El Regreso de La Peste

En Alemania, los nazis se sienten cada vez más autorizados a desplegar su partitura de odio. Nota de Jorge Elbaum

La escena tiene lugar el martes 6 de octubre. El músico alemán Gil Ofarim de 39 años busca hospedarse en el hotel Westin de Leipzig y se presenta ante el conserje portando una estrella de David colgada de su cuello. El empleado del hotel le indica que no lo atenderá a menos que se quite dicho símbolo. Uno de los huéspedes avala al conserje e insulta a Ofarim. El músico se niega a despojarse de su símbolo y en la puerta del hotel graba un video relatando lo sucedido. El video es visualizado por ciento de miles de personas en todo el mundo. 

Es Alemania en 2021. Pasaron tres cuarto de siglo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La propaganda del Estado germano insiste en que la memoria sobre el genocidio es una materia que se enseña y que tanto la sociedad como el Estado poseen recursos para impedir la proliferación de la peste. Insisten en que se han inoculado múltiples anticuerpos contra la  judeofobia y otras formas de discriminación. 

A partir de la tercer década del siglo pasado Alemania fue la responsable de asesinar siete millones de judíos, gitanos, eslavos, Testigos de Jehová y homosexuales. Dentro de ese número, un millón correspondieron a niñxs menos de 10 años. 

La cifra es tan difícil de procesar, de asimilar, que muchxs la impugnan en nombre del recurrente negacionismo que busca exculpar a los criminales: refutar el Holocausto es una práctica nazi, actitud que en Alemania supone un delito.

Pero más allá del punitivismo. ¿Qué es lo que hace posible la continuidad del odio? ¿Qué autorización social permite la existencia, en la actualidad, de un partido que reivindica a Hitler como Alternativa por Alemania? ¿Cómo hace dicha organización legal para obtener 5 millones de votos en la última elección del mes pasado?

Pocos días antes de la agresión a Ofarim, un joven de 18 años fue atacado por matones en el centro de la ciudad de Colonia, por el solo hecho de usar una kipá, el gorro idéntico al que usan los cardenales, los obispos y los papas. 

Unos meses atrás la policía de Hagen frustró un atentado contra la sinagoga de esa localidad,  que iba a ejecutarse durante el día del Perdón. Dos años antes, en la ciudad de Halle, un neonazi de 27 años disparó en la entrada de un edificio de la comunidad judía local y asesinó a dos personas. Mientras disparaba y videogrababa su masacre –a través de la plataforma Twitch–, gritaba las mismas consignas e insultos que proferían los integrantes de la Gestapo. 

Según datos de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución germana, el número de actos nazis xenófobos, islamofóbicos y judeofóbicos aumenta año tras años.  En 2017 fueron 774 y en 2018,  821. 

Todas estas accionen tienen antecedentes repetidos, relacionados con la ultraderecha: Anders Breivik cometió la peor masacre en la historia de Noruega asesinando a 77 personas el 22 de julio de 2011. Su tirria estaba dirigido a quienes –según él– protegían a judíos, musulmanes y los negrxs. En Christchurch, Nueva Zelanda, el 15 de marzo de 2019 un fascista confeso atacó dos mezquitas quitándole la vida a 51 personas.

El video de Ofarin no es solo un testimonio. Es una convocatoria que exige una respuesta organizada: toda discriminación hacia cualquier colectivos, sea el de mujeres, homosexuales, musulmanes, gitanos, inmigrantes, pobres o judíos implica la trasmisión de un virus mucho más letal que el COVID. Hace ocho décadas generó la muerte violenta de casi 50 millones de personas. Más de la mitad de ellos, soviéticos. 

Los nazis no solo deben saber que es delictiva su práctica ideológica, proselitista y/o actitudinal. Deben saber, sobre todo, que fueron vencidos. Que su poderío es inmensamente frágil porque requiere un combustible que es infértil.  Que  esa fue la razón por la que existieron suficientes fusiles para aplastarlos. 

Fueron derrotados. Y muchos de sus jefes fueron juzgados y ahorcados. Sus activistas fueron perseguidos en sus madrigueras y en varias oportunidades ejecutados por el juicio justo de partisanos indomables de memoria inmensa. Hay que hacérselo saber: no están habilitados para repetir el legado genocida. No los autorizamos a contagiar al resto de la sociedad con su secreción de desprecio y odio. 

Cuando las tropas del VI ejército alemán fueron derrotadas en Stalingrado, de difundió en cuartillas un poema anónimo cuya traducción del ruso podría transcribirse de la siguiente forma: “Aquí fueron vencidos los metales contaminados del abismo negro. Aquí, frente a su pretendido designio de soberbia parda, la sangre se defendió con tormentas irreducibles. Tienen que saberlo: nunca podrán con estos huesos, capaces de gritar con balas, cada uno de sus sucios nombres”.  

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3 comentarios

  1. Porque irse tan lejos, me refiero a Alemania. Aquí, en el sur, tenemos gente «muy respetable» que promueve el odio al mapuche y lo criminaliza. Con el pretexto de la RAM se hostiga a los mapuches, a sus reivindicaciones y a los que los apoyamos.

  2. Como de costumbre una excelente reflexiòn acerca de la locura que muchos por determinados intereses estàn fomentado. Los nazis son responsables como dice la nota de màs de 6 millones de personas entre ellos judios, gitanos, comunistas, niños etc etc pero tambièn son responsables de las demàs vidas que se perdieron po la guerra, civiles y militares. ¿Queremos volver a cometer los mismos errores donde ganaràn los mismos de siempre? No podemos permitirlo.

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