Imagino

Sería interesante saber cuántos de los votos que formaron parte del célebre 22 por ciento fueron votos convencidos. Uno tiene la impresión, a ojito, de que buena parte del porcentaje que pasará a la historia estuvo formado por votos a regañadientes, por votos a los empujones, por votos ariscos. Y eso por no hablar de los, a mi humilde entender, mal llamados votos útiles, como si algunas de las mejores cosas de la vida no se lograran cuando uno logra unir lo útil y lo agradable. Como fuere, aquí lo tenemos a Kirchner, asumiendo después de dos semanas sorprendentes. Para empezar, si me remito a la semana pasada y escribo tres o cuatro líneas sobre Menem, va a sonar extemporáneo: es increíble, pero en seis días el tipo fue derecho al pasado. Fue. Para seguir, de la presunta y casi lógica especulación acerca de la debilidad intrínseca de alguien que llega a la Presidencia con la magra feta del 22 por ciento, esta semana pasamos, Kirchner y un montón de gente, a otro estado. Un estado como de fotoshop: no diré que Kirchner esta semana parece más buen mozo, pero sí que sus intervenciones fueron vistas, oídas e interpretadas con una de las mejores predisposiciones que recuerde. Y para terminar (este párrafo), ¿no hay en el aire cierta alegría?

En la capital del tango nos salen mejor el corte, la quebrada y el lamento que la esperanza, y vaya si hay motivos. Hay más posibilidades de encontrar sirenas en el Riachuelo que gente ilusionada por la calle. Y sin embargo, esta semana, la vi. Por estas latitudes las ilusiones se manejan con suma cautela y una considerable dosis de pudor. La ilusión siempre es medio pava, y como nadie quiere pasar por pavo, si es portador de alguna clase de ilusión la comunica más con la mirada que con palabras. Así que ésta fue una semana en la que hubo que estar observando los ojos de la gente. Y juro que la vi ahí instalada, incómoda, ocupando buena parte del brillo en muchos ojos, retenida todavía por la sana conciencia de la realidad. La vi, a esa ilusión, peleándose furiosamente con el cinismo al que hemos ido adhiriendo lentamente, como quien ha decidido no ganar para no correr el riesgo de perder. El cinismo, claro, lo pone a uno a salvo del desencanto, y uno cuando se da por desencantado se da automáticamente por estafado, por engañado y por traicionado, pero ojo: también se da por vencido.

Bueno, entre el anuncio del Gabinete, los dichos de algunos miembros del nuevo Gabinete, N. Kirchner y Cristina F. De Kirchner hablando súbitamente en castellano después de décadas de dirigentes hablando en otra cosa, ciertas peleas que ellos aseguran que van a dar y uno no está seguro de que vayan a dar, pero está convencido de que alguien, alguna vez, debería darlas, el rictus escandalizado y los desbordes histéricos de la legión de comunicadores más preparados para describir el ajuar de Niño No Nacido Menem que para criticar y rebatir, por ejemplo, que toda aspiración de mayor equidad es absurda y retórica si no hay una previa decisión tomada para que la política deje de ser una pantomima y dispute claramente el poder a los grupos concentrados que lo han monopolizado hasta ahora, bueno, todo ese paquetito, esta semana, nos batió como una licuadora de ésas que alguna vez se compraban en veinticuatro cuotas.

Nadie nada en una pileta con agua. Nadar, nadamos, pero todavía nuestras brazadas, nuestros actos de fe, son gestos en el aire, mímicas voluntariosas que se detienen como en el juego de La Estatua cuando Scioli aparece en la tele y vuelve a desaparecer el castellano y reaparecen el todos juntos para adelante, hay que construir el futuro de grandeza que este país se merece, vamos a demostrar que con esfuerzo y trabajo podemos lograrlo, y todos los lugares comunes que son el no-lugar de la palabra, porque con ellos no se habla, se declara. Pero no puedo negar lo que he visto, y tampoco lo que alguien, si me ha mirado bien, debe haber visto en mí. Esta semana vi un brillo diferente en muchos ojos, un embrión de entusiasmo, una ideíta: ¿Y si ahora sí? ¿Y si lo hacen? ¿Y si saben? ¿Y si se animan? ¿Y si hablan en serio? ¿Y si alguna puta vez se produce la alquimia entre los representantes y los representados? ¿Y si de un 22 por ciento y un ballottage malogrado resulta que nace una chance? ¿Y si la aprovechan? ¿Y si a medida que la aprovechan el cinismo se nos borra de los ojos y esta ilusión púber se nos enciende?

Porque después de todo, ¿en qué estamos pensando? ¿Qué hay atrás de este boceto de ilusión? No es nada raro, nada excéntrico, nada que deba mantenerse en secreto. Imagino para alguien, para cualquiera, para todos, un desayuno. Café con leche y galletitas con manteca y miel. Imagino padres que se van al trabajo y chicos que se van a la escuela. Imagino aulas con techo y baños con puertas. Lápices y cuadernos. Panzas llenas. Imagino oficios que permitan vivir. Hospitales en los que se den turnos, se hagan radiografías y se repartan anticonceptivos. Imagino reencuentros familiares a la noche, camas secas, abrigadas, sopa espesa o churrascos, buenos ánimos, paseos en el fin de semana, cada tanto alguna carcajada de ésas que hemos exiliado porque en cada familia hay un desocupado, un enfermo, un depresivo, un violento, una víctima de algún tipo de abuso.

Imagino un lento y sostenido movimiento hacia la equidad, un emparejamiento suave y constante de las posibilidades de cada uno. Un país menos cruel, menos sádico, menos psicópata. Habitado por gente reconciliada con su historia personal, porque con la suma de esas historias personales satisfechas no solamente se construye una sociedad más sana. También, con ese trasfondo de gente no agredida, defendida, protegida, representada, se construye la legitimidad de un gobierno.
Tengo la impresión de que Kirchner asume hoy con su magro 22 por ciento de votos, pero con un caudal mucho mayor de votos de confianza. Es que la pulsión de la fe forma parte de nosotros como el pelo o la estatura. Si habla en serio, no le será fácil. Los perros salvajes no largan los huesos porque alguien les haga saber que no les pertenecen. Y si hay que tironear, habrá que ver de qué modo Kirchner nos hace saber que debemos tironear con él. Si sigue, como hasta ahora, hablando en castellano, es probable que se haga entender.

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