado!”, me dijo. Y ahí me pregunta: “Che, ¿cuándo van a hacer un Luna Park? Déjense de joder, con todo el potencial que tienen…”. Cuando volví a la Argentina, al día siguiente cuando fui a trabajar, como Aerolíneas queda enfrente del Luna Park, crucé, averigüé las fechas y dejé reservado el 14 de septiembre. 

  Con la Presidenta Cristina Fernández, el primer contacto directo, aunque muy breve, lo tuvo ese mismo año, en febrero, en el último cumpleaños de Néstor. Fueron invitados a Olivos las Abuelas, los nietos y los H.I.J.O.S., a una merienda. Wado se quedó charlando un rato afuera, con Máximo. Cada tanto Néstor se les unía. Cuando todos se empezaron a ir, la Presidenta les regaló un portarretrato con una foto suya, y todos le pedían que se las dedicara. Wado quedó para el final. Se acercó a ella, ella le sonrió y le preguntó: “¿Para quién?”. “Wado”, le dijo él. Ella gritó: “¿Vos sos Wado? ¡Maxi, Maxi, mirá, Wado!”. Sabía quién era, pero fue la primera vez que hablaron. Esa tarde Wado se quedó un buen rato más, porque Cristina le hizo muchas preguntas sobre su historia y la de sus padres.                                  

           En lo que seguiría hasta desembocar en lo que hoy es La Cámpora, Wado participó tan activamente como lo viene haciendo en todo lo que se mete desde los dieciocho años. Si le piden que defina hoy  la organización que integra, él, más por convencido que por disfluente, menciona tres cosas y las repite, para reforzarlas: “La lealtad, la incorporación de la juventud a la política, la militancia. La militancia, la lealtad, la incorporación de la juventud a la política”.

El juicio

   El 15 de junio de 2010, Wado declaró como querellante en el juicio por los asesinatos de su madre y de Carlos Fassano, y por su propio secuestro. Fue uno de los momentos más fuertes que recuerda. Toda su vida, que había sido tensada en la niñez por lo que se podía hablar y lo que no, y toda su militancia, que había empezado buscando información sobre aquello de lo que no se hablaba; todo, hasta sus propias dificultades para hablar,  lo acompañaron en el momento de declarar. Los represores que habían asesinado a sus padres estaban presentes en la sala. El recuerda ese día como “un antes y un después. Porque yo me había preparado mucho para eso. Creo que hasta era abogado para eso. Y era militante para eso. Declaré, dije lo que tenía que decir, y al día siguiente sentí una paz que nunca había sentido. Fue como sacarme una mochila de encima. Sentí tranquilidad. Y un agradecimiento inmenso a Néstor y a Cristina. Inmenso. Era algo personal y algo político. Desde lo profundo de mí les agradecía que hayan dejado funcionar a la Justicia”. 

  De hecho, aquel 15 de junio, empezó su alegato sacándose de encima su problema con la fluidez al hablar. 

-Antes quería aclarar algo, tiene que ver con las formas. Voy a relatar los hechos. Me trabo. No es que tenga dudas con los hechos, sino que tengo una disfluencia en el habla –dijo, y luego siguió relatando el secuestro y asesinato de sus padres. Wado fue insertando, en ese alegato, detalles precisos, fechas y conceptos. Estos son algunos párrafos:

-Mi madre tuvo la posibilidad de irse, a fines del 77, y respondió con una carta, donde expresó que no se iba porque todavía seguía la dictadura. Expresó que se quedaba por todos los … -aquí se quebró y lloró –, por los otros.    

 –En el año 97 encuentro un recorte del diario La Nación, donde también mienten, tenía la dirección de la casa donde fue el hecho, Belén 335. Fui ahí, toqué timbre, no me contestó nadie. Toqué el timbre de al lado, me atendió una chica, le pregunté si llevaba más de veinte años ahí, en esa casa, me dice que sí. Le dije que yo en año 78 vivía ahí. La chica llamó a la mamá. La mamá vino corriendo y gritando “¡Llegó Pichu!”. Yo no entendí mucho. Me hizo pasar, me dijo que yo era Pichu, el hijo de Mirta. Le dije que no, que mi mamá se llamaba Lucila. Pero ella me dice que en el barrio la conocían como Mirta. Y la mujer, Beatriz Tvarkovsky, le dicen Quica, me trae la ropa de mi mamá. Y me trae una nota que le dejó a ella diciéndole que podía disponer de todo lo que mi vieja tenía en su casa. Me trae ropa mía de cuando yo tenía 2 años. Le pregunté si ella estuvo el día del hecho, me dijo que sí, que ella el 11 de octubre de l978 volvía de hacer las compras y encuentra la calle Belén cortada con un camión del ejército. 

-Quica me dijo que al rato escuchó como una bomba muy fuerte, y atrás un tiroteo. Escuchó mucho tiempo los tiros de un solo lado, hasta que cesaron. Después vio que sacaban a Fassano, el compañero de mi vieja, muerto. Lo reconoció por el pantalón. Y que a mi vieja la sacan de los pies y de las manos. Estaba embarazada de 8 meses. Me dice que le pareció que estaba viva. Que la habían baleado en una pierna y en el hombro. 

-Le pregunté qué pasó conmigo. Me dice que yo estaba en la bañera con mi vieja cuando estos tipos entran. Entonces me hizo pasar a la casa, que estaba deshabitada. Fuimos al baño y me mostró los tiros en las paredes.

-Voy a ver a Susana Caride. Le pregunto qué había pasado en el Olimpo, si mi vieja había podido tener a su hijo. Me dice que no. Que el operativo fue muy fuerte porque estos tipos sabían que en el domicilio teníamos plata. Después supe que Nelly, la mujer que vivía con nosotros, había vendido unas propiedades y que la plata estaba ahí. Susana Caride vio el cuerpo de Fassano en El Olimpo. Lo conocía de la facultad. Lo ve muerto y tapado con una lona. Y al lado, ve a una mujer de veintipico, embarazada y acribillada. Estaban tirados en la puerta de la enfermería.

-Cuando la vecina me cuenta que vivíamos con una mujer que se llamaba Nelly, y que después del operativo la vio entrar a la casa y llevarse cosas, intenté durante muchos años saber quién era esa mujer. El año pasado, hablando con un compañero, me pasa el teléfono de una mina, Cristina Jurkiewicz. La llamo y me junto con ella. Me dice que ella me conoció. Que conocía a mi vieja, que conocía a Fassano, y que tenía información sobre el hecho de Belén 335. Me cuenta que ella entonces, en octubre del 78, tenía 18 años, y un hijo de dos meses. Que la mamá de ella, que era Nelly, era la secretaria del padre Mujica, y que cuando lo matan empezó a participar del grupo de mi vieja. Me cuenta que ese 11 de octubre, a Nelly la secuestran en la calle. Y que a ella, a Cristina, que volvía de comprar un regalo para el día de la madre, también la secuestran y la llevan al Olimpo, donde encontró a su madre. Que a la madre la ponen en una camilla de tortura, para que diga la dirección de la casa. Como Nelly no cantaba, llevan una rata y la amenazan con metérsela en sus partes íntimas. Y como no contaba, llevan al hijo de Cristina, al bebé, al nieto de Nelly, y le hacen un submarino. Ahí Nelly dijo la dirección. Cristina me contó que vio a su madre con la mandíbula rota, quemada con picana y plancha. Y ahí se puso en marcha el operativo patriota por el robo de s 150.000 dólares. 

-Cristina me contó que de bebé yo tenía un gato de juguete, y que ella en el centro clandestino vio ese gato. 

  Cuando un miembro del tribunal le preguntó, como es de rigor, sobre los motivos para presentarse como querellante, Wado dijo que eran los mismos que lo habían llevado en l997 a insertarse en H.I.J.O.S., que no podía entender cómo esta sociedad podía convivir con los responsables del genocidio sueltos. Relató en el estrado los años de su vida que se había dedicado a reconstruir lo que pasó y a escrachar a los represores. Hizo un repaso de los cambios que se sucedieron desde 2003, que comenzaron con la renovación de la Corte Suprema y la anulación de las leyes de impunidad. Dijo que el nuevo estado de las cosas oxigenó la situación y que le permitió presentarse como querellante. “En lo personal, ¿por qué tengo que bancarme que unos tipos que matan a mi viejo, 8 contra 1, unos tipos que matan a mi madre, por qué tengo que soportar que esos tipos estén libres?”.  

   Apenas tres meses más tarde, se escucharían las sentencias. Fue un día difícil. Hacía muy poco había muerto sorpresivamente Néstor Kirchner. En diciembre de 2010, los miembros de La Cámpora atravesaban un momento confuso y nuevamente vertiginoso: todavía lloraban al ex presidente pero al mismo tiempo asistían al crecimiento inesperado de sus propias bases. El más fuerte y masivo desde su creación, una réplica amplificada de lo que había ocurrido en 2008, después de la crisis de la 125. 

   Y a Wado, aquel diciembre lo enfrentó, además, al momento por el que había luchado desde que era adolescente. Ese día fue otra coincidencia rara del destino: el 20 de diciembre se cumplían nueve años del secuestro policial que sufrió en el estallido de 2001, era también el día del cumpleaños de su padre, y ese día escucharía la sentencia por el asesinato de su madre. 

    Wado, su familia, sus compañeros de H.I.J.O.S. y los de La Cámpora fueron a Comodoro Py a escuchar las sentencias en la causa por el circuito ABO (Club Atlético El Olimpo, El Banco-Olimpo). Wado, Paula Maroni, Carlos Pisoni y Agustín Cetrángolo eran H.I.J.O.S. de víctimas cuyos asesinatos formaban parte de esa causa. Ese día El Tribunal Oral Nº 2 condenó a cadena perpetua al apropiador Samuel Miara, al Turco Julián, a Oscar Isidro Rolón, y al ex agente de inteligencia Raúl Guglielminetti, entre otros. Eran más de 3000 personas esperando las sentencias, hubo gritos de alegría, y al final hubo un escenario montado frente a los tribunales, donde tocaron Actitud María Marta, la Chilinga y Dancing Mood. A la salida del juzgado, Wado dijo: “Por acá está Néstor, entre nosotros”. Máximo Kirchner estaba entre los amigos que lo acompañaban. 

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