La patria de Borges

Echando mano y memoria de su propia narrativa sobre el fiscal Nisman, la gran escritora aborda la Argentina del intento de magnicidio. Nota de Luisa Valenzuela.

En la patria de Borges conocemos el poder de las palabras, su indirecto valor preformativo. Pero hoy quisiera ir más allá, para lo cual necesito acudir a Masachesi, Santiago Alberto, ex comisario de policía, ficticio y lúcido (bastante más que yo) protagonista de mi novela Fiscal muere aparecida el año último.

Ahora bien, ¿cómo convocar a Masachesi?

Masachesi, como buen fruto de la imaginación, cruza el umbral de mi conciencia cuando quiere.

Aparece sin que lo llame. Me tira pistas. El ex comisario con vocación detectivesca… ya volvió por acá meses atrás y después se me cortó el chorro. Ahora motivos tengo para convocarlo. El atroz suceso que vivimos y sus primeros derivados lo atañen, lo interpelan. Hay similitudes, simetrías, imágenes especulares.

Rebobino:
El jueves 1 de septiembre hubo un intento de magnicidio, horror generalizado y milagro. Todo junto. En breves instantes.

El viernes, tras masivas manifestaciones de solidaridad en todo el país, se va analizando el pavoroso incidente y acá viene el motivo de mi convocatoria al personaje:

En el canal C5N Jorge Rial entrevista a Rubén Martín, experto en balística. El experto empieza diciendo que la pistola de marras es una vieja Bersa muy similar a la que (adivinen), la que mató al fiscal.

Aflora una vez más –imborrable leit motiv– el aún vigente caso N. Hay semejanzas, insiste el experto tan execrado por Pablo Duggan quien, como yo y más de media humanidad, está convencido que lo de N fue suicidio. Pero la lógica corre por un carril y las deducciones piolas por otro… Es así como Rubén Martín agrega: «De entrada dije que Nisman fue asesinado, y no por el gobierno de turno, no».

Desde mi banco en primera fila quiero levantar la mano, decir «Yo, yo, yo sé cómo lo hicieron, está en mi novela. Masachesi lo dedujo y explica al detalle cómo los principales servicios de inteligencia lograron deshacerse a distancia del fiscal cuando éste ya no les era útil!!!». Pero claro, el experto, el entrevistador y tutti quanti están en la virtualidad de la pantalla, ni se enteran, siguen con lo suyo.

Al rato nomás lo suyo vuelve a ser lo mío, o mejor dicho lo de Masachesi que me dejó de regalo su clara deducción sobre la muerte del fiscal. Porque aparece el tema del celular del agresor y es un aparato en apariencia descartable, o con nuevo chip comprado un mes atrás y que sólo ha sido usado ocho veces, siempre llamadas a o del mismo número. ¡El telefonino de mi novela! Y la última llamada se realizó poco antes del atroz hecho fallido y el último llamado, desde fuera, nunca pudo ser respondido. Tal como Masachesi propone en el caso de siete años atrás.

Y ahora me pregunto, ¿los acontecimientos cruciales son cíclicos? ¿La realidad imita a la ficción? ¿La Historia se toma su revancha y aclara los casos como puede?

Esta última hipótesis requiere explicación. Veamos: falseando las pruebas y armando simulacros se acusó a la entonces presidenta de haber asesinado al fiscal. Siete años después para cerrar el tema se intenta asesinar a la ex presidenta, hoy vice por propia decisión, con un arma equivalente a la que ultimó al fiscal; no en vamos vivimos en la patria de Borges. El intento milagrosamente falla.

Hay justicia divina. Y también poética.

Luisa Valenzuela

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